LAS ESPECIES HUMANAS

André Malraux afirmaba que el hombre y la mujer no son sino dos especies humanas distintas. Y conforme voy cumpliendo años, voy comprobando hasta qué punto es cierta esta afirmación, contrastada por la experiencia y por la capacidad de penetración que la misma  va proporcionando. Efectivamente, hombres y mujeres somos absolutamente diferentes, tanto, que el conocimiento de nuestras diferencias de raíz  es la clave de una auténtica comunicación, que pasa por el reconocimiento de la radical diferencia entre hombres y mujeres. Bien es cierto que gracias a lo que Baudelaire y los demás autores de la sabiduría perenne llamaban las "correspondencias", es posible que nos entendamos, igual que lo hacemos con las otras especies o mediante diferentes medios y códigos de traducción de nuestras lenguas.

Si pudiéramos adoptar el tono relajado necesario para que no se nos exalten las personas que defienden el credo esencial de la igualdad atributiva, podríamos describir cuáles son los rasgos de la especie humana masculina y  los de la especie femenina. Se trata de rasgos tópicos y de generalizaciones, en las que todos hemos concluido por creer fervientemente una vez que hemos conocido a individuos suficientes de ambas especies. Nadie defenderá que estos rasgos sean limitantes ni que condicionen a los individuos, precisamente porque la capacidad del individuo para liberarse de los rasgos de su especie también es fuerte e ilimitada. Pero como si fuera por una percepción de un paisaje de conjunto, es fácil ver la línea general que explica que hombres y mujeres vivimos en dos mundos diferentes.

Si quisiéramos hacer una breve descripción de las especies humanas, veríamos claramente que la concepción mental de ambas especies, hombre y mujer, difiere en rasgos definitorios. El hombre es una especie marcada por una concepción temporal en lapsos cortos, de intensos objetivos específicos, tendente a las soluciones únicas y al descarte de las múltiples opciones. Básicamente plano en sus finalidades, con lo que ello tiene de claridad, laconismo, nobleza, su capacidad para el compromiso abierto es muy grande. Es una especie que llama la atención por su inocencia, y al mismo tiempo, por su dureza derivada de ese mismo rasgo. La especie masculina puede también obtener gran poder en la consecución de maniobras, sean abiertas o sean ocultas, por una rapidez de respuesta y por una especie de instinto de dominación que protege a toda costa en su planificación de la existencia. El hombre puede efectivamente cegarse cuando dicha planificación es destruida por cualquier motivo, poniendo entonces su orientación mental al servicio de la simple venganza, o la destrucción, como si se tratara de una acción más emprendida entre otras. La pura animalidad aparece entonces como un rasgo que no parece que vaya a receder en el futuro.

La mujer es una especie humana compleja y diversificada en sus desarrollos mentales, cuyo carácter temporal tiende a ser largo y perdurable, de manera que sostiene objetivos a largos plazos de tiempo, con el rasgo específico de no alterar su conducta pase lo que pase en ese plazo. Es una especie uniforme, constante y esforzada en su conducta relacionada con objetivos o compromisos, y la nobleza con la que decíamos que el hombre manifiesta sus metas la vemos en el modo como la mujer las sostiene en la vida. Tendente a la multiplicación de las opciones, y a mantener todas ellas en activo por si sirvieran en algún momento, la visión de la especie femenina es también dominante , pero basada en ese control de las situaciones posibles y asociadas mediante múltiples herramientas y el estudio y dominio de las infinitas posibilidades que pueden presentarse. Las finalidades de las mujeres tienden a ser lejanas y a responder a planes muy complejos, y por ello tienden a generar riqueza de opciones, muchas lecturas de las situaciones, y a las reflexiones intrincadas. La especie femenina ha desarrollado, en el campo de acción en el que el hombre simplemente ve un objetivo, muchos más elementos de ganancia. Ello a su vez hace que las maniobras femeninas puedan llegar a hastiar al hombre y producirle el mayor de los desencantos, el que se da cuando descubre la doblez o la falsedad en alguien a quien respeta o admira. 

Entre el hombre y la mujer existe una armonía profunda que se genera por las correspondencias, analogías y capacidades de traducción que se dan entre las especies, y no porque pertenezcan ambas a la misma, pues no es así. Es una igualdad de tipo distributivo, Las más profundas raíces del ser, humano y animal, son todas comunes y convergen en la igualdad total, que se da milagrosamente entre seres disímiles, en muchos planos y niveles de las formas de vida. Además, en el caso de las especies humanas, el conocimiento de las diferencias que se da por la observación minuciosa que años de convivencia permiten registrar, y que dejan ver, a hombres y a mujeres, que sus tiempos, modos de actuar, de concebir la existencia y de expresarse son de muy diferente duración, carácter o forma, permite acoplar y armonizar las especies, aunque esto es trabajoso y que cuesta llegar a entender a ambas especies por igual. 

Como recientemente expresaba Sánchez Ferlosio, plantear la igualdad atributiva entre hombres y mujeres en términos de tendencia de ambas a unos mismos rasgos antaño dominantes, como la imposición y el control, la igualdad en el diseño de objetivos,  en el poder inmediato de dominación, o en la instantánea capacidad de agresión y autodefensa, como si se tratara de seres exactamente iguales, es una solemne estupidez y hace muy flaco servicio a la verdadera igualdad entre estas dos especies, Es en las llamadas categorías   distributivas heterogéneas donde hay que trabajar la consecución de una igualdad que es mucho más eficaz, es decir, en el reconocimiento de las diferencias y su desarrollo  integral  basado en plazos, modos, formas. Si no es así, y procuramos masculinizar la especie femenina o feminizar la masculina con simples igualdades atributivas, lo que se genera es una regresión y el inmovilismo en las conductas más primarias de ambas especies. Esto explica que un feminismo mal entendido genere una mayor estetización estúpida de la mujer, y una feminización del hombre mal desarrollada sea una máscara impermanente y superficial.


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