ES


A menudo basta observar algún sencillo acto de nuestra existencia para comprobar la gracia infinita con la que todo es. Para esto, es necesario sentir primeramente que ese acto sencillo, que puede ser una elección, la renuncia a otros actos, o aceptar algo que se presenta directamente ante nuestros ojos a menudo inatentos, existen y han sido ya. Cualquier cosa que hagamos tiene un aspecto opcional: puede ser aceptada y disfrutada, saboreada, como dirían los sufíes, o puede ser simplemente transportada por nosotros a un futuro en la imaginación o en la ansiedad. 

Cuando vemos que todo es opcional, sentimos una especie de pregunta en el alma: eso ocurrido, eso realizado o sentido, ¿nos parece bien para nosotros? ¿es lo que querríamos en el fondo? Si nos ha necesitado o requerido alguna parte de nuestra energía en su empleo, ¿sentimos que está bien empleada o invertido ese tiempo en esa cosa o acción?. Podríamos haber dispuesto de más medios, o estar absolutamente en otra parte. Podríamos no haber hecho eso que vemos. Y sin embargo, si nos damos cuenta, en ese imperceptible instante ocurrido en el presente absoluto, que todo eso puede responderse afirmativamente, entonces elegimos que lo que ocurre haya ocurrido, y empieza el inmenso disfrute de la existencia en una nueva dimensión: aquella en la que todo ES.

Cada instante en que algo perfectamente completo, que existe, nos llega y es aceptado por nuestro corazón, se abre un mundo de nuevas posibilidades. Aceptado ese baile con lo real en el que hemos participado, con una plena alegría de nuestro espíritu, empiezan a surgir nuevas propuestas. Cuando hemos aceptado lo que es, podemos rechazar lo que no es. Podemos dirigir la existencia hacia aquello que de verdad importa. En gran medida, renunciaremos a múltples caprichos, temores o amiciones generadas en el universo de lo que no es. Y veremos sin embargo que la realidad se abre, moldeable. Nos ofrece maneras de volver a interactuar con ella. Nos presenta nuevas cosas sencillas a nuestros pies, para ser aceptadas y maravillarse con ellas. Nos rescata de los sentimiendos de ambición, ansiedad, culpa o miedo en los que la constante proyección al futuro nos lleva en nuestra vida imaginaria. 

Cuando vivimos aceptando esas pocas preguntas o propuestas que a diario llegan, en las que se nos pregunta si querríamos estar en otro sitio, o hacer las cosas de diferente manera, si soñamos con abandonar nuestro trabajo o nuestro esfuerzo para hacer lucir la vida, y resolvemos que no deseamos dejar de hacer todo cuanto hacemos, ni por el mayor sueño o deseo que podamos concebir, entonces la vida tranquila y simple se tiñe de personalidad y carácter, cobra verdadera esencia, y en ella es posible dotar de acento a nuestro trabajo, dar fuerza a nuestras obras o sentir la enorme riqueza de existir.

Recuerdo cuando los estoicos decían, para rechazar el terror a ser ahogado, que no temían al inmenso mar océano, porque en realidad, con tres litros de agua dulce bien administrados bastarían para ahogar a un hombre. Todas las medidas que nos han sido dadas sirven para determinar el alcance de nuestra conciencia y son la llave de nuestros paraísos. El ser humano, aunque infinito en su imaginación, es discreto en su capacidad de saborear, de sentirse pleno, de ser feliz. Sus limitaciones están a la vista. Sin embargo, nunca nos damos cuenta de que ellas determinan lo que cada uno es. Pero al mismo tiempo, ellas nos liberan de todo lo que no puede ser, y de todo lo que nos atenaza y desequilibra. Porque lo sorprendente, lo alucinante de todo esto, es que cada cosa que ES es infinita en su esencia y al conformarnos con ella accedemos al verdadero paraíso inacabable de la armonía de las medidas, al infinito absoluto que escapa mediante la concreción.

Puesto que lo más fastuoso, rico y exuberante del universo nunca podrá competir con la saciedad adaptada a la sed propia que ha sido dosificada y ordenada por una persona. Nunca habrá un esplendor como el del trabajo hecho mediante una conformidad modesta. Ni un horizonte más inmenso que el que se abre ante una voluntad liberada de su propia esclavitud, ni mayor goce que el que da una flor que es vista con los ojos que la ven con los ojos de un niño o de un renacido. No habrá expansión mayor que la que genera el placer que sabe la medida armónica de las cosas que generan deficiencia y saciedad, oscuridad y luz, sueño y existencia.  Como si hubiéramos pulsado la llave maestra del destino, se abren y afloran las gracias insondables de todas las coincidencias, de todas las sincronías, y el destino comienza a ser un rumbo. Y cuando abrimos los ojos y se abren con ellos los enormes ventanales de la existencia virgen, sentimos que determinamos el mundo, que vamos retrocediendo en el tiempo por fin para recuperar todo cuanto se perdió o marchó, sentimos que nos acercamos a nosotros mismos, que nos poseemos gracias a toda nuestra inmensa limitación y que podemos poseer al fin todo cuanto ES.

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