UN ARTE MÁS QUE HUMANO
El gran escritor John Berger, en
su estudio de
las pinturas de animales en la Cueva de Chauvet, fue uno de los
primeros especialistas modernos en señalar el carácter eminentemente artístico
de las pinturas primitivas paleolíticas que durante 20.000 años pintaron los
humanos en las cuevas y abrigos de todo el mundo.
Cuando hoy en día se pregunta a
un experto sobre la finalidad que perseguían los pintores rupestres al
representar imágenes de animales, con una belleza fastuosa y delicadísima, a
menudo nos topamos con una interpretación utilitarista espantosa y
ridiculizante: que nuestros antepasados de hace decenas de miles de años
pintaban para atraer a la caza y para favorecer sus intereses puramente
materiales, siendo, en todo caso, una operación mágica supersticiosa, en la
torpe creencia de estos primeros mujeres y hombres, de que pintando lo que
perseguían, lo conseguirían de alguna manera.
Afortunadamente el fabuloso
ensayista inglés, experto en mirar, y
en el estudio de toda la cultura visual humana de todos los tiempos, lanza en
su descripción de la increíble cueva francesa de 45.000 años de antigüedad, las
intuiciones y convicciones necesarias para adentrarnos en este Arte más que
Humano que es el gran legado cultural de la pintura rupestre.
Así, Berger explica que su
impresión es que "El artista primitivo tenía un conocimiento íntimo y
exhaustivo de estos animales; sus manos eran capaces de
imaginarlos en la oscuridad.". En el interior casi abdominal de la cueva
inmensa, silenciosa y oscura, el surgimiento de estas imágenes le produce la
sensación de que "la mayoría de los animales pintados en Chauvet, en la
vida real, eran feroces; sin embargo, las imágenes no delatan ningún miedo.
Respeto, sí, un respeto fraternal e íntimo. Por eso, en cada imagen animal, hay
una presencia humana. Una presencia revelada por el placer. Cada criatura aquí
presente está a gusto en el hombre; una formulación extraña, pero
indiscutible.".
Berger
comprende que este arte rupestre, en su manificencia, surge como una necesidad,
como un proceso específico de conocimiento, en el que de la capacidad de crear
estas figuras con esta perfección se siguen las sucesivas múltiples pinturas que,
superpuestas, inacabadas, interactuando entre sí, a miles de años de distancia
unas de otras, son una multiplicación de un fenómeno absolutamente único, en
el que, como en la estética medieval de Santo Tomás, "el placer
perfecciona la operación". Y el autor inglés llega un paso más allá
al sentir que "los
primeros artistas de aquel lugar fueron precisamente los osos de las cavernas.
Fueron los osos de las cavernas los que inspiraron a los artistas".
Hay mucha más reflexión, pensamiento y capacidad de comunicación en el arte rupestre animal universal, del que nunca se ha sospechado. Y ya es hora de decirlo así. Vamos a explicar por que.
¿Eran los
pintores rupestres los primeros animalistas y ecologistas de la historia
humana? Yo pienso que sí, y culminaron su legado animalista de un modo que
ahora trataremos. Lo primero que tenemos que pensar es que, como afirma
Berger, la intención artística no puede ser instrumentalizada para fines más
bajos -favorecer la caza o ahuyentar la magia, que son fines inferiores y por
tanto difícilmente generarían esta absoluta belleza representada -como decía
Guénon, lo inferior no puede causar lo superior-. La primera idea que debemos
meternos en la cabeza, para poder ver en todo su esplendor el arte rupestre de
esos miles y miles de años que nos ha sido legado para comprender mejor la
vida, es que es arte. Probablemente el más refinado de los modos artísticos que
el ser humano haya podido desarrollar y cultivar.
¿Por qué el
arte rupestre es arte? Es un arte tradicional, en el sentido en
que Anandas
Coomaraswamy describía las formas fundamentales de arte, lo que el
llamaba el "arte normal": un medio de comunicación capaz de
transmitir cómo hacer las cosas de la mejor manera, cuya finalidad fundamental
es transmitir experiencias que ensanchan la libertad y la capacidad humanas.
