PAPÁ NOEL Y LOS ENANTIODROMOS

 El antropólogo Lévi Strauss, en su ensayo magistral "El suplicio de Papá Noel" ( FCE, 2014) relata los posibles orígenes de este mito engrosado por nuestra civilización moderna, que cada año se reviste de un mayor valor y riqueza, y que, a veces bajo la mirada crítica de la iglesia católica, simboliza el mundo de los regalos, la efusión materialista y la generalización de la más eufórica de las celebraciones, con su risa exagerada de viejo gordinflón.

Lévi Strauss relata que hay varias líneas genealógicas para Papá Noel. La más manida y conocida lo relaciona con una figura histórica, el Santo Nicolás, que efectivamente existió en el mundo católico, y cuyos hechos no parece que pudieran haber causado tanta fuerza simbólica en la figura de Santa Claus de nuestros días. Lévi Strauss sigue el hilo de su investigación y nos cuenta que siglos atrás, en la Edad Media, existía una figurilla llamaba el Abbas Stultorum en Centroeuropa y que en España se denominaba el Obispillo. En las semanas de diciembre, y siguiendo un muy antiguo espíritu de celebración pagana, en los pueblos se coronaba papa u obispillo a un niño o a alguien impropio, y se le vestía de rey y se iba por las casas cambiando ramas verdes de pino, acebo u olivo por comida y bebida, y la juerga y festejo general llegaban a que el obispillo decía misa, y el desmadre en las costumbres se hacía general.

Esta vieja tradición risueña se parece a las risas pascuales que hacían decir chistes obscenos a los sacerdotes en Semana Santa, pero sobre todo, nos recuerda el mundo invertido de los carnavales. Y más allá en los siglos, estas fiestas eran herederas de las fiestas Saturnales que se hacían en Roma para celebrar el misterio del Sol Invictus: en medio del frío y oscuro invierno nacía de nuevo el ciclo del crecimiento del Sol, que los romanos celebraban con la llamada "libertas decembris", la libertad de diciembre, y durante los días en que se celebraba a Saturno y su solar imperio reinaba la alegría, los regalos, los disfraces y las risas.

Estas tradiciones se inspiran en experiencias de la vida práctica, dice Lévi Strauss, que tienen un hilo de continuidad con nuestras categorías y nuestras creencias. Cuando en pleno auge de oscuridad y frío podemos sentir el irrumpir de la luz prometiendo un nuevo verano, y contradictoriamente, la caída de toda esperanza climática conlleva en paradoja la irrupción de un nuevo ciclo solar, esa unión de contrarios se expresa y cobra forma en los mitos de enantiodrómos -es decir, de opuestos o contrarios unidos-. y específicamente en este caso, en símbolos de katábasis : el descenso de formas mágicas y maravillosas sobre la superficie de la tierra, generando un eje en el que lo que desciende sin embargo nos hace ascender, o bien, surgen bienes, regalos y maravillas de esa caída o visita que puede estar representada por Papa Noel bajando por la chimenea, o por Quetzacoatl descendiendo por la arista de la pirámide maya, o por cualquier otro motivo en el que seres de otra dimensión tocan nuestro mundo en un proceso descendente y ascendente, dotado, como decía Simone Weil, de gracia y gravedad al mismo tiempo, aunque esto sea completamente milagroso y misterioso.

