COMUNICAR ES VACIARSE, Y NO
LLENARSE DE INFORMACIÓN
Cuando imaginamos la
comunicación, siempre pensamos que es un proceso en el que algo viaja de un
emisor a un receptor, mediante un canal. Algo parecido a un paquete, que
termina reposando pasivamente almacenado por su receptor en un conjunto
semántico de elementos poseídos. La idea de que un mensaje siempre suma, y no
resta, ha prevalecido para entender el proceso comunicativo.
Sin embargo, nuestra experiencia
comunicacional más auténtica no encaja con estas imágenes en las que la
comunicación se parece al consumo, y en las que se pinta una acción física para
los mensajes en la comunicación: son enviados, recibidos, almacenados,
poseídos. Como si pudieran colocarse unos sobre otros, en una acumulación de
sentido.
Como decía Marcel Proust del acto
de la posesión carnal, en éste nada se posee, y esto
mismo ocurre con la comunicación: en la comunicación más auténtica, nada
recibimos, nada consumimos. Quizá podríamos decir que la comunicación verdadera
nos posee a nosotros, vaciándonos de todo el ruido, de toda la maraña de
infoxicación, que desgraciadamente hoy en día nos rodea.
Como hace algunos años
observábamos en la Teoría de la Información, cuando contemplamos un paisaje, y nos
llenamos de su belleza, nos lavamos los ojos. Ver, en profundidad, es lavar y
limpiar la mirada. Cuando alcanzamos el sentido profundo en la comunicación, y
el sentido de algo se nos hace nítido y crucial, olvidamos muchas cosas
superfluas. Y podríamos decir que cuando
algo nos comunica un sentido, nos vacía, más que nos llena.
Una de las imágenes más claras en
este sentido es la del sistema de émbolo. Cuando inyectamos un líquido en un
cuerpo, al mismo tiempo generamos un vacío. Cuando comunicamos bien, es como si
ambas operaciones fueran simultáneas. El
sentido de un mensaje auténtico nos ayuda a ajustar lo que percibimos, como si trabajara en un retroceso. Todo cuanto de insignificante, abrumador o complejo
nos rodea, se pierde gracias a un buen mensaje, sea en arte, enseñanza o periodismo. Y nos parece que no es necesario saber más que lo que se
nos está transmitiendo. Ya decía Flaubert, que con leer cinco o seis libros,
seríamos muy muy sabios.
COMUNICACIÓN Y CATARSIS
Los griegos conocían la
interconexión entre la comunicación y el proceso de limpieza, o catarsis, como
ellos lo llamaban. Las formas de su cultura en las que la comunicación,
representación o puesta en relación entraban en funcionamiento,
podían ejercer funciones más profundas que las puramente aparentes y engañosas del llenado y consumo
de signos y significados.
Que un pensador pueda comunicar
más cuando no comunica, o que la máxima proclamación de una religión se manifieste en
el secreto y el silencio, son ejemplos de sus ideas refinadas de la
comunicación. Sócrates y Platón representan arquetipos de una comunicación no
transmisiva ni transitiva, en la que el silencio, la pregunta, el testimonio
indirecto y el enigma son más cruciales que la afirmación, la doctrina, la
autoridad o lo sabido. No saber nada era, para los griegos, el culmen del
conocimiento. Y fueron más allá, con Heráclito, al descubrir que los procesos
más simples están marcados por la contradicción y el oxímoron, es decir, la
coincidencia de contrarios; para los griegos, el sinsentido genera sentido
mediante su acción catártica.
La sensación de un significado
completo, de una comunicación de verdad, es una sensación de purificación. Como
si se adensara algo ya sabido. Como si la comunicación diera más peso en
nuestra mente, a ese proceso. En lugar de transportar alguna cosa, el proceso
parece transportarnos a nosotros, situarnos un poco más centrados, más
acertadamente situados, en las resonancias de sentido de lo que ya tenemos por
cierto, de lo que ya hemos abrazado como verdad. En lugar de aportarnos
información, la comunicación auténtica parece trabajar desprendiéndonos de
información irrelevante, de toda la que es un obstáculo para nuestra atención.
Esa sensación de desembarazarse de lo accesorio, de descartar lo que impide ver
y saber, es el proceso por el que aprendemos, o recibimos, un mensaje valioso.
En el estudio de la información, sabemos muy bien que ésta va siempre acompañada de ruido: se trata
de aquella información desvinculada, equiprobable, incierta, que impide el
acceso al significado. Este es siempre une reducción del ruido: una
vinculación, o combinación fijada, entre signos, de cuya fusión y ensamblaje
sale una síntesis creadora. Y eso es la información, no simplemente los datos
caóticamente fluyentes en el universo comunicativo, sino la combinación
reductora que nos transmite lo esencial: una simplificación que es más completa
que sus ingredientes iniciales.
COMUNICAR ES REDUCIR A LO CRUCIAL
Todo esto tiene una muy profunda
relación con la verdadera esencia de comunicar. Hoy en día, en que vivimos
permanentemente enganchados a tecnologías que parece que nos garantizan los datos y los vínculos, nos sentimos
profundamente vacíos y solos, y ello porque seguimos creyendo que comunicar es
un proceso acumulativo, de consumición de datos, igual que el consumo de
alimentos o de objetos. Pero la comunicación es un proceso inmaterial, que
afecta a todo lo real. En ella, el vínculo y el acceso a la información crucial
se producen por la reducción de complejidad, y la unión semántica., que siempre siempre reduce información.
Lo que llamamos entender un
significado es establecer un nexo entre un signo y lo que representa. Cuando
comprendemos una cadena de signos en un texto, el vínculo y nexo entre
elementos crece, y eso significa que podemos reducir su complicación y dispersión. Cada mensaje supone simplificar y conectar lo disperso, resumir y
reanudar lo que parece sin relación. En la esencia misma de cada comunicación
debe estar la "communio", es decir, la unificación, sea de los contenidos, o sea,
y ahí damos el salto, de las personas que a través de los contenidos, se
sienten ligadas.
Esto implica que comunicar no es
sumar y sumar elementos en un conjunto, en el que cuantos más elementos allá,
mejor se comunica. El proceso informacional y el semiótico implican que menos
es más: el sentido despoja y desnuda de insignificancia, de datos inútiles, de
ruido, lo esencial que debe transmitirse.
Esto es posible porque todo el
significado de las cosas y de la realidad que nos rodea está interconectado. El
sentido es algo común, que como un árbol, cuanto más se extiende más unificado está, igual que lo es el desarrollo de la inteligencia, aunque
hoy estemos empeñados en acumular incongruencias y diversificaciones como si de
por sí, y sin el sentido, valieran algo. Somos chamarileros de una comunicación incapaz de
encontrar su propia riqueza, y su sentido, en el universo caótico de datos en que hoy nadamos.
Comunicar de manera auténtica es,
desde lo más profundo de la esencia de los signos y la información, reducir la
incertidumbre y centrar en lo esencial. La conexión intersemiótica de los
textos es un símbolo de la conexión de las mentes o "commens" de la que hablaba el gran Charles Peirce. La nitidez, en el tiempo y en el espacio, de los grandes mensajes, cada
vez más únicos y profundos, es el centro y modelo de lo que debe ser nuestra
comunicación. Hablemos, sí, pero no para rellenar el espacio y el tiempo de basura
infoxicativa, sino solamente para generar un vacío con ella, lleno de sentido.
Eso es Javier. Lo esbelto. Muy buena idea.
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