7 PARLAMENTOS DE JOSÉ JIMENEZ LOZANO

7 parlamentos en voz baja. José Jiménez Lozano. Confluencias, 2015.

2015 es el año en que sale a la luz 7 parlamentos en voz baja, la edición conjunta de siete discursos de José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930), editados y preparados por el autor mismo, en una riquísima antología que da fe de la calidad que Jiménez Lozano está aportando a la literatura española contemporánea, en una tarea heroica por lo que tiene de resistencia y continuidad de esfuerzo en un autor de inmensa energía creativa, que nos permite disfrutar de sus innatos e inconfundibles talentos.

 

Hemos defendido muy recientemente que Jiménez Lozano es el primer poeta en español de la segunda mitad del XX, en una línea de escritura personal, rotunda y preclara, que sin duda despertará la atención de los lectores del futuro, que no desmerece de la poesía española de primer orden que está allí al comienzo del mismo siglo.

Además, Jiménez Lozano es un erudito de la espiritualidad histórica española, cuya genealogía y rasgos historiográficos ha trabajado durante décadas, como aquí se testimonia claramente. Y por último, Jiménez Lozano es articulista periodístico y un gran comunicador de oratoria que conserva la agilidad, llaneza y sencillez de la escritura para lo inmediato. De todos estos talentos dan prueba los siete discursos o alocuciones recogidos en la publicación de la editorial Confluencias.

Los siete parlamentos que se nos ofrecen como un regalo a los lectores son de muy diversa temática. Uno de los más perfectos es el primero de ellos, “La Biblia o el arte de narrar”, que es en sí una pintura muy bella de las profundas razones de la narración, que por supuesto van hacia la respuesta a las grandes cuestiones de la existencia, y que por tanto, en su fundamento final, provienen de las narraciones religiosas, donde podemos encontrar respuestas y salvación en la profundidad de las significaciones.

Jiménez Lozano ha cultivado la lectura atenta de la narración bíblica y de la tradición judaica y en ellas ha encontrado la fuerza salvífica de la narración que luego se ha ido transfigurando en las creaciones literarias de diferentes lenguas europeas. Esta tesis jimenezlozaniana establece una relación profunda entre religión o conocimiento mitológico profundo y creación literaria, pues ésta mana o evoluciona de la tradición mitológica y religiosa. Y se sorprende Jiménez Lozano de la ausencia en la literatura española de una auténtica literatura de salvación, si exceptuamos la poesía (y podría añadirse el teatro del siglo de oro, quizás). Es cierto que en España no hay apenas literatura que recoja el testigo de la tradición bíblica, o griega o judaica, es decir, de las voces de la antigüedad que sabían que la narración da vida, la restaura y recoge como no puede hacerlo otra forma discursiva, el ser del mundo. Y la literatura española va por ello a una pérdida de luminosidad, a una sequedad, a una debilidad, que agosta los siglos modernos en algunas corrientes y tendencias. Combatiendo esto mismo, con bellísimos relatos y anécdotas está adornado este parlamento que pone el dedo en la llaga de nuestra tradición literaria.

 

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Muy en paralelo, el quinto parlamento, titulado “Alguna explicación sobre la poesía”, me parece igualmente memorable y una auténtica joya de la expresión sobre la poesía. Aunque el autor dice sacudirse la poética del cuerpo como hace un pato tras sumergirse un momento, con el agua que le ha quedado en las alas (la imagen es de Morgenstern), lo cierto es que este discurso es un tratado único de la expresión poética como no lo había hasta el momento en nuestra tradición poética, gloriosa y única en el mundo.

Esta poética de Jiménez Lozano evoca las imágenes que un autor como Shelley puede crear, suscitar o recibir de las musas, para expresar con ellas ese profundo origen de toda escritura que es el impulso poético. Y lo hace de una manera única, entendiendo al creador como alguien que recoge experiencias de la fineza absoluta de ésta misma con las palabras de Percy B. Shelley:“la mente, cuando crea, es como una pieza de carbón a punto de extinguirse, y que por algún efecto invisible como el soplo de un viento inconstante, le es conferido un brillo transitorio; esta fuerza emerge desde el interior como el color de una flor y va desvaneciéndose y cambiando a medida que ésta se desarrolla, y así las porciones conscientes de nuestra naturaleza no son capaces de anticipar ni el momento de la llegada, ni aquél de su partida. De poder perdurar esta influencia en su fuerza y pureza originales, sería imposible predecir la grandeza de los resultados; mas cuando la composición se inicia, la inspiración ya va en declive, y la más gloriosa poesía que jamás se haya comunicado al mundo quizá sea tan solo una tenue sombra de las concepciones que en un principio tuvo el poeta”. Creo que muy pocos escritores en el mundo, quizás un Pushkin, quizás Platón, han sabido pintar con este acierto de Shelley y con esta atención cuidadosa lo que es realmente la poesía.

