TEORÍA DEL ÓBOLO

Epícteto el maravilloso primer psicólogo cognitivo de la historia afirmaba de Sócrates que una vez en un mercado le ofrecían comprar alguna cosa, que había rechazado, y preguntado si no sentía la falta de aquella cosa que se le ofrecía apetitosamente Sócrates respondía que no, que se sentía saciado con su óbolo en el bolsillo. Y cuando reflexionaba sobre aquella escena, Epícteto comentaba que siempre que conservemos el óbolo en el bolsillo, por no haber dispendiado, gastado o consumido algo, somos infinitamente más ricos, aunque solamente tengamos esa pequeña moneda griega.Resultado de imagen de epicteto



Nuca me olvido de esta anécdota que Epícteto, el filósofo estoico, narraba de Sócrates, que fue motivo de muchas inspiraciones para las maravillosas actitudes y opiniones de esta escuela única en la Antigüedad, que se dejaba llevar por la máxima "Ducunt volentes fata, nolentes trahunt" ( A los que se dejan llevar, la Fortuna los transporta, pero a los que no se dejan, los arrastra". 


El asunto le da a Epícteto, y a la escuela estoica, para reflexionar en profundidad. Porque efectivamente las cuestiones de riqueza o pobreza no son tan simples como hoy nos engaña la sociedad en la que vivimos, donde las imaginaciones y los anhelos generados por ellas nos arrastran como la Fortuna a los caprichosos. Y es que todos tenemos un óbolo de fortuna en nuestro bolsillo, cada vez que decidimos no satisfacer un deseo imperioso y conservar aquello que damos a cambio de él sin darnos cuenta. Lo que damos a cambio de la satisfacción de un deseo es muchísimo. Es todo un tesoro. Es el óbolo en el que se cifra una inmensa riqueza: la riqueza de estar vivo, de ser, de tener consciencia de ser en el presente. Eso es lo que transportamos a manos de otro cuando lo olvidamos por un acto de consumo.

Ahora que llegan fiestas en las que se desparrama el dinero y los regalos, y cada vez que en situaciones de hastío y de falta de ánimo se abusa de las fantasía de la imaginación anhelante y de los deseos desaforados convertidos en universos completos, podemos aplicar la teoría del óbolo y recordar que no tener nada y no desear nada, es la mayor de las riquezas. La única riqueza posible. La riqueza no es sino la falta de necesidad. Y quien descubre que no necesita una cosa que desea lo hace porque es opulento, es decir, porque tiene suficiente de todo como para poder pasar sin aquello que deseaba o que le ofrecían. No hay mayor opulencia, mayor fortuna, que vivir disfrutando de lo que ya se tiene: la vida, la salud para vivir el presente, el amor recibido, el amor entregado. Las maravillas del instante en que se es. La magia alucinante de lo que ya es nuestro. Y el remolino inmenso del cuerno de la abundancia en el que cada vacío que nos rodea está en realidad produciendo riqueza, generando nuevas cosas. Pero para sentir todo esto, hay que hacerle un hueco: hay que tener un bolsillo vacío. Es decir, hay que aceptar no tener más, no ampliar nuestras posesiones. Y en esa sombra, en ese hueco vacío, brilla el óbolo de la inmensa sorpresa que se genera en cada instante de la vida, en forma de regalo inesperado.
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Los místicos, los ascetas, saben bien de lo que hablamos. El vacío y la nada son la cuna del universo, son el crisol o el hondón de donde mana la inmensa fortuna del mundo. Pero es imposible sentirlos a partir de la búsqueda incesante de mayores cosas o riquezas, y menos aún, a partir del hambre eterna, del anhelo sin fin, de los deseos infinitos, que engañan al individuo. Los estoicos lo sabían bien: de nuestro deseo proviene nuestro hastío, nuestra vacuidad, nuestra pobreza. Cuanto más poseemos, más perdemos. No hay mayor desgracia que satisfacer una por una de nuestras ansiedades memas notando con horror que nada hay tras de ellas, que el vacío infinito borra la escritura del corazón consumado en sus deseos. Y en cambio, no hay paladar como el de quien se abstiene, ni solvencia como la del que no necesita, ni seguridad, ni fasto, como el de quien guarda su moneda en el bolsillo, inmensamente rodeado de pobreza, de conformidad, de humildad, y al mismo tiempo, atesorando las escrituras del universo.


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