La sonrisa egipcia y el reino animalista

 


Una cultura, afirmaba Osvald Spengler,  no es sino una raíz a la tierra y a la naturaleza: energía morfogenética que se produce y que florece con el vínculo de los seres y formas vivas del planeta.  En esa fusión,  que es una gran comprensión entre especies y formas de vida,  la cultura desarrolla las formas de la belleza y la sabiduría unidas.

Esas formas contienen información  que proporciona felicidad y paz a la especie humana, porque da un sentido trascendente, y ético, a nuestra vida.

Estos conceptos tan complejos son sin embargo muy fáciles de sentir cuando presenciamos, y nos  fascinamos, ante una cultura como la antigua de Egipto.

Cada año, millones de turistas acuden atraídos por el exotismo, la llamada y la belleza, a contemplar los tesoros milenarios del mundo egipcio. Millones de viajeros miran y se enfrentan al mensaje que la cultura egipcia viene transmitiendo, desde hace milenios, a la humanidad.


Es sin embargo un mensaje oculto el del libro de formas que es leído, atendido, por miles y miles, y que habla con imágenes, con gestos y con representaciones.

Una infinidad de signos, de imágenes que evolucionan a códigos y lengua,   un esfuerzo proverbial de comunicación  está allí desarrollado con una tecnología de la expresión compleja y riquísima.

De esa riqueza,  la profusión del lenguaje animalista y ecologista del mundo poético del milenario Egipto es la capa semántica más profunda. 


Los guías turísticos, los historiadores o la información habitual, no llegan casi nunca a señalar el mensaje de la profunda conexión natural y animal de la cultura egipcia desde hace 7000 años.

La historia, a veces por una obsesión superficial y estrecha con la literalidad, solo transmite, de esa cultura, el relato de poder, guerra, ambición y maniqueísmo. Nos explican términos relacionales mentalmente planos,  negando la inteligencia de los antiguos,  con un sentido mecánico y opacante.

El ruido creado por la comercialización turística de los descubrimientos históricos, también esconde en los textos y palabras turísticos, el  sentido de un contacto profundo entre humanos,  naturaleza y animales, que aparece ante la mirada del visitante.



Los mitos deshuesados, la interpretación raquítica del simbolismo, con el que todo se explica,  impiden difundir el profundo sentido de las representaciones egipcias que nos gritan su legado, escrito con intensa atención y continuidad, durante tantos milenios.

Nos dicen,  para acallar nuestra curiosidad,  que lo que significan los templos, las imágenes, es simple juego de furia, violencia, superstición y antropocentrismo. 

A menudo los visitantes de Egipto se van de vuelta a sus países, saciados con un tesoro de imágenes, formas y acentos que, según les han relatado en las historias y  museos, no son sino casuales resultados de una vida sin profundidad. Es terrible que el turismo no sea capaz siquiera de rendir justicia al fondo riquísimo de sentido y significado del que bebe su desarrollo.

Pero de nuevo ¿qué  sentido es, el del arte, la cultura,  la civilización Egipcia, en su.lenta evolución desde 7000 años atrás, hasta nuestra era? ¿ Por qué es vital hoy?

Cuando se visita Egipto, se conoce un país en un ecosistema natural en torno  al gran río Nilo, donde  la mágica y opulenta naturaleza africana generó un mundo animal y vegetal de una fecundidad, armonía y belleza absolutas. La ribera y el valle del Nilo, en territorio desértico de riqueza mineral enorme,  generó  un paraíso de especies, aves, mamíferos, árboles, plantas,entre las que estaba la especie humana. La cultura y civilización egipcias, previas a la árabe, desarrollaron refinados conocimientos para cuidar, aumentar y enlucir ese inmenso paraíso, aprendiendo a convertir la tierra yerma en  oasis y vergeles, las arenas secas en los pigmentos fabulosos de su delicada escritura.



La especie que vino a poblar, a desarrollar su vida, y a ensamblarse con las otras especies de vida en esta tierra, evolucionó culturalmente en una inmensa energía de formas.

La cultura egipcia no es sino  el espejo milenario de una comprensión, de una comunicación, entre los pobladores de la tierra egipcia y las especies animales y vegetales en esta zona.

Un espejo especialmente capaz, inteligente, lúcido y completo. Un sistema traductor en el que las formas animales caben en su naturaleza profundamente unida al ser humano.



Egipto es una verdadera cultura, en la que el ser humano habla verdaderamente con sus animales, con las especies, en un diálogo que ensalza la vida y a través de ella, vence a la muerte.

Y esta civilización realiza un gigantesco esfuerzo milenario por escribir esa fusión, por dejar impreso un cosmos de inmensa atención a los animales y vegetales, plasmado en un documento visual y simbólico único en el mundo. 

