NO DEL TODO YO



Ayer pude escuchar el discurso de aceptación del Doctorado Honoris Causa por la Universidad Complutense al sociólogo y experto en comunicación Johan Galtung. En estos actos tan pomposos no suele darse que un afamadísimo profesor y mediador internacional utilice como lo hizo el lenguaje más simple del mundo, para explicar su tesoro de sabiduría.

Galtung explicó con dos sencillos relatos cómo es posible llegar a la paz cuando se conocen las circunstancias previas y lo que el llama traumas no conciliados. En su discurso lo explicó muy sencillamente. Las soluciones a los conflictos más tremendos en la tierra no suelen ser porque existan diferencias de intereses, sino todo lo contrario: es la identidad de los intereres la que plantea los conflictos. Pero no solamente eso: es la identidad de contextos e incluso de psicologías.

Muy a menudo la solución es precisamente satisfacer ese interés común con una solución que reconozca las condiciones de base, que rinda honor a esos primeros fondos, motivos y reclamaciones de los corazones, para llegar de manera muy sencilla a la paz. Así, planteó un modo muy sencillo de terminar con el terrorismo islamista: el perdón. Relató cómo Italia, que es un país que no sufre ahora mismo el terrorismo islamista, pidió hace años perdón al pueblo árabe en Libia por sus crímenes allí.

Galtung cree que si Occidente reconociera oficialmente el daño causado en los países de Oriente Medio el terrorismo acabaría. Pues según su idea lo que hay en el fondo de ese terrorismo ni siquiera es la necesidad de una restitución material: es una restitución afectiva. Pedir sencillamente perdón por el inmenso mal causado por Occidente a esa Madre cultural nuestra que es la zona de Oriente Medio y sus pueblo y culturas herederas. Algunos países, como USA, tienen que pedir intensamente perdón: son cerca de 30 millones de muertos los causados por Estados Unidos después de 1945, después.

Pedir perdón, reconocer el inmenso mal causado, es un acto absoluto. No hacen falta más zarandajas teóricas: reconocer el lugar del otro, reconocer su corazón idéntico al nuestro. Ése es el sencillísimo camino de la paz. Todo lo demás puede arreglarse. Ningún interés material llega tan profundo a los hombres como la simple mirada del corazón.

Este prodigioso contenido, lo expresó Galtung sin papeles, con bromas, en un castellano vikingo, como él mismo dijo. A mí no solamente me parece un prodigio auténtico de sabiduría lo que dijo, sino cómo lo hizo: brevemente, sin alharacas eruditas. Sin ser del todo eso que le querían investir en el acto académico.



Y con ello, vemos que la gracia, el arte, la verdadera sabiduría de este mundo, es siempre así: infinitamente simple y sencilla, Y no del todo identitaria. Cuando vemos un prodigio humano, o sentimos nosotros mismos que estamos consiguiendo realmente avanzar, la perfección nunca es algo del todo personal: tampoco es un rapto por el espíritu del genio, sino una verdadera conexión o comunicación con la energía que en el mundo genera todo. Esa energía es la sabiduría, el arte, la belleza. Ella es capaz de todo.

No somos, cuando creamos, del todo nosotros mismos. Estamos conectados. Enlazados a unos ritmos o a una gracia que como en espejo, nos dice primero lo que somos, y luego lo que tenemos que hacer. Como si nos programara internamente.

Si seguimos sus instrucciones con atención, en el proceso creativo, no tendremos dudas de lo que hacer y de cómo hacerlo. Guiados por esa capacidad que flota en la creación que nos rodea de cualquier tipo, extraemos las fuentes del conocimiento, de la belleza o de la verdad, y sabemos lo que hacer. Y a menudo lo que tenemos que hacer no tiene nada que ver con el yo que se supone que somos.

Una de las consecuencias de esa extracción creativa de algo que no somos del todo, es el desprecio absoluto a esas etiquetas del yo que dominan la vida social. Como los intereres conflictivos, no son causa de nada, sino simples síntomas, tal y como explicó sencillamente el gran Galtung ayer. El yo, la autoridad, los cargos o los premios son estupideces estancadas y muertas con las que el ser humano cree hacer una caución de ese poder creador. Sin embargo son completas sandeces, porque como hemos dicho, cuando creamos y vivimos completamente no somos del todo yo. Somos algo más, algo en progresión, algo en camino, no algo reconocido ni aferrado a nombres o signos. Cualquier afán por escalar en los reconocimientos y los honores habla muy claramente de la desorientación de una persona que cree poder luchar contra el mundo por sus propios intereses, sin darse cuenta de que en el fondo fundamental, el proceso de llegar a ser es una conexión y una co-creación con el mundo, en la que no debe haber estorbos a la atención creadora absoluta, que escucha quién es, y lo lleva a cumplimiento.

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Y cuando vemos a alguien que ha escuchado, en la música, en la pintura o escritura, en las palabras humanas, en la tierra, en las fuentes creativas del mundo, quién es y lo que tiene que hacer, lo que sale de la boca, de la poesía, de la danza del esa persona, no es del todo ella misma: es siempre algo más simple, menos, imperativo, menos representativo, que un individuo: es la verdad pura, simple, sencilla. 

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