La super-semiotica de Ibn Arabi, el sufí murciano del siglo XII.
En España se conoce muy poco a Ibn Arabi de Murcia, figura
clave del Islam y del sufismo nacido en Al Ándalus en 1165, en plena era de
convivencia de las Tres Culturas
del Libro en nuestro territorio, tal como las llamó Américo Castro. Este
poeta, místico, filósofo, geómetra, sinólogo y teólogo andalusí del siglo XII-XIII, escribió 400 obras y
tratados, y es considerado en el mundo árabe islámico el más grande de los
maestros (en árabe: الشيخ
الأكبر, Sheij al-Akbar).[2]
Olvidado en
nuestra historia cultural hasta recientemente, la grandeza de este autor, de
radiante modernidad, apertura y amplitud de pensamiento es única en el mundo.
En el Islam se le considera un vivificador de la religión (en árabe: محيي الدين, véase el espléndido documental sobre su
figura realizado por Nacer Khemir, Looking for Muhyi
al-Din.
A Ibn Arabi se le llama el Maestro Más Grande por su capacidad polímata (pues
se ocupó de conocimientos psicológicos, lingüísticos, antropológicos,
semióticos, teológicos o geométricos). En nuestro país se realizaron los
primeros estudios y traducciones en el siglo XX, y los esfuerzos por traducir,
interpretar y difundir la obra del sufí murciano están a cargo de la Sociedad
Ibn Arabi Latina MIAS
que realiza una espléndida tarea con revistas,
congresos y publicaciones constantes.
Ibn Arabi es el autor clave para entender cómo Al Ándalus y
la "pre-España" musulmana en la que convivieron durante siglos las comunidades hebrea,
cristiana e islámica fue el eslabón
perdido de la historia de la cultura y ciencia europeas no como simples enlaces
transmisores de la ciencia y la cultura clásicas antiguas, sino como verdaderos
potenciadores y desarrolladores de las mismas. La misión de los pensadores
árabes y hebreos, junto con los cristianos, durante ocho siglos de
convivencia, no se limitó a ser puentes que conservaran y reintrodujeran la
cultura y civilización en la Europa del Medioevo, sino que estos pensadores
superaron y desarrollaron los conocimientos recibidos.
Ibn Arabi es un ejemplo de la sublimación de la filosofía platónica y neoplatónica en su desarrollo del concepto
del mundo imaginal , la dimensión icónica del mundo del pensamiento mediante
la imaginación creadora, que podía unir las ideas platónicas con la observación profunda de la realidad. Además Ibn Arabi avanzó sobre los principios del pitagorismo
desarrollando una teoría completa de la armonía y la geometría
sagrada que explica cómo evolucionó y se creó el fascinante arte islámico.
Ibn Arabi desarrolló sobre todo en sus obras creadoras visiones místicas del
mundo celestial y del presencial, que inspiraron-o algo más- las
obras de Dante Alighieri, San
Juan de la Cruz o Santa
Teresa de Jesús, como han estudiado maravillosos expertos en nuestra
tierra.
La mística religiosa de Ibn Arabí y del sufismo es, además
de profundamente islámica, continuadora de los misterios
griegos y persas,
del simbolismo
sagrado egipcio, y del cristianismo
místico originario. Los sufíes constituyen un grupo de sabios musulmanes
que atesoran con total apertura de mente conocimientos sin fronteras, herederos
del gnosticismo,
del cristianismo originario, del pitagorismo o de la sabiduría persa. Pero
lejos de mantenerse en estas bases maravillosas, el sufismo de Ibn Arabi avanza
sobre ellos para ser una especie de teoría total de la vida y el conocimiento,
basada en mucha medida en una teoría del lenguaje y de la comunicación que es
única y abarcadora. Podríamos decir que el gran pensador árabe es creador de
una Super-Semiótica. Y lo explicamos a continuación.
Como expresan dos de los mayores expertos y grandes intérpretes
de la obra del Gran Maestro murciano en nuestro país, Fernando
Mora y Pablo
Beneito, el universo en el que vivimos es esencialmente un cosmos dotado de
vida, inteligencia y lenguaje. Los sufíes entienden que todos los seres tienen
un lenguaje y la inteligencia y la palabra no son solamente las adscritas a los
seres humanos. Cada ser vivo, escribe Mora parafraseando a Ibn Arabi, posee su
lenguaje y esfera específica de conocimiento. Estamos en un universo
que habla y en el que la atención
absoluta puede permitirnos entender las múltiples lenguas, palabras y signos de los seres que nos hablan y que hablan de la creación en él.
