POR QUÉ SALVAR EL TEATRO ALBÉNIZ

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Desde hace casi diez años un grupo de aficionados y enamorados del teatro venimos pidiendo a instituciones y tribunales que protejan el Teatro Albéniz de Madrid, un enorme escenario y auditorio que permanece cerrado, atesorando espíritu cultural a pocos metros de la Puerta del Sol, sin que hasta el momento ninguna autoridad haya puesto sobre la mesa una medida que sin duda honrará y distinguirá a quien por fin ponga el dedo el la llaga y proteja un bien del valor del Albéniz.

El Albéniz es un teatro con alma. Es un teatro que representa la memoria histórica reciente de nuestra ciudad. Es un teatro que, llevando cerrado diez años, está vivo en nuestra cultura y en nuestra comunidad,porque representó y acrisoló el gusto por la cultura, el cosmopolitismo, la riqueza que verdaderamente se dio en Madrid en los años de la transición y en la fundación de la comunidad democrática. Es un teatro de enorme y dulce recuerdo en el que cupieron todas las artes escéniucas, todas las inquietudes culturales, sin distinción política ni partidista, durante décadas. Es el teatro de este pueblo, y ésa es su importancia. Por eso debe reonocerse su valor instituyente como símbolo de la comunidad.

Vivimos tiempos necesitados de capacidad de liderazgo, necesitamos personalidades capaces de pensar y de darse cuenta de qué es un teatro y del valor inmenso que la educación y la cultura tienen en nuestra sociedad, como elementos que instituyen el objetivo y sentido de la misma. Un teatro es, ni más ni menos, instituyente de la democracia, de la comunidad, de la asamblea ciudadana. En los teatros griegos antiguos nació la democracia, pues antes de ser usados para los espectáculos eran lugares de culto, y en un momento dado, comenzaron a usarse para generar parlamentos, asambleas de ciudadanos. Lo que al comienzo eran ritos dedicados a los dioses pasaron a ser debates ciudadanos, políticos. La cultura y la política están unidas en su raiz, y no es casualidad que los teatros y los parlamentos se parezcan. Ambos son centros neurálgicos de la vida social.

Pero esa unión no es sólo etimológica. Los teatros siguen siendo los ojos del pueblo, los centros neurálgicos de la civilización. Véase el culto que poderosos países asentados en democracia rinden a sus teatros, convirtiendo a sus actores a veces en políticos, y dándole a la política el sentido que debe tener: el de ser el foro en el que se exponen, representan y actúan las iniciativas y la cultura de la comunidad. El mundo de la política es hoy más que nunca un mundo comunicativo, una red de espectadores que todo lo escrutan y donde necesariamente quien mejor actúe y represente a todos  será mejor visto y apoyado. Hoy en día, los políticos deben abandonar la idea parlamentaria tradicional y buscar en las raíces de su función su justificación última. Por eso, tienen que acercarse a la cultura.

La verdadera raíz de la vida política, la razón de ser del gobierno, de la gestión, no es ejercer el poder y ganar dinero. Quien desee estar a la altura de los tiempos que corren, quien desee marcar su perfil político en la sociedad actual, tiene que saber qué es lo esencial que se le pide. Y lo esencial es proteger la cultura -los valores, los fines y significado último de la vida y la sociedad en que vivimos- y la educación. Esa es la verdadera base, la verdadera marca del estadista. del político con altura de miras. Quien sepa proteger y arropar el tesoro de valores simbólicos que dan sentido a la comunidad, ese será el gestor recordado y querido, quien realmente dejará huella. ¿Quién, ahora mismo, puede intuir algo de esto que digo, en nuestros políticos?

El teatro Albéniz es por tanto una vara de medir la altura de los gestores, de los políticos gobernantes actuales y de estos tiempos futuros. Su valor es incalculable: es un símbolo de lo que esta comunidad de Madrid pudo crear y atesorar en unas décadas. Una ciudad como Madrid, decía un amigo de nuestra Plataforma, no puede permitirse mantener cerrado este teatro. Porque el símbolo de la brillante libertad cultural, del lujo y gala que la democracia trajo a la ciudad de Madrid, no puede estar acumulando polvo entre coches aparcados y durmientes mendigos. Es el espejo, el ojo de Madrid, el que está enturbiado por esta  triste situación. ¿habrá quien lo vea?
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