El mes de noviembre es una siega de luz cansada y caída en días partidos por la luna, en gajos tristes, pero riquísimos y finísimos en su detalle. El silencio en el que se recoge el mundo está repleto de voces, atruena sin fin. Como si una corteza de sordo frío embozara todo el clamor, ahora es el tiempo de callarse y de oir a la naturaleza su lenta despedida de sutiles tonos. Los días son pálidos, son débiles, los vientos parecen descalabrarse en las rocas, en las esquinas, los ecos son libres de poseer la ciudad, y nos parece ver cráneos que enfrentan el fin como cantos blancos de un río seco. Es así el nombre que lleva, el tipo que tiene, el tiempo en que todo se renueva.
