EGO Y CREACIÓN VITAL



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Para el budismo, el único modo de ser feliz es buscar no únicamente el bienestar propio o de los seres amados, sino de todo el mundo. La imagen de Buda bajo el árbol de la vida, en completa armonía con el ser vegetal dadivoso que genera tantos bienes al hombre, es una buena simbolización del ser entregado a dar y recibir como un auténtico mediador, y la sonrisa tranquila del Despierto es muestra de que ése es el camino a la felicidad.

Esta es la única religión que ha mostrado el camino a la felicidad y el consuelo a todos los males, en la búsqueda de la felicidad ajena. Es la única creencia en la que se reconoce el carácter anegóico del alma humana, es decir, el hecho de que no somos egos, y que nuestro ser es en realidad un mediador, un medio. Nuestra capacidad de amor, empatía y completa simbiosis con lo amado es una buena prueba del fondo anegóico del alma humana, que puede sentir absoluta felicidad viendo la de otro ser, y negando la propia. Esta profunda verdad es también la explicación del ciclo de la vida y la muerte, y hasta de la felicidad y la desgracia en el mundo, que no son sino resultado de las disoluciones y de las concentraciones de energía creadora en los seres de la Tierra.

La paradoja está en que cuanto más mediamos en la extensión de la vitalidad y la energía bondadosa, más crecemos, y cuanto más acumulamos solo en nosotros esa vitalidad y energía, más disminuimos. La naturaleza humana, de acuerdo con el budismo, y con todos aquellos que han percibido esa increíble extensión del yo en los otros, es algo parecido a un fluido en un vaso comunicante. Cuanto más da, más se extiende, y crece en su capacidad de disfrutar lo que comparte. Cuanto más acumula, más se encoge y decrece en sentimiento. Esto explica la infelicidad supina de los que lo tienen todo y acumulan de más,la infinita tristeza de los que ven a su lado la pobreza y miseria sin acudir a ayudar, y la suprema felicidad de los que no tienen nada, pero se han dado en todos los sentidos a un universo con el que están en simbiosis y que alienta en su espíritu.

Esto que es un principio de felicidad espiritual, es igualmente cierto en el mundo del arte. Así, en la creación, el ego del artista es uno de los más temibles impedimentos para conseguir una expresión armoniosa, porque actúa como una barrera que limita la conexión con la energía creadora que fluye a través del artista. Dicha energía no es él, ni su talento, ni radica en su persona. Es algo impersonal, que está en el entorno o que fluye desde otros artistas o formas creadas, con lo que el artista conecta y a lo que aporta la forma y el aspecto individual de la creación.  Pero el artista o creador desconoce adónde le va  a llevar la expresión que acoge, ni qué destino tiene como creador. Su ceguera en este sentido es absoluta y providencial, porque de ella depende la grandeza infinita que puede llegar a hacer y sentir. El artista tiene en sus manos el universo mismo, si se hace tal. Tiene que generar una obra poniéndose al servicio de la misma, y no poner la obra de arte al servicio de su ego de creador, en cuyo caso la obra se encastra y encajona en un nicho.

Podemos imaginar que esta teoría choca frontalmente con el culto al ego creador, al inventor o al autor, en el que estamos tan engolfados en la cultura moderna. Y realmente, cuando abrazamos la idea anegóica de la creación esta se hace mucho más vital en todos los campos. Un profesor atento solamente a enseñar aquello que sabe que es esencial, y no al efecto que causa, es triplemente eficaz. Un escritor centrado en su escritura y descuidado de su imagen de tal, es mucho más auténtico que esos otros que empiezan por crearse una imagen pública y luego se ponen a escribir, sin llegar nunca a satisfacer sus propias exigencias. Todos los creadores son comunicadores, y por ello, deben respetar la ley de la atrofia comunicativa que explica cómo cuando un medio se adhiere a un mensaje debe suprimirse como elemento y asociarse muy generosamente al contenido para dejar fluir el mensaje a través de él, y si no es así, no transmitirá el mensaje.

El ego del ser individual es un medio. Si no se adhiere a otros individuos transportando a través suya la energía vital y la creación, empezará a ser su impedimento. Cada persona debe disolverse en la transmisión del bien, para permitir la creación social de ese bien. Cada ser se deshace literalmente en una vida que va a otros seres, a otras vidas, Ese es nuestro destino. El bien literalmente desaparece en el horizonte de todo lo creado, y ésa es también la explicación de la muerte y la desgracia. Es la otra cara de la mediación del bien hacia el universo, aquello que genera el movimiento de la carencia. La obra de arte que no permanece encerrada en una vitrina de museo, y se disuelve, transmite y deshace en la manifestación de la belleza por el mundo, no es sin duda algo fabulosamente delicado y bello, sino más bien algo que ha contribuido a la belleza universal, inmensa y más allá de todo artista creador, más allá de nuestro mismo criterio como creadores, y se ha destruido en esa fusión. La expansión de la belleza, la creación vital y el bien, renace en forma de vida en el propio universo.

Si se bloquea esa disolución en la vida de un individuo, entonces tenemos la infelicidad, la tristeza y la frustración. Nadie es más desgraciado que el vanidoso, el egoísta, el avaricioso, que retienen y reprimen el libre huir de la fama, la importancia, las riquezas, la misma fortuna, y con ello, la pierden en sus vidas. Por eso quienes calculan muy detalladamente sus esfuerzos para no desparramar energía vital siempre estarán inquietos sospechando el vacío de lo que no sienten, y los que se mezclan con auténtico desvarío con los corazones ajenos siempre tienen esa media sonrisa de la plenitud cuando duermen. 

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