Jiménez Lozano no solamente es un creador de primerísimo orden en la expresión mediante la palabra poética. Es además un maestro que nos indica dónde está la poesía más sagrada, como se ve en este parlamento, cuando recoge el verso de la poetisa Chino-Li, que “lacerantemente pregunta por su pequeño muerto:

“Mi cazador de libélulas,/ ¿Hasta dónde se me habría extraviado hoy?””.

Ya hemos repetido muchas veces que la densidad de la expresión poética, creada o recuperada por Jiménez Lozano, lo colocan en el primer nivel de la creación literaria actual, a miles de kilómetros de sus contemporáneos. Este pequeño discurso es una auténtica obra maestra en teoría de la poesía, y será en el futuro uno de los más importantes recursos para conocer de verdad qué es la poesía, de manos de un observador tan privilegiado en este arte.

Los discursos “El enfermo va al médico”, “Estancias y pinturas. De Port Royal a Duruelo” y “Un ojo holandés” son piezas temáticas de enorme interés para los lectores aficionados a Jiménez Lozano, porque recogen muchas de sus ideas fundamentales, las referencias culturales a las que el autor da más importancia y muestran la conformación de su estética y su espiritualidad en criterios claros y sinceramente descritos. Todos ellos nos enseñan a apreciar los valores de las formas culturales que describen, de la espiritualidad y formas de vida de las abadías de Port Royal a los de las estancias holandesas pintadas por los maestros flamencos, de los erasmistas españoles y la tradición silenciosa de sus alumbrados en tierras españolas a la cultura de la medicina y sus valores profundos desde que se instaura como práctica hasta que nos llega en la experiencia vital. En todos estos discursos las imágenes, y los pensamientos, contribuyen a enseñar al oyente y al lector, con la profunda cultura refinada de este autor.

Los dos últimos discursos son más honoríficos, el célebre que pronunció Jiménez Lozano con la aceptación del Premio Cervantes de Literatura, y el Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa en la Universidad Francisco de Vitoria, en recientes años. En ambos casos se trata de piezas más iluminadas en cuanto a belleza formal, y en ambos casos de enorme interés también. La disquisición sobre “San Manuel Bueno, Mártir”, que realiza como discurso doctoral Jiménez Lozano, es de una calidad y amplitud evidentes en torno al valor y a la importancia de la novela de Unamuno. El autor se sirve de este motivo para discutir en torno a la novela y la fe, y resulta de una seriedad y rigor absoluto, como corresponde a la circunstancia misma en que se pronuncia. El discurso cervantino, dirigido a los reyes de España, es una pieza clásica, muy cuidada en su léxico, que nos da una lectura de Cervantes jimenezlozaniana en toda su riqueza y profundidad, que enseña a los lectores a continuar el conocimiento del autor con el “Persiles” y descubrir al último Cervantes, y a entender el valor y la grandeza de un autor que no tuvo jamás una habitación propia, que desdeñaba las “baratijas” de la fama y la gloria, pero que nos enseñó a escribir, igual que hacían los monjes y monjas jansenistas de Port Royal que nos enseñaron qué es el lenguaje, cómo pensar, y cómo resistir al más cruel de los monarcas con la simple constancia en la práctica de la vida espiritual.

Una filiación común recorre los valores literarios, estéticos y éticos que nos muestran las figuras y los nombres que Jiménez Lozano ha recogido para nosotros y de los que podemos considerarle el último descendiente. Parecería que se trata de una tradición que muere, es decir, como el autor pinta en la imagen poética, de un carbón cuya brasa se extingue. Sin embargo, aunque la aparición de este libro pueda haber sido poco alentada por los soplos de brisa de la atención literaria actual, “Siete parlamentos en voz baja” es otro de los títulos que como una contraseña simbólica en una comunidad de cultos, irá de boca en boca entre los lectores, porque su incandescencia interior es intensa, y por tanto, está, como la obra de Jiménez Lozano, más viva cada día.

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