Esta concepción normal del arte es la que predomina en la cultura oriental, y
en la occidental hasta la llegada del Renacimiento, durante milenios. En
ella, el artista no es un tipo especial de hombre, sino que cada hombre es un
tipo especial de artista. La belleza es una cognición, es decir, un
conocimiento de lo real, de su verdadera esencia, que se produce mediante operaciones en las que se
accede a las ideas, y éstas ayudan a representar la experiencia de modo armónico,
claro e íntegro. No existe el arte como algo de valor especial, sino que el
arte, el fino o el popular, el arte manual o el arte elevado, las artesanías, las poesías y canciones, las decoraciones de utensilios, los edificios o la danza, están integrados en
todas las experiencias cotidianas, sin recluirse en los museos o constituir un
valor inigualable y especulativo. Y en el arte tradicional normal, todos los artistas
son anónimos: simples mediadores, su función es sumirse y desaparecer en la perfección de su
trabajo, y dar lugar a lo que son capaces de ver.
La
concepción normal del arte es justamente la que podemos apreciar en las
pinturas rupestres. En ellas efectivamente el artista es anónimo, no necesita firmar, no está. Solamente está su mirada, increíble, eterna, sobre el animal, diciéndonoslo. Pero hay algo
más. El ser humano no es ni mucho menos central en lo que pinta. Casi se diría que desaparece:
en Altamira y Lascaux, en Chauvet, en tantas pinturas fastuosas, los
protagonistas absolutos, los ejes centrales del arte rupestre son los animales. No los humanos. No estamos en el Antropoceno, el ser humano no se mira a sí mismo. No hay ni un solo rostro humano pintado en 20.000 años de pinturas. Y ¿por qué?
Si apoyamos
la tesis de Coomaraswamy, y las intuiciones de Berger, vemos que ser artista, durante milenios, era ejercer un especial trabajo cognitivo, que por su propia calidad, se difunde y
multiplica. Ese trabajo cognitivo, esa capacidad de ver con el espíritu, de idear, de concebir una imagen, conocerla y representarla,
se basa en la visión de los aspectos más profundos de la realidad que el
artista concibe o genera, que son luego fielmente expresados de nuevo en la obra
artística. El artista tiene una "idea" (en griego, una visión),
intuye una creación, percibe elementos nuevos o especiales de la realidad, siente una existencia. Y
movido por esa capacidad, unido a ese fenómeno, utiliza una serie de herramientas y capacidades para
hacer una "copia" de eso que ha visto en su interior, de esa creación
que experimenta casi como un sentimiento imperioso.
Esta
operación la describe Coomaraswamy hablando del arte tradicional hindú. En él,
como en todo el arte tradicional, el creador saca de su fondo, que es en
definitiva el fondo humano, las formas que ha sentido. Completamente dominado,
"unido" a ese proceso, el artista sigue fielmente su introspección y
usa su pericia para plasmar lo que ha visto. Lo sorprendente de ese proceso es
que lo que realiza es un resultado que tiene belleza, perfección, que es único
y aurático y es la mejor representación de una experiencia que es la nuestra, que nos transmite y que vivimos con él.
En los Artistas del Paleolítico, en todos ellos, encontramos que ese proceso es
particularmente perfecto. De ese proceso, como digo, lo que sale es el universo animal, el
cosmos, la naturaleza, pero sobre todo, centralmente, esencialmente, son
animales. Con ellos es con lo que estos artistas produjeron para siempre un arte capaz de magnetizarnos y llamarnos a la visión animal como medio para sentir la existencia.
Los artistas
rupestres representan animales como resultado del proceso de generación de
imágenes internas que tienen como finalidad ser modelos para la representación
de la máxima experiencia humana. Es decir, no es que consideren que los
animales son dioses o talismanes, no es que quieran cazarlos o los utilicen
como amuletos. Los animales son, en todo caso, mediadores, o medios, para
expresar y alcanzar la experiencia más profundamente humana de la existencia.
Esto es lo que nos dicen las pinturas rupestres. Más allá de lo humano, el artista rupestre comprende mejor que nosotros que los animales -los otros seres vivos del planeta, los seres creados con tal belleza y armonía en esta tierra- son la vía para la realización humana de la existencia. Ni más ni menos. Un planteamiento de una ética y de una sensibilidad insuperables.
