LENGUAJE ES SIMPLICIDAD (2)


Boas y Elefantes: Antoine de Saint-Exupéry: La historia de su ...


Hace algunos años escribí un post sobre la simplicidad. Entonces ya me interesaba profundamente el fenómeno por el cual, en comunicación e información, menos es más, y cómo la simplicidad es la clave de muchos procesos de éxito en el mundo expresivo.

El principio de simplicidad, sin embargo no hace sino crecer en mi cabeza cada vez más, porque no es ya solamente que podamos relacionarlo con la carga cognitiva y con la nitidez en el empleo de materiales, métodos y modos de comunicación como explicábamos en ese post anterior. La simplicidad está en la esencia misma de la comunicación, y vamos a explicar por qué.

La estudiosa y escritora Irene Vallejo, en su libro titulado "El Infinito en un junco", hace referencia al hecho de que la invención de la escritura alfabética, en la cultura Fenicia, supuso una simplificación esencial gracias a la cual la complicada y oscura manera de escribir que hasta entonces estaba basada en ideogramas y signos fonéticos o simbólicos en número inmenso, quedó reducida a combinaciones simples de elementos. El surgimiento de la combinatoria alfabética redujo la complicación del sistema y permitió que pudiera ser usado por la sociedad en grado cada vez más creciente. Es sin duda una idea excelente que ha sabido resaltar Irene en su espléndida historia del libro. Pero no se trata de un hecho único en la lengua, pues en su neta esencia, el lenguaje es una simplificación que nos permite expresar y acarrear con él conceptos esenciales, como dice Saint Exupéry. Y a mí me interesa profundizar en este aspecto de la simplicidad comunicativa: cómo es un axioma absoluto el de la Simplicidad en el mundo de la Comunicación. Sólo lo simple comunica.

Saint Exupéry, en sus Cuadernos, da vueltas esforzadamente al fenómeno por el cual sólo las cosas sencillas tienen capacidad de expresar al alma humana. El autor buscaba un lenguaje, que pudiera soportar una densidad expresiva suficiente para renovar el sentido de la literatura, y de la comunicación humana más profunda. Y se da cuenta que cuando la expresión es simple, cuando es infantil, puede ser recordada fácilmente, para mover a las personas a actuar. Lo sencillo se recuerda. Pero Saint Exupéry piensa que lo sencillo es recordado de inmediato, que sirve para generar lo que él llama la "caución" del símbolo: un emplazamiento inmediato a su significado, que queda en la persona profundamente capturado. No en un recuerdo del pasado, sino, más bien, en la promesa de un futuro. 

Este autor francés quería generar un lenguaje simple, en el que se mostraran las verdades esenciales del alma humana, igualmente profundas, pero difícilmente comunicables y expresables: el sacrificio como felicidad última humana, las verdades universales que sólo se poseen si se comparten en amistad, el valor del amor para revelar la humanidad misma al alma, la necesidad de renunciar como gran prueba del valor humano, o el gran viaje hacia la conquista del verdadero ser del hombre. Esos valores son los que no están, en su mayoría, desarrollados en la sociedad, y el lenguaje tiene que sembrarlos, para que ellos generen ese nuevo estilo humano, mejorado, que haya superado el egoísmo, la soledad que éste crea, la falta de sentido de las vidas entregadas a su propio interés, al consumo, a la pura vida material. Para todo esto, Saint Exupéry consideraba que el lenguaje sencillo, depurado y nítido, era esencial. Un lenguaje que hablara al niño que levamos dentro, que pudiera actuar como un "recuerdo del futuro". Esa era la caución que el autor francés buscaba, y la que, en su teoría del lenguaje, constituye el centro de todo. El lenguaje como promesa.

Porque cuando el lenguaje es sencillo, es fácil de recordar, es verdad. Es fácil también entender qué significa, y con ello, adelgaza el muro que separa al lenguaje, de la acción primaria, de lo real. La simplicidad transmite mejor su contenido, relaja las tensiones de los medios comunicativos y los hace más transparentes. Pero sobre todo, la simplicidad se acompaña de silencio, de carencia, de vacío, y por ello, imanta a quien habla a través de ella a completar su sentido. Como si generara un mundo nuevo haciendo que los hablantes y los oyentes, los escritores y los lectores, se comprometieran a completar, a comprender, su nítida pobreza.

Y si seguimos pensando un poco más allá, nos daremos cuenta de que las grandes formas de comunicación son sencillas. Me refiero a la sencillez de los mejores poemas escritos, y a la simplicidad del instante en el que el poeta y su lector comparten los versos en el acto de la poesía. Lo simple, lo pobre que es, lo insignificante, y sin embargo, la densidad, la infinitud, la eternidad que funda ese simple encuentro del lenguaje.

Probablemente todos los modos de comunicación intensos, los mejores, son humildes encuentros minoritarios, simples intercambios como el de la poesía. Cada escritor que escribe está siempre en compañía de su oyente, de su lector, pero el calor de esa unión es algo que solo se consigue en susurro, en soledad, en simple encuentro entre dos.