Este universo, de acuerdo con el sufismo y con Ibn Arabi, es
en su esencia un acto comunicativo en el que todo lo creado puede ser leído e
interpretado para acceder a su esencia última que es inaccesible si no se entiende así. El mundo es un conjunto de
letras sagradas, y todas las formas de comunicación, todas las letras, son
seres vivos también, en una perspectiva increíble que supera nuestra idea
instrumental del lenguaje y las palabras.
Como sabemos, la Semiótica de
Charles S. Peirce
establece la existencia de 3
tipos de signos: los iconos (signos de semejanza, que se parecen al objeto
que representan, como las imágenes), los índices (que mantienen contacto o
direccionalidad con lo que representan como los indicios, las huellas o los
rastros y las flechas) y los símbolos (que contienen múltiples sentidos de todo
tipo, abarcando diversas convenciones). En el sufismo de Ibn Arabi estos 3
tipos de signos tienen mucha más potencia.
En los escritos de Ibn Arabi, lo icónico es una fuente de
insondable conocimiento. Los iconos contienen símbolos y tienen profundidad. La
lectura de una imagen va en la obra de Ibn Arabi más allá de la sugerencia de
una semejanza, y nos
llama a mirar dentro de las imágenes en busca de enigmas. Y esto sin perder
su capacidad de seguir remitiéndonos a un mundo de referencias. Lo icónico e
imaginario, en lugar de ser un fin en sí mismo, se desdobla y se convierte en
una escritura, como el personaje que nos describe en “Las iluminaciones de la Meca”,
que es de carácter mágico y a la vez real, y que invita al maestro sufí a leer su imagen para llegar a la verdad. La fantasía y el uso de la visión encantada
son serias herramientas para dirigir la mente donde no es posible llegar por la
racionalidad. En el mundo sufí, las imágenes reflejan mensajes ocultos que
podemos llegar a conocer: esto es visible en la iconología geométrica del
arte islámico, que siempre se rige por reglas matemáticas que expresan su
unidad oculta. Es posible generar mediante esta conjunción entre racionalidad,
imaginación y armonía estética las experiencias más profundas a las que podamos
llegar.
Los símbolos son el lenguaje de la existencia en el mundo
medieval y en el islámico por excelencia. Su carácter múltiple, como
haces de significaciones que son, según palabras de -Mircea Eliade- abarcan la
totalidad e incluyen el paso del tiempo. La eternidad es manifestada en los
símbolos porque estos se transfiguran constantemente y signifícan múltiples cosas. Las derivaciones
simbólicas permiten unir todos los aspectos de la vida, e incluso
realidades y objetos opuestos o contradictorios en una unidad con sentido. Así, por ejemplo, el símbolo del corazón sufí puede representar no solamente el amor o el sentimiento humano, sino la vida, el planeta, el cambio constante, la gracia o el tesoro más preciado, la divinidad. Los
símbolos son poderosos signos, que describen la compleja realidad y actúan a la
vez forzando nuestra capacidad de comprensión. Es posible leer simbólicamente
todo, y en las obras de Ibn Arabi se fuerza la construcción simbólica porque de
ella derivan experiencias asombrosas de comprensión de lo real.
Por ejemplo, en la teoría de Ibn Arabi, las letras son seres vivos. Su contenido es tan rico y sugerente que tienen dinamismo vital. Son la perfecta imagen -de nuevo un signo más allá de la semiótica- de los mismos seres vivos, que pueden entenderse como letras, pues su determinada naturaleza, su variedad y su capacidad de transmitir significado y evocar sentido los hace similares a aquellas. Un poema no solamente es un conjunto de estrofas rimadas, sino que es una configuración de forma y fondo armoniosa en la que no solamente hay un acceso a referencias, sino que hay imágenes y claves memorísticas a diferentes niveles de profundidad del texto. Las formas y los contenidos bailan en estructuras con insondables coincidencias que convierten un texto de Ibn Arabi es una descripción fiel de la increíble maravilla del mundo.
“Hubo un tiempo,
en el que rechazaba a mi prójimo
si su fe no era la mía.
