DE LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA COMO FRACASO (R)EVOLUCIONARIO

 He dedicado muchas décadas a enseñar en la universidad y jamás me he apartado ni un milímetro de lo que, con convicción, consideraba mi objetivo esencial: despertar o hacer crecer en la gente joven un idealismo absoluto hacia el conocimiento y su comunicación, que abarcara cualquier aspecto de la vida. Desde que comencé, hace veinticinco años, a dar clases, he seguido ciegamente este objetivo, movilizado por las ideas, las lecturas de donde provienen éstas, y su comunicación y ampliación constante. Este objetivo lo he seguido intuitivamente, de una manera más bien abdominal, con mi energía más profunda, y es el que me ha llevado, por raros caminos, a una interdisciplinariedad -casi diría, como Donella Meadows, pensamiento sistémico completamente híbrido-. Pero ahora comienzo a entender el sentido de esa intención profunda, más allá de mi propia intencionalidad, por mover en el estudiante la vida intelectual dirigida hacia la búsqueda idealista de la verdad y la belleza. 

Creo que la enseñanza universitaria es, a pesar de albergar este objetivo profundo, en las voces y en las manos de sus docentes, un fracaso absoluto. Lo es porque no alcanzamos ni de lejos el que es verdaderamente su objeto: convertir a la gente joven en movimiento revolucionario de orden intelectual, ético y social. Este es el verdadero fin de la educación. Este es el fin truncado, el objetivo jamás planteado, de la enseñanza humana. Hacer, con el espíritu juvenil, lo que se puede hacer con él. Lo que jamás se hace.

Nos hablan hoy los psicólogos expertos en el cerebro adolescente y juvenil de su configuración peculiar: su extremo idealismo, que les lleva a adoptar decisiones vitales trascendentales e inamovibles. Su extrema sociabilidad, que les mueve a buscar, y a sufrir, por los problemas de la comunicación humana, en un grado que nunca se repite en la vida individual. Su sensibilidad muy marcada que construye experiencias profundas, cristalizadoras. Y su absoluta, increíble, fabulosa limpieza a la hora de emprender la comprensión, de buscar la empatía, de afrontar cada situación, de modo que en los jóvenes hay, por regla general, una profunda inocencia. 

Todos estos elementos son oro molido que está a la espera de una dirección fértil y rica en desarrollo. Para el compromiso moral, para el profundo enlace ético, los jóvenes tienen una materia prima increíble. También para la sensibilidad de los problemas y para afrontar con amplitud la realidad que les rodea. Ese material humano de base, esa capacidad anímica, es pisoteada, destrozada, envilecida, en nuestros flamantes estudios y enseñanzas. Desde que se manifiesta, se la ignora, se la posterga y no se fomenta el desarrollo del compromiso, con la inteligencia y la sensibilidad a su servicio. En lugar de supeditar toda la formación a preservar estas capacidades increíbles para que se hagan fuertes en cada tipo, lo que se hace es dejar de lado esas capacidades en favor de competencias estúpidas, habilidades simiescas, un sentido imbécil de la ganancia y el egoísmo, y una absoluta complacencia en los "éxitos" profesionales y académicos que se basan en dejar de comprometerse, dejar de sentir y dejar de pensar críticamente.

Así, lo que entendemos por "estudiar" , es desgraciadamente olvidar lo esencial. Es dejar de lado esa increíble potencialidad espiritual e intelectual, ética y social, de la gente joven. En los estudios se favorece un éxito basado en un esfuerzo ciego, para un objetivo al azar. Se premia el trabajo a destajo sin sentido, y cuanto menos sentido, más loable el grado de desempeño del estudiante esclavizado. Las calificaciones se luchan como si fueran presas que cazar. Se compite con los demás y se favorece un grueso sentido de insolidaridad, porque "estudiar" es vencer, superar a los demás, aplastar los desafíos. Como se ve, una completa basura formativa domina nuestra idea de "estudiar", muy acorde, además, con el sentido de "disfrutar" que se cultiva en paralelo, y donde todo radica en el disfrute propio, en el consumo material, en la evasión mental y corporal para la que tampoco quedará ningún recuerdo, ninguna huella. Como auténticos subindividuos, enseñamos a los jóvenes a abandonar todo idealismo, todo compromiso y toda solidaridad, y por encima de todo, los hacemos mucho mucho más imbéciles de lo que eran cuando comenzaron a estudiar.

La tragedia de nuestra sociedad es que, deviniendo cada vez más y más tonta, no es consciente del proceso, lógicamente. Instilamos en la gente joven una incapaz y estúpida relación entre conocimiento y poder, que los deja sin raíz para el crecimiento vital para siempre. Y lo que llamamos educación es todo menos eso. Ni de lejos vislumbramos la razón, por la que los docentes tenemos esa profunda llamada a incendiar con la palabra los corazones, como decía Pushkin. Esa intención semiconsciente proviene del verdadero sentido de la enseñanza: si implantamos en un corazón joven, dotado de amor, de capacidad de amor, y de capacidad de aprender, como lo está, la semilla de las profundas verdades humanas y las experiencias que traspasan los siglos, estaremos inoculando una verdadera evolución. Eso sería la verdadera enseñanza.

La enseñanza universitaria es un despertar revolucionario. Es culminar la dirección de desarrollo que debe llevar una persona, hacia las formas del conocimiento perenne, hacia la búsqueda de la verdad que guía el sentido de la justicia, del amor y de la protección de la naturaleza. De estas competencias es de las que los jóvenes tienen que oír, y ver, y desencadenar definitivamente. En su potencial de evolución solamente esperan una confirmación que llega desde muy lejos, y que va mucho más allá que ellos. Pero la canalización que se hace de ese proceso hoy es un auténtico fraude y una estafa. Dentro y fuera de las instituciones educativas, a las personas se nos conduce al vacío y a la muerte absoluta de nuestro espíritu. Y encima, se le llama "educación y desarrollo humano".


Comentarios

Entradas populares de este blog

LA VIDA LITERARIA Y LOS PEDANTONES AL PAÑO

el arte y el ego

LENGUAJE ES SIMPLICIDAD (2)