La
admiración por su belleza, el conocimiento exhaustivo de su forma y su figura o
sus posturas, la afirmación de su existencia, su vinculación en el mismo
universo en que existe el ser humano. Su impresión en el alma humana. Esa es la experiencia que nos quieren transmitir. Y amontonan una y otra vez el resultado de esta misma impresión interior, de este mismo impulso estético y cognitivo. Esto es lo que transmiten las pinturas
rupestres. La delicadeza de los Caballos de las Cuevas de Minateda en
Albacete, la capacidad de transmitir la pacífica beatitud y el sueño de los bisontes de Altamira,
los increíbles osos, rinocerontes, caballos de Chauvet, o la belleza de la
burrita preñada de la Cueva de La Pileta: son ejemplos de un legado más que
humano que nos dejaron para la eternidad los artistas rupestres.
Lo que
quiero concluir, de esta larga digresión, es que cuando vemos y nos abismamos
ante una pintura rupestre como las citadas o como las miles y miles de otras
que existen, es que se trata de Arte puro. Pero además, es un Arte depurado,
que nos transmite la vinculación con la existencia animal como el Fin Último
del ser humano. La hermandad con el animal, con su ser, con su pervivencia,
está sellada en este Arte para siempre. Es la impresión de lo más externo al humano, de lo más vivo que el humano tiene ante sí. Perdurará porque su esencia misteriosa
emana constantemente un significado que es más que humano. En él, los artistas
dejan de ser de su especie para ser la imagen que pintan, como pedía el gran pintor
japonés Hokusai: si quieres dibujar un pájaro, debes convertirte en pájaro. La empatía es aquí una vía de comunicación abierta durante miles, miles de años, hacia el futuro.
Y los
artistas primitivos no pintaban animales por casualidad, ni porque fuera lo
primero que tuvieran a mano. No pintaron jamás, con el mismo interés ni
capacidad de amor, a ningún homínido. Aquellos humanos iban más allá de su
especie. En su fondo humano el animal, como un ser bellísimo, que surge una y
otra vez, en detalles, en fragmentos, solapándose con otros dibujos y pinturas
una y otra vez, es la gran obra creadora de nuestros ancestros, que usaban los
relieves, la luz, las pinturas, sus manos, todo su ser, para un fin profundo en
el que la ética y la estética se unen.
Sí, los
primeros artistas humanos eran animalistas. Trascendiendo a la especie humana,
evocaban a los animales como las formas más profundamente impresas en sus
almas. Abandonando su ego, más allá de sus iguales, con total depuración
creadora, nos dejaron lanzadas a bocajarro las huellas de un refinamiento
anímico mucho mayor que el actual. Nada primitivo, sino puro.
Primero, qué bien me ha venido repasar lo de la Posición, del anterior post, pues es que ¡enseguida la pierde uno! Como es natural, van unidas las dos ideas. En esa posición de la que hablabas, se entiende lo de que "el artista no es un tipo especial de hombre, sino que cada hombre es un tipo especial de artista..." Qué gran engaño esto de la especialización, por mor de la productividad. Esa especialización que hace que otros te cacen los animales. Yo no soy cazador, pero comprendo que los que lo son atisban algo de esa vida primitiva, donde a nuestros buenos amigos los animales no les sacrificaba un esbirro, sino uno mismo, teniendo así la oportunidad de darle las gracias al bicho por su servicio. Lo digo porque me viene a la memoria cuando lo hacen los indios en "El último mohicano", que es una película que me gusta mucho. Ahora los dogmáticos no admiten la contradicción, pero la vida es eso: para sobrevivir nos comemos a nuestros semejantes (e incluyo en ellos las plantas, que según dicen sienten y padecen: ¡las lechugas gritan cuando nos las llevamos a la boca!), pero podemos hacer arte y belleza de ese ejercicio, o al menos como dices lo hacían nuestros antepasados prehistóricos... ¡Gracias por las inspiraciones!
ResponderEliminarGracias por tu lectura tan atenta Javier. Es curioso que también la pintura rupestre nos recuerda nuestra posición....y nos resitúa sin que lo notemos. Esto son poderes de los creadores, que nos llevan ellos solos hacia un mundo nuevo... abrazo!!!
ResponderEliminar