HUELLAS

 El ser humano tiene una gran obsesión por las huellas, rastros y señales o indicios que va dejando en su existencia, en su trabajo o con sus actos en la vida.  Recientemente reflexionaba una investigadora sobre las huellas digitales, ese universo ligado a la tecnología, en el que datos y datos, señales y marcas, fluyen por millones en nuestras actividades en el medio digital, y es curioso que todas nuestras huellas se han convertido allí en algo precioso, con lo que se trafica y que deseamos controlar o dominar. Se diría que en el soporte tecnológico hay más huellas cada día, que en la blanda arcilla del campo. Pero ¿por qué? ¿Qué son las huellas y por qué nos preocupan tanto?


Las huellas son lo que en Semiótica se denominan signos indiciales o indicios. Estos signos tienen una relación con su significado de directo contacto: dejamos una huella al caminar, que se produce cuando contactamos con la tierra que pisamos. Los signos indiciales también nos conducen hacia el objeto que representan, como hacen las flechas y señalizaciones, que son direccionales. También, los signos indiciales son a veces residuos o rastros de los objetos representados, como el humo del fuego o el agua fría del hielo que se ha derretido.  Todas estas huellas e indicios son los signos de la Relación, por excelencia: son los signos que surgen del contacto, de la conexión, de la participación en lo que significan. Y ahí está el quid de la cuestión.

Es curioso que en el arte rupestre la representación animal suela ser mediante imágenes o signos icónicos, que son de otro tipo diferente, pero los seres humanos tienden a representarse con huellas de manos impresas o- recortadas en negativo, de modo que, desde muy antiguo, preferimos representarnos con huellas de un contacto directo, con la superficie o mundo en el que estamos. Somos sin duda una especie apasionada por las huellas, de las impresiones rupestres a las evoluciones tecnológicas de este sistema, como son la imprenta y hasta la fotografía, sistemas todos basados en el contacto y su reproducción.



Los animales no humanos utilizan signos indiciales como los rastros, residuos o huellas para orientarse, para marcar su presencia o también para transmitir significados.  Como afirma Gregory Bateson, los animales se refieren a todo por  su relación, en lugar de por el contenido, poniendo en acción el quién o quiénes y dónde  o cuándo, y dejando el qué para ser evocado en un segundo plano.  Así, nuestro gatito, para pedir leche, emprende una conducta cariñosa rozándose acaramelado con nuestras piernas y con esos gestos tiernos, viene a insistir en la relación que tiene con nosotros, para que a partir de ella, le demos la leche que pide. Los perros son fabulosos semiólogos indiciales cuya comunicación con nosotros se basa siempre en el contacto y la direccionalidad, y saben seguir rastros y convertirse ellos mismos en flechas indicadoras, como nadie. Todos los animales usan las huellas para indicar relación,  y en ella quizás, su identidad. Conocen perfectamente el poder significativo de estos signos.


Hay un tipo de pensamiento humano que se conoce como mente indiciaria, que trabaja con las huellas, los residuos o los rastros.  La ciencia misma, en mucha medida, es el arte de seguir e identificar huellas, residuos y rastros. La manipulación y el estudio de los modos de contacto y de relación interdependiente de las cosas puede ocupar a detectives policíacos, a médicos y analistas, o a etnólogos y paleontólogos. Cuando una huella, un rastro, una señal indicativa, nos conducen a una evidencia o revelan una conexión entre las cosas, somos capaces de entender y saber lo que ocurre. Los cánones de causalidad que estudiaba John Stuart Mill categorizaron de manera muy clara estos procesos al describir  cómo observar la presencia o ausencia, o las relaciones cambiantes, entre los elementos de una situación o caso,  y cómo sus relaciones y contacto pueden conducirnos a desvelar sus causas.

