EL FALSO ESPÍRITU RELIGIOSO DE LA ULTRADERECHA ESPAÑOLA y LOS NUEVOS LÍDERES NACIONAL CATÓLICOS
Hay estudios muy importantes de autores de consolidada talla intelectual, como el mismo Américo Castro, que en sus estudios historiográficos sobre la realidad histórica de España, hace ya un siglo, avisaban de un fenómeno único y atípico en el mundo político europeo, como es el uso de las ideas religiosas para fines políticos, que se da con especial intensidad en España. Según Castro, la tendencia a un pensamiento político de casta religiosa que viene ni más ni menos que del año 800, es decir, de los tiempos en que las castas medievales en guerra por el control del territorio hispánico usaban la religión como elemento en combate para ganar territorio y conservar derechos y propiedades. España recuerda poco su historia, que la explica completamente. Ocho siglos de reconquista, es decir, de luchas religiosas, dejaron, afirma Castro, una huella indeleble en el modo como los españoles entendemos la política y todo lo demás. Y la entendemos, ya lo vemos hoy, como una guerra. Y no una guerra sin más: una guerra religiosa en la que las ideologías se transforman fácilmente en mitologías, en credos, o en fanatismos.
En España secularmente todo lo político se tiñe de religión, por esta herencia milenaria. Esta es una primera resultante. Que una política como Isabel Díaz Ayuso aluda en su discurso a la "libertad, la familia, la defensa de la vida y los valores judeocristianos (sic)", o que mezcle en su discurso político al niño Dios con el fomento del turismo, es un claro ejemplo de cómo las ideologías de derechas en nuestro país están embebidas, y hasta empapadas, de religiosidad instrumental. Porque no se trata de auténtico sentimiento religioso: se trata de un uso instrumental de las ideas o temas religiosos para producir poder político o ser usadas como arma estratégica. Como en la Guerra Santa medieval, nuestros políticos actuales apelan a la lucha contra los infieles -se posicionan con claridad contra los musulmanes-, y se alinean con líderes como el Cid en el caso de Santiago Abascal. En España. decía Castro, la política surge de la mano del españolismo religioso: es decir, de un sentimiento territorial nacionalista imbuido de ideas religiosas que lo mitifican.
La transformación tiene lugar de una manera peculiar, explica Castro: porque cuando una casta permanece durante siglos en guerra de religión termina por convertir la religión en la base de todas sus acciones. Pero cuando la guerra de religión termina, el extremismo religioso, el fundamentalismo, es una herramienta eficaz para seguir medrando, agrediendo o avasallando a otros. Y así se instala en España, afirma Castro, un nacional-catolicismo de casta o élite, furibundo y extremo, de escasa profundidad espiritual, que niega la condición de igual al enemigo y entiende el territorio como una reserva espiritual. Esa ultra-ortodoxia es una de las tetas de las que mama nuestro actual sistema político, aunque estemos estableciendo continuidades a milenios de distancia.
Así, el españolismo de las derechas y extremas derechas en España se convierte en ortodoxia, dice Castro, frente a todo tipo de herejías y desviaciones, las cuales son tratadas con la violencia y deshumanización que conocemos: la Guerra Civil española no es sino un terrible apéndice, tras siglos de polarización fanática usando la religión, o sus mitologemas, como arma arrojadiza hasta crear castas políticas de escasa articulación racional pero intensa vida emocional. Cuando en la calle Ferraz vemos recientemente el espectáculo del rezo del Rosario, amalgamado con la apelación al nacismo, el linchamiento a Sánchez y la invocación a Cristo Rey, tenemos una imagen ejemplar de lo que es esa raíz gruesa de nuestra "política", que tan bien describía Jiménez Lozano, en estas líneas: "En nuestro suelo, todo ha sido una lucha sangrienta y a muerte, desde siglos, y de aquí ese apego del católico español por el poder político, ese constante tono bélico de nuestra religiosidad, ese continuo estado de excepción de nuestra fe. El ateo hispánico, al encontrarse sacralizado el mismo aire que respira, sus propias coordenadas mentales, ha de comenzar a luchar contra ello...construyendo su ateísmo místico".
Deslizarse del discurso político al discurso religioso es el paso que dan las extremas derechas tradicionalmente. En la transición emocional, de la simple disensión u oposición, al enfrentamiento de creencias y en último término, de fanatismos, energiza enormemente el campo político, pero al precio de vaciarlo de intelecto. La fe es ciega, como sabemos, y los políticos de nuestras derechas y extremas derechas tienden a recurrir a la fe como reservorio de emociones y pasiones que no saben desencadenar con el discurso racional. Por eso introducen el valor de la vida en el programa político, al niño dios en el estado de la región de la Comunidad Autónoma de Madrid o los valores judeocristianos en la promoción del turismo.