En ese documento, la cultura deja su huella de inmensa mirada a los animales, con la  vida humana  fundida en ellos.

No se trata de una visión interesada o instrumental. Es una captación profunda y comprensiva de la naturaleza de los otros  seres en la Tierra. El legado egipcio  es una mirada sobre los seres del mundo, mirada capaz de iluminar otras civilizaciones como la griega, y de volver sobre sí misma milenios después, en ciclos de sincretismo y de fecundación seculares, desarrollando un florecimiento cultural inmenso.

Cuando vemos los dioses egipcios, dejando a un lado paupérrimas  interpretaciones utilitaristas o insensibles, y abrimos de verdad los ojos, vemos la capacidad de mirar a los animales de los antiguos egipcios: la delicada mirada, la mirada integradora, complementaria, profunda, que ensalza al león, al halcón  al mono, al cocodrilo, al ibis o a la abeja. Hasta los pequeños insectos, hasta las plantas más humildes, los modos de ser de animales y vegetales son coronados,   admirados, amados y divinizados en el mundo egipcio. Al contrario de lo que nos enseñan, los animales representados en Egipto no son usados para fines de superstición, utilitarismo o por simplicidad de juicio.

Muy al contrario, las historias humanas son usadas para exaltar, rendir homenaje y celebrar al animal y al vegetal.



Mi opinión es que la cultura egipcia, como todas las culturas más profundas y auténticas, son homenajes animalistas y construcciones del sentido ético ecológico de la existencia humana.

No tendría sentido, o sería una monstruosa e incomprensible obsesión, que las bellísimas formas que constituyeron los conceptos, los nombres  y las presencias egipcias, obedezcan al capricho o a la casualidad.

Cada animal humano, cada símbolo proveniente de una forma natural, a menudo fundido en un símbolo de contradictorios componentes orgánicos, que se trascienden en una visión superada de la especista, es un mensaje, una clave de comprensión de la realidad.



El mundo de los dioses egipcios, de las formas vegetales y animales integradas en la representación humana, ensambladas e hibridadas con ella, es un mensaje de profundo animalismo.

Lo que nos dice es que trascender la forma humana para sentir la vida animal es el camino a la divinidad. Y que la comprensión, integración y generación de ese ensamblaje humano natural es el secreto y la clave de la verdadera unión transformadora de la vida humana.

El hombre sólo podrá entender su sentido en la vida cuando comprenda que debe generar un universo integrado.en el sistema del planeta, como animal capaz de comprender, cuidar, exaltar a sus compañeros de viaje.

Cada simbólico  ser antropozoico  o multizoico, cada fusión conceptual, articulada y rica, es un instrumento para subir de nivel lógico y entrar en el nivel sistemico superior, integrador, ecológico, de la existencia.

Hacer del animal un dios es ser realista, es mirar con verdadera altura el mundo en que existimos. Es ver en el animal la puerta para subir a la visión que supera la dimensión de la vida humana egoica. No en vano estos dioses, estos símbolos, ayudaban a atravesar la vida y a entrar en la muerte, considerando el


vínculo esencial que choca con las categorías mentales pasivas como  con la tragedia de la existencia.

Ese y no otro es  el legado de la cultura egipcia. No las historias de poder o vanidad, no las de las guerras, imperios o las líneas generalogicas.  Esa es la parte más superficial.

Egipto es más: es una cultura obsesionada y dedicada, con toda su energía, a la comunicación: a la creación de un mundo de formas en las que la perfección natural y la armonía del entorno fueran el mensaje especial que dejar al futuro.

Inmensos,  increíbles palacios consagrados a la representación de una visión integradora, en infinitos lugares,  hablan con sistemática constancia. Es decir: infinitos simbolismos acompañan a las manos oferentes, las suaves sonrisas, las insistentes formas de venerar en el mundo egipcio.

El respeto por ese mundo animal está en la imagen, está en su pragmático contenido, y está en el desarrollo de la escritura, como último regalo de un sistema de comunicación generativo, capaz de dar frutos del pensamiento a partir de su hábito de amor a las formas.

La forma de mirar las cosas que tenemos es importante. Si miramos con atención a Egipto, veremos una cultura de amor, animalista,  femenina, hibridada, unitiva.  Veremos la exaltacion de la simbiosis respetuosa con la existencia.

Veremos la trascendencia de las especies y las categorías, la búsqueda fina y suave de las similitudes y armonías, hacia el paso final que une la vida y la muerte en una gozosa transición multicolor.

Veremos, finalmente, un sistema ético articulado en un lenguaje, en un código mental en el que nuestra racionalidad, por fin, eleva las alas hacia el sol.



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