TEORÍA POSICIONAL


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Para saber qué hacer en la vida, los pensadores, los maestros espirituales, los psicólogos o cualquier otro creador suelen utilizar imágenes físicas, a menudo metafóricas, pero también, en muchas ocasiones, las imágenes y principios físicos presentan una capacidad para entender cuestiones espirituales, de nuestra mente o de nuestra psique, que traspasa la mera analogía para expresar una identidad que cuesta mucho considerar alegórica. Por eso, muchos pensadores hablaban de otro mundo, el de las ideas, o el mundo de la física sobrenatural o metafísica, para dar a entender hasta qué punto es acertado pensar en el alma como en un fenómeno sujeto a los principios del espacio y la materia.

Esto ocurre con la Teoría Posicional que tan bien puede explicar la felicidad de la vida humana, sin necesidad de apelar a principios muy místicos, aunque como veréis, se trata de una verdadera mística espacial. Si consideramos que nuestro ser tiene una posición espacio-temporal determinada, en la que propiamente existe, como cualquier objeto físico, este simple reconocimiento de una posición en un aquí y ahora es el más fabuloso descubrimiento para muchos autores ( de Heidegger a Eckart Tolle, por hablar de dos pensadores asociados a teorías de la conciencia de ser presente ), porque está asociada, esa posición espacio-temporal, al descubrimiento de la conciencia del ahora. Pero aún en otras perspectivas, conocer y descubrir nuestra posición, y sobre todo, las desviaciones y las fuerzas centrífugas que nos hacen desplazarnos de la misma con nuestra mente o nuestro corazón, y los perversos efectos de esta pérdida de orientación, son fundamentales.

La teoría posicional es muy sencilla. Tenemos nuestra existencia en una posición en que habitamos, en la que hemos conseguido llegar hasta hoy, a la que llegan constantemente fabulosos fenómenos asociados con este milagro que es la realidad. Y, sin embargo, nuestros deseos, o nuestros odios, o nuestros anhelos, o nuestros miedos, nos hacen perder la conciencia de esa posición que está unida indisociablemente a la paz de espíritu. Así, ocurre que por perseguir, por ejemplo, un objetivo dado, el individuo se dedica a enfocar todo su ser hacia fuera de su posición: hacia el futuro si es en forma de deseos o anhelos, de ambiciones, o hacia el pasado si es la nostalgia, o el miedo, lo que le mueve de su sitio. Las emociones son propiamente dichas movimientos de nuestra posición, de manera que tienden a desplazarlos o dislocarnos -fijáos en la agudeza de esa palabra aplicada a este contexto- de nuestro ser.

Cuando ansiamos desaforadamente algo, o nos enfocamos con enorme pasión hacia algo, perdemos de vista nuestra posición y el alma literalmente se desgaja en dos, perdiendo toda su entereza. El efecto peor de, por ejemplo, la búsqueda incansable de objetivos que no están en nuestra posición de existencia es sobre todo que dejamos de sentir nuestra posición y todo lo que ocurre en ella: con ello, no sentimos los objetivos que están llegando a nuestra posición, cegados como estamos por salir de ella. Es literalmente igual a lo que ocurre a alguien que está empeñado en salir de una habitación para buscar algo que tiene a su alcance en ella. Este dislocamiento además termina impidiendo que pudiéramos ver lo que ocurrre -perdemos de vista la realidad-, y con ello mismo, nos condena a buscar a ciegas, en la persecución de objetivos externos a lo real, una satisfacción imposible de nuestro anhelo. 

Las fuerzas centrífugas del miedo, el odio, la ambición o la ansiedad literalmente ensucian la capacidad que tenemos para ver con claridad cómo combatir precisamente el miedo, el odio, la ambición o la ansiedad.  El único modo de actuar con claridad (como sabían tan bien Epícteto y los estoicos) es justamente limpiar nuestra percepción posicional, espacio-temporal, de todos los efectos distorsionantes generados por fuerzas que nos desplazan de nosotros mismos. Ahora por ejemplo, con las navidades, con todos esos terribles reclamos de consumo y de euforia condicionada al consumo que literalmente ponen a la gente en posiciones imposibles en las que lo que se genera en realidad no es una felicidad comprada con objetos o comidas, sino una ansiedad y agresividad generada por esa dislocación del ser.