Es el mismo recurso que usó, sí, Francisco Franco cuando se autoproclamó Caudillo de todas las Españas -atención a la denominación medieval- o el que usara Primo de Rivera cuando escogió como seña de un partido político llamado Falange Española el anagrama del yugo y flechas de los Reyes Católicos. El mismo, salvando las distancias, que usó -con poco éxito por pisar tierra muy sembrada ya- Macarena Olona en sus mítines en las recientes Elecciones Andaluzas donde Dios, Patria y Justicia también intentaban entrar en su discurso. La conexión milenaria va mucho más allá y trasciende nuestras fronteras, porque es el mismo recurso que Hitler usó convirtiéndose en el guía político-espiritual de su país, al que dotó de una bandera simbólica milenaria como la cruz gamada, trayendo hasta la secularizada política alemana de entreguerras el espíritu totalmente alien de las tribus hindo-arias del sur de la India. Las ceremonias nazis sorprendían por el halo de religiosidad que emanaban, y que embriagaron a los alemanes hasta hacerlos perder el sentido del bien y del mal. La guerra civil española fue un proceso diferente, pero marcado igualmente por la confusa unión entre ideología nacional católica y fanatismo militar. Y como tras la reconquista, Franco usó hasta la saciedad el nacional-catolicismo como tapadera de toda libertad de pensamiento y de acción, revistiéndose, un siglo más de nuestra historia, con el traje del Cid.
Hay muchas más resultantes del proceso por el que en España la ultraderecha se convierte en una secta cuasi- religiosa. Jiménez Lozano y Américo Castro estudiaron muy a fondo cómo en los países en que la religión se convierte en un simple gesto de clase o casta, la auténtica religiosidad o espiritualidad es expulsada, y el pensamiento profundo es despreciado. El español católico, siempre en guerra con el enemigo infiel -sea el rojo, sea el islámico, sea el nacionalista periférico, sea el contrario a la familia tradicional- se ve, dice Jiménez Lozano, dispensado de todo desarrollo personal ético, de toda moral particular. Se convierte en un ser de bando, en un soldadito eterno en el que la mezcla de intereses familiares, económicos, de clase, de religión, empotra un cerebro sin capacidad de articulación: es la España anti-intelectual, la españita sempiterna que cuanto más se arroja a las redes sociales con su bandera y su espada más se ciega en su incapacidad de ver que de la guerra no sale nada ( y menos un país) bueno.
¿Queda mucho de este síndrome nacional del españolismo de raíz religiosa, en nuestros políticos actuales? ¿Podemos reconocer en los nuevos "políticos" que surgen en las redes -Alvise, Quiles, y otros- el espíritu inquisitorial y ultraortodoxo de quienes vienen a acabar con los enemigos de España? ¿Podemos también encontrar, estas formas pseudo-mitologemas, en políticos como Isabel Díaz Ayuso, cuyo rasgo más marcado es la de ser martillo de herejes y de destructores de los valores de España?, y hasta podríamos decir que algunas de las construcciones retóricas de la nueva izquierda se dejaron llevar por asaltos a los cielos y guerras de casta, porque el fenómeno es endémico español y aunque ha tenido y tiene graves consecuencias, afecta a todo cacumen que se dedique a la política por aquí.
Heredamos de los romanos la tendencia a mezclar la religión con la política, de manera muy interesada, por cierto. Pero con talento propio, en este país, en vez de aprovechar la riquísima tradición de mezcolanza cultural e hibridación que se produjo en la península, nos dejamos llevar por las ortodoxias y el bandismo, que durante siglos y siglos sirvieron a los intereses de clase. El nacionalismo español, aunque furibundo, fue siempre, como afirma Álvarez Junco, una cuestión de élites en busca de poder. Tanto frente a los sarracenos, como frente a los republicanos, como, hoy, frente a la izquierda progre o las feminazis, el católico español sigue haciendo guerra de religión utilizando al país para sus propios intereses. Es importante que no olvidemos que la finalidad última no es la religión, ni son los valores ni es el país. Y dado el éxito y eficacia que esta antiquísima tendencia tiene en este territorio, es esencial que reconozcamos otra vez, bajo nuevo pelaje, al mismo adefesio de siempre.
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