CÉSAR MANRIQUE, EL ARTISTA ISLA

He vuelto a visitar la isla de Lanzarote, y a recorrer los espacios donde el inmenso César Manrique dejó su obra, convertida en la misma isla canaria. Las Canarias son un paraíso fabuloso, y una de sus mejores cosas, además de una naturaleza edénica, es su gente, que son también, en concordancia, maravillosamente dulces, sabios, y humanos como pocos españoles. Pero Lanzarote tuvo la fortuna de hacer nacer allí a un artista que se ensambló con la propia isla, y que en un proceso absolutamente único, convirtió su capacidad en un sistema linfático para generar, resaltar y crear una belleza y un bien que todavía, a más de cien años de su nacimiento, respiran con vibrante vida. Vamos a explicar el proceso porque es único en el mundo del arte.




Hemos hablado muchas veces de que la capacidad de crear no es algo que radique en un ego, sino que el artista es fundamentalmente un médium, un sistema de conexión que mediante las formas que percibe y que moldea, canaliza la energía vital. Cuando nuestra sociedad rinde culto al ego de un artista, equivoca completamente el proceso. El artista creador no es alguien único, sino que su función es conectar con las fuentes de creación primarias, pues su capacidad de mímesis y de modulación consigue individuar esas creaciones. Desde este punto de vista, todo artista es un fenómeno de simbiosis con la creación vital que le rodea, o a la que ha llegado. Pero por ello, el ego artístico no es el origen ni el eje central de esos procesos que le superan. Lo que consigue un creador es una sincronización, una conexión, y eso es el proceso de creación. Y será tanto más genial cuanto más es en sí una herramienta, un instrumento a través del cual el mundo se perfecciona a sí mismo. Los artistas trabajan con herramientas, se ensamblan con herramientas, y ellos mismos saben que son, profundamente, herramientas. Cuanto más el genio del artista se convierte en la herramienta que usa, más emana de ese proceso la maravilla creadora.




Cuando se visita alguno de los lugares que César Manrique creó en Lanzarote, vemos toda esta serie de ideas plasmada en una realidad inmediata, que te asalta en su vibrante presencia. Está completamente presente en una planta sembrada en un jardín, en el color de una tapicería de una silla, hasta en un tirador de cuarto de baño, y por supuesto, también en obras de arte segregadas, como esculturas, cristales, obras firmadas. Pero la firma de Manrique son raíces vegetales, son maderas pulidas de barandas o disposiciones de rocas, tierra, riego para un helecho.  Es el espíritu del túnel volcánico, pero también de la pintura blanca cómoda para pisar descalzo, o en el espacio convertido en hospitalario para la fiesta y la celebración del crepúsculo. Y por supuesto que Manrique no es solamente una persona, porque su impulso está idéntico en otros creadores compañeros, que tienen sorprendentemente la capacidad de revivir la misma energía creadora. 




Este artista nos permite entender por qué hay una tendencia de los creadores a la hubris, al acrecentamiento del ego. Se trata, como decía Simone Weil, de un plano inferior en que un desarrollo superior se refleja. Quiero decir que, efectivamente, el ego creador del artista está hecho para expandirse, para extenderse, para convertirse en un universo. Pero la equivocación en la que caen casi todos los artistas es pensar que esa expansión tiene que ser Segregada, Añadida, Distinguida del mundo, firmada por un rasgo personal, un Estilo. Y no es así. La expansión del creador debe abandonar el ego creador para entregarse completamente a la transformación creadora. Eso es único, a ese nivel no llegan ni los mejores, no llegó ni de lejos Picasso. César Manrique sí lo hizo. César Manrique eligió convertir su capacidad artística en una función de su tierra, de Lanzarote. Y eso es tan absolutamente único y maravilloso, que el artista lo supo de inmediato. Por eso, afirmaba que él era un contemporáneo del futuro. Sabía que con la operación artística que llevó a cabo, viviría eternamente, en las plantas fabulosas que eligió para adornar y acompañar su vida, en la savia magnífica con la que conectó, a la que albergó y con la que se simbiotizó para siempre, y gracias a lo cual, no hay belleza más fabulosa que la de los jardines que creó.




Por todo esto, César Manrique trasciende las limitaciones que nuestros compartimentos de actividad suponen, porque en su idea de proyectar su energía creadora en la conexión con la naturaleza se sublima el pensamiento ecologista: en su actitud vemos lo que ocurre cuando un artista se convierte en herramienta para resaltar la belleza y perfección de la naturaleza, en un artesano al servicio de la potencia creadora ajena a él: esa potencia se expande y sonríe mediante el artista con muchísima más fuerza. Y por eso, crea universos, ilumina espacios, se convierte en una inmensa fuerza para cambiar el mundo, para generar la auténtica simbiosis que el mundo natural está deseando establecer con el ser humano.