Ahora mi corazón es capaz
de adoptar todas las formas:
es un prado para las gacelas
y un claustro para los monjes cristianos,
templo para los ídolos
y la Kaaba para los peregrinos,
es recipiente para las tablas de la Torá
y los versos del Corán.
Porque mi religión es el amor.
Da igual,
a dónde vayan los camellos del amor,
su camino es la senda de mi fe.” Poema de Ibn Arabi
Lo indicial (los signos índices) es en el sufismo, a mi
juicio, el modo dominante de semiosis. En
dicho mundo, el saber es un sabor. El conocimiento llega en forma de perfume.
Rastros, residuos, huellas, forman una
estésica o estesia-el mundo de lo sensorial y perceptivo- que domina el
conocimiento porque supera la dimensión referencial levantando literalmente del
sillón o del escritorio a quien quiere conocer la verdad. En el mundo de Ibn
Arabi, cada símbolo es un índice también: no solamente reúne y liga opuestos o
variados conceptos y seres, sino que también remite a la dimensión material en
la que tiene lugar lo más sagrado de la existencia, en el mundo orgánico e
inorgánico.
Por ejemplo, para los sufíes todos los seres materiales
están en contacto con el significado de la existencia y su principio divino. El
mundo se describe como un gigantesco coro de signos e indicios. Los seres
animales, vegetales, minerales, son centros neurálgicos de pensamiento y de
manifestación del mismo. La imaginación sirve para acertar mejor en la descripción exacta de
la maravilla de estas presencias. Para Ibn Arabi, es posible
aprender un modo de adoración espiritual prestando la debida atención a un tubo
de cañería, y es posible aprender del lenguaje de las abejas la verdad de la
existencia.
En el sufismo tiene lugar la máxima expresión de una
super-semiótica en lo que podríamos llamar la máxima deíxis posible: que de
unos signos lleguemos a generar una presencia viva. Explicamos
este fenómeno.
Una deíxis es
un proceso por el que un signo índice nos conduce a su significado presente de
tal modo que el signo se rellena con el significado en el aquí y ahora. Así,
son signos deícticos los pronombres personales como “yo”, “tú”, o determinados demostrativos
como “esto” o “esta”, adverbios como “aquí o ahora”, y otras palabras cuyo
significado varía según quién o cuándo se pronuncian, y están inextricablemente
unidos al presente.
El culmen del pensamiento sufí está en la incorporación de
una presencia mediante una deixis supersimbólica en la que nos llega, mediante
el pensamiento y la expresión del autor, una experiencia sensorial profunda que
podemos calificar como un paladeo, una mirada restaurada, un perfume o el aroma
de su tiempo y de su vida, plasmados en una escritura que efectivamente
resucita, como máximo ejemplo de la eficacia comunicativa, el carácter de un
creador, como Ibn Arabi.
El fenómeno deíctico del “Antes de que el mundo existiera, Yo soy” de Jesucristo,
da lugar, entre los sufíes, al cultivo de una forma de eterna presencia en el lenguaje del
maestro murciano y de otros como él. Realmente el tiempo deja de existir en el proceso
comunicacional que evocan los sufíes.
En el mundo sufí de Ibn Arabi, el lenguaje y la escritura son trascendentales: sirven a fines de
pensamiento y relación, siguiendo y avanzando en la concepción del “lógos”
griego que ellos heredaron en la lengua árabe- que por cierto de se denomina “Loga”,
(لغة). Nosotros podemos sentir esa nueva dimensión de las letras. En el espejo de la lengua, las raíces de significado generan frutos muy
dispares, conectados al mismo árbol semántico, de modo que estructuras mentales
asociadas con la lengua permiten abarcar el mundo de un modo extremadamente
amplio. Y la finalidad de todo este trabajo no es otra que resucitar la
experiencia y ampliar la capacidad de comprensión y de atención al mundo que
nos rodea, con total apertura de mente y completa capacidad de evolucionar. Para los sufies, no existe la fe, sino el conocimiento. Un conocimiento o saber que se origina en la mismísima experiencia de estar vivos.
Ibn Arabí está efectivamente, no sólo vivo en nuestros días,
sino que continuará estándolo en los tiempos futuros por su inmensa capacidad
comunicativa y súper-semiótica.
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