Pero Lévi Strauss va más allá, y encuentra un mito en los indios Pueblo centroamericanos en el que se ha conservado una raíz de nivel más profundo para los mitos de catábasis y de disfraz que unen opuestos: el de las kachinas. Entre las tribus de esta cultura existe un mito parecido al de Papá Noel. Las kachinas son seres mágicos, como reyes o magos, que traen regalos a los niños una vez al año. Las kachinas son las almas de los antepasados, dice el mito. Pero en realidad, los padres de los niños son los que se disfrazan para traer los regalos a los niños. El engaño, dice Lévy Strauss, se explica en el mito: las verdaderas ánimas de los antepasados venían siempre a llevarse a los niños, y los indios Pueblo pactaron con ellas que de allí en adelante serían los padres los que harían el papel de kachinas, regalando a los niños presentes y dulces. En el trueque simbólico que se establece, dice Lévi Strauss, hay profundas transacciones psicológicas, por las que este mito expresa cómo la muerte trae sus regalos y alegría a los niños, que festejan con ella, convirtiéndose ellos también en rehenes de su trato. Pero como los niños no están iniciados en el misterio de las kachinas, viven la ilusión profunda del regalo de la vida. Cuando se hacen adultos, y como en todo ritual iniciático, los niños descubren que las kachinas son los padres, para entonces, han comprendido bien la misteriosa unión entre la vida y la muerte, a través del regalo, la visita y la unión de los contrarios.

Nuestro Papá Noel, con su traje bermellón de rey, con su disfraz estrambótico, con su risa ruidosa, es sin duda, dice Lévi Strauss, un mito análogo al de los muchos otros seres mágicos que en medio de la muerte nos alcanzan la mayor de las alegrías. El que se trate siempre de disfraces explícitos, y que el engaño sea circunstancial pero notorio, y algo buscado afanosamente, tiene también un sentido específico: le da su peso al aspecto ilusorio de la realidad de la vida, que ha de ser aceptado, disfrutado, pero también, superado y encarnado por cada uno de nosotros: somos el regalo de la vida, pero también somos la muerte que regala, los antepasados que dejamos la luz en la oscuridad. En cada momento tendremos un papel diferente. En estos mitos, es esencial entender que los opuestos se unen en el ritmo vital: vida y muerte, sol y oscuridad, niños y adultos, son fases de un ciclo. Y la transformación tiene lugar con la caída, o la ascensión, a otra dimensión de la vida. Papá Noel es, con su risa ruidosa, la misma muerte que nos trae su sorprendente regalo.

Nuestra sociedad ha abrazado entusiasmada el engaño de las navidades. Como en eterna infancia, vivimos esperando a Papá Noel, y abrazamos una "libertas decembris" que produce las euforias, desmanes y maravillas de nuestras fiestas navideñas. Se diría que buscamos ansiosamente el otro lado de este mito. Pero sin duda no logramos comprender lo que hay al otro lado de los disfraces, ilusiones y golosinas de estas fiestas.  Lo que hay, como experiencia vital que incluye el engaño, la revelación, el regalo y el misterio, es tremendamente profundo, pero en tanto llega a incluirnos a nosotros mismos en su teatrillo,  sólo con el corazón, y muy veladamente, podemos acercarnos a su mensaje. No en vano decía recientemente una pensadora, que dedicar la vida a consumir es estar verdaderamente muerto.

Comentarios

  1. Muy sugerente, Eva. Esto de la "coincidentia oppositorum" da mucho juego: lo opuesto está latente y reprimido, pidiendo juego y un cambio de polaridad; lo opuesto es en realidad lo mismo; lo uno y lo opuesto en contradicción paradójica se resuelven en una sola cosa con un paradigma nuevo; no hay nada que sea totalmente verdad, todo es verdad y mentira a la vez; al descenso a los infiernos sigue el renacimiento y la subida al cielo... Me gusta la idea del obispillo, haciendo mofa de la autoridad, las risas pascuales y la "libertas decembris". Tenía que haber también un día en el que se pudiera hacer burla del "compliance" y lo "políticamente correcto", pero eso manda mucho, va ser más difícil. En lo que me quedo pensando es en la carta a los Reyes Magos, para pedir milagros, pues en efecto, puestos a soñar, hay que asumir que la vida puede hacer lo imposible.

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  2. Que bueno lo de pedir lo imposible Javier, sin duda hay como decía Heráclito, en nuestra vida y en nuestra esperanza, cosas que no imaginamos.... que hacen de los teatrillos de las ilusiones algo más profundo, inabarcable.... gracias!!! Y a por la Compliance, la nueva forma de sumisión, revestida de fineza empresarial....

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