Se sublima en Manrique también el activismo social, porque el impulso artístico y estético se transformó también en él en una conciencia del entorno, y en una lucha para su conservación, de modo que necesariamente parte del proceso creador implica compromiso social, lucha por conservar los espacios, por preservar la calidad de vida en la isla, por impedir el imperio de la avaricia y la especulación. Aquí su "obra" artística implica estar presente en cada problema, en cada asunto que sin una consciencia artística degeneraría la vida de su mundo. El modo de luchar de Manrique no es sencillamente un activismo ciudadano más, sino un activismo artístico, en el que los ojos del artista abren los ojos de los demás, les ayudan a entender y comprender hasta qué punto las necesidades estéticas encajan con las fisiológicas, sociales o de seguridad, en un conjunto integrado en el que el desarrollo humano sólo puede tener un sentido, el de la consagración de lo perfecto. Y en esto Manrique con sus compañeros artísticos y con sus colaboradores consiguió cambiar la conciencia social de la isla, y eso todavía, a pesar de los años, sigue estando vivo, en una población con vocación estética, que permanece vinculada a la idea de que la belleza y el cuidado están unidos a la felicidad humana y a la armonía con el entorno.

En las entrevistas y videos y en los textos, pero sobre todo, en la plasmación de la obra manriqueña, el autor nos habla, nos sigue hablando. Ha conseguido arraigar en el espacio de Lanzarote como las plantas que cuidó o rescató, y que, como un tapiz, recubren con su fertilidad ese espàcio desnudo, simple y sencillo, que abrazó como obra propia. La desnudez de la tierra de Lanzarote, y la desnudez del compromiso artístico de César Manrique, son una sola cosa: en lugar de crearse un monumento personal en su obra, renunció a su obra propia para convertirse en la voz de la obra que le rodeaba, y esa alquimia trajo hasta sí el prodigio de la eternidad. Cuando vemos sus juguetes del viento, que aún decoran las rotondas de las carreteras, y que nos sorprenden con una increíble genialidad al servicio del humilde tráfico viario, y cuando todavía hoy siguen generando riqueza y atractivo hacia la isla, vemos algo del futuro: un tipo de artista que aún no es el común.

César Manrique, porque limpió las fuentes del lujo y la opulencia creadora, hizo que sirvieran siempre a la sociedad lanzaroteña. La capacidad del artista es, como decía Saint Exupéry, la de disfrutar de las mayores delicias y deleites de la vida, en su percepción sensible y en su gusto, además de en su comprensión creadora. Los artistas saben por experiencia lo que es el lujo, lo que es la opulencia y la riqueza, y saben fabricarlas o emularlas, por eso sus obras alcanzan gran valor y se intercambian con la riqueza o son adquiridas por grandes sumas. Pero de nuevo este es un plano inferior de reflejo de uno superior, pues la verdadera función del artista es la de poner a disposición de la sociedad los elementos y obras que disfrutar en su opulencia. Cuando vemos una sencilla papelera de hierro en un cuarto de baño diseñado por Manrique en un parque público, o cómo ha organizado la disposición de unos asientos de madera noble para sentarse a disfrutar del aire puro, es el auténtico y absoluto lujo artístico al servicio de los ciudadanos, un despliegue de riqueza increíble para potenciar las sensaciones, las percepciones, los pensamientos, para lo que el artista se ha dado, se ha volcado en una empresa de canalización de su gusto para obras públicas, para la creación de la vida común  que compartimos, y también para comprender hasta qué punto el mayor lujo humano es sembrar, sencillamente disfrutar del cielo al anochecer, de la tierra olorosa en la lluvia o del profundo verde de la planta sana. Convertirse en un administrador de la magnificencia para sus vecinos y compatriotas, es algo que muy pocos creadores han llegado a entender. Manrique lo hizo.






El fenómeno César Manrique es realmente único en el mundo del arte. Un caso único de ensamblaje total de una genialidad absoluta que en lugar de distinguirse, abrazó fines externos a sí misma, y con absoluta sencillez, se convirtió en un instrumento al servicio de las fuentes creadoras naturales, populares, y de esta manera adquirió una resonancia inmensa, dentro de un cauce poderosísimo, telúrico. Hijo de la tierra, y tierra viva, Manrique es un ejemplo único de cuál es la aventura de la experiencia creadora, cuál es la verdadera función, aún desconocida, del arte en la vida humana. Un prodigio que sigue esperándonos, desde el futuro.





Comentarios

  1. Prefirió “ser la voz de la obra que le rodeaba”. Qué bien quedó esa expresión. He googleado un poco para encontrar las citas de cosas que en algún momento había leído y me sonaban parecidas. Está la del místico sufí Hafiz: « soy un agujero en una flauta por el que se mueve el aliento de Cristo » (era musulmán mas no sectario y se refería a ese Espíritu que al parecer es el que toca su música a través nuestro, pero solo si le dejamos pasar…) O la de la monja del siglo XIII Hildegarda de Bingen, esa señora tan interesante: “El hombre sólo puede cantar los misterios. Es una trompeta que no produce por sí misma los sonidos hasta que alguien la llene de aire.” Pero lo de Manrique está muy bien visto, es un plus, porque es sentir ese aliento en otra obra que ya está hecha y está muy cerca, solo hay que escucharla. No, como por cierto, el Google viajes de mi coche, el del Car Play, que dice que no me escucha… Qué indignante, vaya algoritmo que tendrá, si ni siquiera escucha, cómo me va a oír! Abrazo!

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