Lo mismo ocurre en todas las formas artísticas, que cuanto más se desnudan, más ricas son y más adquieren la capacidad de comunicar. Las renuncias de un pintor a gamas de color, que hacen más potente su cromatismo. O los despejes de metraje de un cineasta, que "forman" mejor su película y la hacen más perfecta. ¿Y qué podemos pensar del teatro, que entre cartones y carpintería, consigue evocar mejor que mil simulaciones tecnológicas, la verdad de la experiencia? ¿Cómo es que suprimiendo poder, lo adquirimos? ¿Cómo es que reduciendo cantidad, crecemos, en la comunicación? Es una regla fija, cuando excedemos la carga idónea de una forma, de un mensaje, lo estropeamos. Y a diferencia del mundo material, del que Guénon llamaba "el reino de la cantidad", en el mundo de la comunicación más no implica mejor. Menos puede ser el modo como seamos más capaces, como comuniquemos mejor.

Tenemos que pensar por qué la simplicidad es tan importante comunicativamente hablando. Y es que el ser humano es muy limitado. Tanto, que necesita limitar su mensaje para ser eficaz. Cuando hablamos y hablamos, cuando nos excedemos en escritura, en expresión, en código, estamos en el fondo hablando a un espejo,  enturbiando con una falta de confianza en los demás el agua de nuestra propia escritura. Y tenemos que conseguir que el espejo se convierta en un cristal transparente, que realmente comunique con el entorno. Para ello, reducir y hacer simple es el modo como podemos permitir que el rio comunicativo traspase su lecho hacia adelante, hacia quien nos escucha. Debemos eliminar todo estorbo del lenguaje, para poder hablar.

El Día Mundial de la Poesía cumple 20 años - RTVE.es
Está por estudiar todavía hasta qué punto las grandes obras maestras, y las grandes obras comunicativas de la Humanidad, son simples. Analizar esa simplicidad que está en la escritura de Saint Ex. o en la música de Mozart, pero también, en los dibujos esquemáticos o en los mapas que usamos para orientarnos. Lo único que puede ser realmente universal es lo simple, quizás porque al conseguir hacer nítida y pequeña la expresión, se estrechan las distancias que nos separan de los demás, y aquello en lo que somos todos iguales se hace evidente.  O quizás, porque la escritura sencilla, el uso del lenguaje más pobre, mueve a la compasión del alma del que escucha y con ello consigue su entrega al lenguaje creador, que lee en su alma aquello que ignora. El lenguaje es una cadena de elementos mal contados, precarios, que sin embargo contiene el infinito en su interior. Los signos pueden evocar mundos enteros en sus referencias, siendo simples trazos de tinta. Pero para todo esto, para que estas pequeñas capacidades humanas se conecten con un fastuoso todo, y sean así muestra de la maravilla absoluta, tienen que ser humildes, tienen que ser sencillas. Indirectas, torpes, y pequeñas, las formas de todos los lenguajes transmiten mejor la inmensidad, y unirán por siempre a las personas.

Comentarios

  1. No lo comenté en la primera lectura, pero me ha estado influyendo todo este tiempo. Como siempre, tratas uno de los grandes temas, uno de los lugares comunes, en el mejor sentido de la expresión. Recuerdo como si lo viera a nuestro malogrado compañero de colegio Fernando Vázquez, quien era un buen estudiante con aparente poco esfuerzo y eso me maravillaba, y un día me daba un consejo sobre cómo hacer resúmenes. Creo que criticaba que yo lo hacía muy largos y él era partidario de la mínima expresión, por destilación sucesiva: "yo hago un resumen, pero de ese saco otro, y (creo que todavía exageraba) todavía ese lo resumo más...". Es la idea también de los posts, ¿verdad? Solo un concepto, solo un mensaje, si se quiere un poco adornado, pero que retorne y retorne como el leitmotiv de una melodía. Es el objetivo de la ciencia también: ideas cada vez más delgadas, por abstractas, para que abarquen más situaciones. El problema es cuando, de tan austero, de tan delgado, el razonamiento se vuelve abstruso. Pero eso es cuando no se van dejando los garbancitos que lo ligan a lo concreto y permiten volver cuando se quiera a casa, esto es, a una situación práctica. Como dicen que decía el amigo Einstein, "Everything Should Be Made as Simple as Possible, But Not Simpler". ¡Saludos y a seguir cuidándose!

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  2. Me hace mucha ilusión leer tu nuevo comentario, en sintonía total, como siempre, con lo que pienso. Es verdad que la simplicidad vuelve y vuelve como una parte esencial del pensamiento y la creatividad, como si fuera su esencia y no solamente su envoltura. Creo que el universo tiene milagrosamente una hechura simple y por eso podemos capturarlo con mirarlo solamente o con una teoría o una ley ... pero es verdad que esa simplicidad en realidad es depuración, y hasta renuncia, como saben tantos, y entonces lo contiene todo..... un abrazo de nuevo!

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