CONEXIÓN HOMBRE Y PERRO

Los que tienen perro y comparten la vida con estos animales tienen una conexión con estos animales que dista mucho de ser simple y de poder entenderse sin más. El tipo de relación, de mutuo entendimiento y sacrificio, de identificación y de dependencia, es lo que los hindúes considerarían kármica, o lo que para los griegos sería un destino.

Tener un perro es una decisión que aparentemente no implica ningún proceso excesivamente complicado psicológicamente. Sin embargo, abrir la ligazón con un animal, compartir su tiempo vital y que él comparta el tiempo humano, entrelazar las situaciones de plena euforia pero también de angustia y dolor, que inevitablemenete se darán en la vida del conjunto hombre-perro, es algo muy profundo y valioso. Creo que esa pulsión profunda con el animal, que llega a vincular ambos corazones en un entrelazamiento de vivencias completamente excepcional -se trata de dos especies distintas- es un logro humano especial y único.

Los perros y los hombres que unen su existencia en pares o conjuntos, destinados a vivir las experiencias el uno del otro, a sentir el trascurso de la vida del animal como algo paralelo y muy cercano, a lo que hemos decidido atender con nuestro corazón, viven otra vida diferente a los que solamente conviven con seres humanos. La vida interespecie es muy traumática porque los ciclos vitales y las peripecias de dos especies diferentes que se ayudan o conviven o trabajan juntas es desigual y está llena de complicaciones, aunque también, de alegrías únicas y de sentimientos fortísimos de comunicación más allá de las fronteras de lo humano.

Tener un perro, para los habitantes de las ciudades modernas, es sin duda un trenzado de sentimientos muy profundos que surcan el mundo de lo suprarracional, de lo que va más allá de tiempo y espacio o de interés y lógica, y vinculan al humano en lo hondo de su corazón con otra vida separada por un abismo de circunstancias y características diferentes. Al poner, como un puente de amor y de empatía, una conexión ante ese abismo, el ser humano no solamente siente a su perro, sino que siente el ser de otro modo, siente la existencia en su recortada definición que se escapa a toda mirada, siente el ser físico, limitado, particular, en el espacio y en el ciclo de la duración de una vida, de formas únicas. Eso sí, todo ello está envuelto en cariño y amor hacia el animal, y aparece como oscura percepción profunda, que muchas veces no se puede explicar.

La conexión entre animales y humanos está lejos de ser, todavía, comprendida en su hondura mayor. Porque se trata de una conexión kármica, que nos marca definitivamente, y que tiene que ver con el ofrecimiento de una existencia ligada a lo diferente, a lo que desaparece y se va en otro tiempo. Es también una ligazón que hace sentir al hombre un amor desconocido, que le revela parte de su propio alma. Es como la otra cara de la existencia, a la que tendemos un lazo, un vínculo de carne viva, cuando nos atamos o atamos a un perro.

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