En el budismo del yoga se habla de santosa, contentamiento, como una poderosa fuerza de limpieza espiritual. Es la misma idea. Cuando con espíritu de pobreza limpiamos nuestra mirada anímica y nos fijamos en nuestras coordenadas reales de vida, experimentamos contentamiento: sentimos la pausa de estar en donde realmente existimos, que se acompaña de tranquilidad y de paz interior. Pero a continuación, empezamos a situarnos en el ojo del huracán de la vida más rica, intensa y excitante que está precisamente en el contentamiento, es decir, en recuperar el centro perceptivo donde la realidad se crea. Y asistir a la creación de lo real es ser espectador y participante invitado a la más fabulosa de las fiestas. 

Cuando recuperamos la posición de presente en que vivimos, nuestro espacio vital generado para nosotros y que nos alimenta en su raíz, entonces podemos ver mejor qué acciones, qué omisiones, qué oportunidades, qué innovaciones, se pueden hacer, porque desde la posición real la información que llega es mucho más variada que la que un ego desplazante puede sentir mientras busca alocadamente una zanahoria que vuela sobre su testuz. Quien pierde su posición no sabe quién es. No sabe dónde está. No sabe que le están llamando, que tiene mensajes sin leer porque está ausente de su propia vida. Y a esta confusión, a esta carrera desorientada, nos conminan constantemente la sociedad, los medios de comunicación, la publicidad, que intentan desmembrar el alma de los individuos de su raíz en la realidad y los condenan a flotar buscando indicios de felicidad lejos de su verdadero ser.

La teoría posicional es fácil de aplicar. Basta retirarse un poco, con contentamiento, con un poco de descanso, con un poco de reflexión, al lugar y tiempo reales. Mirar con atención quién es uno. Dónde está y gracias a qué. Qué le rodea. En qué momento está. Y sentir el tiempo en pausa que implica existir, tomando esa pausa como algo que saborear. A partir de ese momento, con la detención en la carrera de las emociones, se empieza a percibir otra realidad. Y sobre todo, asombroso, se empieza a recibir señales e indicios de la increíble y prodigiosa realidad, que llega, como los colores a la paleta del pintor, como una invitación, como una sugerencia, casi como una maravillosa invitación a colaborar con la existencia en su creación absoluta.

Como vemos, se trata de un fenómeno exactamente físico en una dimensión que no es física, como es la del alma o espíritu, la de las emociones y la psicología de la gente. La teoría posicional nos enseña fenómenos físicos que se producen en la dimensión anímica. Es el punto de unión, el enclave único, en el que se une lo físico -los desplazamientos, las fuerzas motrices, los vectores de influencia- con lo psíquico -los deseos, las motivaciones, la percepción de lo real-. Y en ese punto de unión está el vórtice creador, la realidad, en suma.

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Y una vez que, retomando nuestra posición, nos hacemos solidarios de las fuerzas y vectores que caracterizan la existencia física real, se abre con inefable consecuencia la más infinita y libre creación de uno mismo, y por supuesto, de todo lo demás.

Comentarios

  1. Me ha encantado la entrada, Eva. Ya se hace uno pesado con lo de la coincidencia de opiniones, pero verdad es... Fíjate que andaba yo rumiando la imagen de esa posición como un "santuario", que es el punto de partida o estado natural, del que solo nos sacan lo que tú llamas las fuerzas, alguaciles pensaba yo, porque queramos, ya que no tienen derecho a prendernos en lugar sagrado. Lo que tú pintas de forma brillante es la vida en esa posición, ese reducto. Me gusta mucho la idea de que ahí llega la verdadera y prodigiosa realidad, como "los colores a la paleta del pintor". ¡Se ve que lo experimentas (yo hablo más de oídas)! ¡Abrazo!

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  2. Como siempre mil gracias Javier. Esa curioso que cada uno tenemos nuestra propia imagen física del propio ser y que creamos siempre mecánicas y leyes que notamos en esta dimensión... gracias por tu lectura tan atenta, me alegro muchísimo de tanta coincidencia, y de tu gran humildad. Un abrazo

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