Pero las huellas, marcas y rastros o residuos y flechas, son un tipo de signos capaz de ponernos en estrechísima conexión con lo que representan.  Y por eso, además de usarlos para nuestra inteligencia de la realidad, los usamos sobre todo para nuestras emociones y sentimientos, porque las huellas pueden ayudarnos a una completa implicación en el mundo en que vivimos o con la gente que nos rodea. Como las huellas y rastros pueden contactar con lo real de una manera poderosísima, los usamos para manifestar amor en talismanes o regalos que materializamos o entregamos a otros, y en objetos, espacios o restos, para recordar a personas en estatuas o tumbas, porque las huellas tienen la capacidad de resucitar aquello que representan, en nuestra memoria.  Restablecen y hacen revivir memorias completas, y pueden cambiar nuestras emociones profundamente.







Los signos de la relación que son las huellas los usamos los humanos para expresar la identidad, para indicar la fiabilidad, para marcar la autenticidad, y ahí están las huellas dactilares, los sellos y plicas, o la huella digital de los certificados. Por una especie de asociación secundaria, concedemos valor a cada huella, y de ahí que el mundo digital esté repleto de huellas, de rastros y signos que con nuestra presencia y acción vamos dejando, y que, al tratarse de un universo tecnológico, impregnado de lo imaginario, parece que conservan el olor de humanidad y que tienen algo así como un valor de contraste en él.  Miles de sabuesos de las marcas digitales rastrean sin cesar ese lienzo lleno de datos que es la red,  pero me temo que a esos residuos sin fin les falta lo esencial de las huellas imperecederas, y me explico.

Nos engañamos si pensamos que toda huella es valiosa. En realidad, depende de sobre qué terreno queramos dejar huella, para que esta sea realmente algo valioso de por sí. A menudo dejar huella no es un fin en sí mismo, sino que es el efecto de una causa mayor que ella, que le da valor. Cuando una acción es muy valiosa, deja huella. Y muy a menudo, esa huella es inesperada. Una acción heroica que parece hundir a su protagonista en la destrucción y el aniquilamiento, puede permanecer viva en la memoria porque resurja en quienes produjeron tal destrucción, dejándolos para siempre marcados con ella. Dejar huella no es fácil, aunque haya quien se empeñe en intentarlo sin cesar. Decía Maquiavelo que en su tiempo había un rey que no tenía nada de tal sino la corona, y así dejó su recuerdo, mientras  que  a otro personaje, que era completamente elevado y noble en sus acciones, solo le faltaba aquella para serlo. La profundidad de una huella viene determinada por el peso de aquello que la imprime, y está intrínsecamente conectada con el valor que la causa. Por eso hay seres, sentimientos, acciones, que no es que dejen una huella imperecedera, sino que ellos mismos son la causa continua del rastro siempre vivo que generan. 




Las huellas no son importantes por su acumulación, ni por su tráfico, ni porque las unamos al pasado, ni porque parezcan algo así como sombras chinescas en un impoluto mundo blanco tecnológico. Las huellas son, como los animales saben, caminos que nos dirigen a lo real porque están íntimamente conectadas con el ser,  y porque nos muestran que no somos nada sin una relación directa y de contacto con el mundo y la vida, con los que tenemos que estar en un contacto constante, nutritivo y amoroso. El sentido de una huella es siempre la conexión con el corazón, con las ideas vivas, con la fuerza irredenta de la existencia que supera el tiempo y la distancia, como superaba el pequeño zorro del desierto del Principito la ausencia de su pequeño amigo rozándose con el mismo color de su pelo rubio al entrar en el dorado campo de trigo .


Las huellas e indicios tienen tanta conexión, que a veces son lo que representan, como cuando damos un abrazo en señal de amor con el mismo cuerpo que ama, o cuando nos entregamos a una causa con nuestra propia vida porque eso da un significado a nuestro ser. Quizás esta sea la explicación para el verdadero valor de las huellas, que pueden llegar a envolvernos en su sentido y de esa manera darle a nuestra vida uno,  en una relación profunda de conexión y entrega.




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