UMBERTO ECO


Umberto Eco ha muerto ayer, y aunque los periódicos ya le dedican artículos, es Twitter la red donde veo una verdadera emoción social por despedirse de este fabuloso autor y semiólogo. Es una paradoja: la red que él comprendió un poco solamente, porque en su evolución mental, Eco tendió a encastillarse en algunas caricaturas de sí mismo y a perder la frescura, la libertad de pensamiento y la alegre originalidad con la que irrumpió en los años 70 en los estudios sobre comunicación y en la semiótica. Umberto Eco fue, en lejanos años, un magnífico autor que supo desmitificar la escritura académica y ahondar enormemente en la semiótica, abriéndola al conocimiento más amplio y dejando de lado el escolasticismo que hace enmudecer culturalmente a los  académicos muchas veces. Sin embargo, Eco cayó también en las manos de aduladores y de cultivadores del ego de los pocos pensadores y sabios que brotan del campo social, y eso es fatal para conservar activo el pensamiento. La juventud del alma no se puede perder, aunque pasen mil años, porque de ella depende la eternidad del pensamiento.
El Umberto Eco que a mí me gusta es el que hizo entrar la inteligencia en los ensayos sobre comunicación con un enorme soplo de frescura, junto a Paolo Fabbri. Ser  el fundador de disciplinas y enfoques que han cambiado radicalmente nuestra forma de pensar a veces es una pesada losa. Estos autores italianos consiguieron desautorizar los estudios cuantitativistas y sociométricos que venían de Estados Unidos, y comenzaron a  buscar nuevas perspectivas de estudio sobre la comunicación, llenas de capacidad sintética, de humor, de nuevas ideas. Eco lanzó teorías interesantísimas sobre la lectura, sobre los medios de masas, sobre las estructuras de los textos y de los artefactos culturales. Abrió el estudio comunicativo a cosas como la canción pop y el cómic, al pensamiento detectivesco, a las narraciones populares. Después, cultivó la literatura con muchísima gracia , mostrando cómo es posible escribir bien siendo académico. Solamente la vanidad académica pudo oscurecer esta capacidad. Y creo que Eco en cierto modo fue víctima de eso.
La historia de lo que ocurrió con Eco ilustra muy bien lo que le ha ocurrido a la semiótica, como ciencia. Nunca un castillo de conocimiento ha sido bueno. Cuando una ciencia se aísla en su propia reverencia, e insiste en su propia importancia, a menudo pierde de vista lo que constituye su verdadera riqueza. Y en la semiótica, las construcciones de la propia importancia abundan, alejando esta disciplina del interés, el valor y la curiosidad de los lectores y de la gente en general. La pedantería semiótica ha impedido que esta ciencia se dote de mejores herramientas para servicio del conocimiento humano.
Imposible llegar a conocer a Umberto Eco en los ámbitos académicos. Convirtiéndose en algo así como en un Papa de la Semiótica, vivía rodeado de una corte vaticana e inmerso en el monumento a sí mismo que  habían hecho en torno de él. Imposible llegar a progresar en medio de esa inmensa construcción de sí mismo en la que a partir de granitos de arena se fingía un edificio de sapiencia que no era para tanto, sin duda. El Umberto Eco realmente especial, el optimista rasgador de velos académicos y de categorías inamovibles, se perdió en la bruma de su propia importancia y dejó de producir frutos hace muchos años ya. Sin embargo, todavía vivimos de las cosas que inventó y facilitó para nosotros, ésas que hoy mismo él no consideraría seriamente.
Por eso, Eco no entendió Internet apenas, ni pudo vislumbrar dónde estaba la gracia semiótica de las nuevas redes, como sí pudo haberlo hecho en la época en que abrió la semiótica al análisis indicial y detectivesco, en que ayudó a ensanchar los muros cutres del conocimiento en comunicación de masas, con ese soplo irreverente y deportivo, heredero de los verdaderos autores importantes, de las escuelas innovadoras en la comunicación. Luego, la loa se lo tragó  a él mismo, y los enamorados de su erudición, que era mucha, sí, pero que nunca debió ser objeto de sí misma,  le pusieron una venda mortal en los ojos, y dejó de ser él mismo. La que ha tenido hasta ayer. Descanse en paz.

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