SINCRONICIDAD COMO TRASCENDENCIA


Resultado de imagen de sincronicidadLa sincronicidad es un concepto muy presente en los términos actuales de las teorías cuántica, literaria, creativa o psicológica. La idea esencial es la junguiana (Jung, Carl Gustav (2004), Sincronicidad como principio de conexiones acausales (ed or. 1952).  Las definiciones que nos dejó Jung giran en torno al significado como un principio de ordenación de las distintas esferas de lo real: un fenómeno de sincronicidad es una coincidencia significativa, en forma de casualidad asombrosa, pero también, por ejemplo, es una proyección que una mente obsesionada o con una enfermedad puede generar en la realidad objetiva generando una resonancia en forma de aparición de algo, de encuentro, con cosas que semejan o traducen ese fondo mental del sujeto. Son sincronicidades todos los fenómenos en que la explicación que nos damos es demasiado rara, tiene un exceso de carga semántica, y a menudo, las calificamos de asombrosas, sorprendentes, rítmicas...Jung en realidad estaba interesado y motivó sus reflexiones, no solamente en su experiencia como psicólogo de los arquetipos de la mente, sino por las coincidencias que sus ideas mostraron con los principios que la física cuántica estaba desvelando en aquel momento. Así, muchas de las ideas de sincronicidad de Jung las inspira la cuántica que trabaja Wolfgang Pauli entre otros científicos, según la cual existe una directa influencia del observador sobre los fenómenos observados.




En la teoría cuántica el universo es un constante flujo de interacciones cuyas sincronicidades, es decir, cuyas resonancias, determinan la realidad. Cuando presenciamos una sincronicidad, es decir, una interacción entre hechos de dimensiones o espacios alejados y no conectados, estamos asistiendo a la influencia del orden implicado en la naturaleza y el universo que nos rodea, según el cual todos los elementos que estamos presentes en un momento dado en un espacio interactuamos para su determinación, en un espacio/tiempo, pero fuera del cual todo es indeterminado y está en un estado de superposición de todas las posibilidades. Estas ideas tan impactantes llevaron a Jung a aislar los fenómenos de sincronicidad como casos en los que se hacía muy evidente, muy notoria, la interacción de las partes del universo hasta constituir señales indiscutibles. 

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A partir de Jung, en medios como la psicología de la creatividad, la literatura, el estudio de la imaginación creadora, y de los físicos cuánticos pioneros en ámbitos de la ciencia aplicada y la física teórica, la sincronicidad se convierte en un fenómeno de interés. Sus ondas de expansión como concepto nos llevan a generalizaciones como las que interesaron a los surrealistas, o a las utilizaciones del concepto por los pensadores más espiritualistas de la cuántica, como Sheldrake: los fenómenos de asombrosas resonancias que se producen entre especies, en el universo subatómico, o en las coincidencias culturales, tienen todos en común ese aumento de la significación que los hace esenciales en el universo humano, porque nos indica una dirección hacia donde orientar nuestras investigaciones y reflexiones en todas las artes.

El concepto de sincronicidad no para de crecer. Desde el punto de vista de las reflexiones cuánticas, está llevando a pensar como digo en que la superación de las dimensiones espacio-temporales puede leerse como una gigantesca sincronicidad, que podría entenderse todo cuanto ocurre simplemente como un despliegue en el tiempo de una serie de coincidencias que nos hablan de un unico suceso (Big Bang, Supercuerda o como se le quiera llamar) cuyo significado no es posible mensurar hasta que dicho depsliegue en tiempo y espacio no termine. En literatura no es nueva la idea, y la creación literaria juega, como esa memoria más allá del tiempo que gustaba a Lewis Carroll, con su capacidad de generar rítmicas armonías de conjunto en los elementos narrativos, o poéticos. En las teorías sobre creatividad la abolición del tiempo y el espacio, y de la consciencia inserta en un individuo concreto y en un contexto tal, es el fundamento para que el flujo creativo se desencadene y despliegue aquello que, visto desde un punto de vista inaccesible, no es sino un mismo nodo de significaciones armoniosas que adquieren distintas formas en estas dimensiones de existencia.

La última teoría, relacionada con ese valor de la cultura en términos de despliegue y desarrollo de la sincronicidad absoluta, la extraigo nuevamente de Joseph Campbell, quien, en sus escritos sobre los mitos, la creación y las formas más elevadas de acción humana, planteaba como elementos clave para entender todos esos procesos, su relación con la abolición de las dimensiones espaciales y temporales, y la conservación, en otra dimensión de relación, del significado como eje de contacto, o huella, de un proceso general de substanciación más allá de esas dimensiones. Las coincidencias significativas que se aprecian en el arte y los mitos de todos los tiempos y culturas, la conexión siempre constante que desarrolla sus formas y estilos en todas las creaciones humana, no es sino una relación de sincronicidad, que debe llevarnos a buscar más allá de esas circunstancias incomprensibles, hacia la analogía fundamental que funde todo con todo en un proceso inconmensurable para nosotros.                                                                               

Campbell usó como eje esencial para articular con ayuda sus ideas en este sentido la filosofía mística de la religión hindú tradicional. En ella es donde encontramos visiones aproximadas a esta idea de dinamitar las dimensiones de la existencia en espacio y tiempo para descubrir detrás de ellas la construcción de la realidad como algo único, de un único ser, cuyo despliegue genera esas sincronicidades y rimas en las formas armoniosas de equilibrio y contrapunto que son los innumerables seres de este mundo. Más allá del ser en general de las formas terrestres, encontramos, tras la nada, un principio conector que se trasparenta en diferentes armonías aquí pero que en realidad no puede formularse en su total composición. Parecido al simbolismo de la cruz universal de Réné Guénon, ese principio de vinculación total de todo con todo seguiría una armonía interna en la que los ejes comprenderían también todas las privaciones o negaciones en esas dimensiones naturales.

La sincronicidad, por tanto, es un concepto que se está acercando a la dimensión metafísica, y por otra parte, está enraizado en la vertiente más aferrada a la tierra y más directamente creativa y formativa que pueda existir. Ello hace que como idea motriz sea tan esencial. Podemos pensar, para aportar nuestro grano de arena a esta cadena de reflexiones de gigantes de la reflexión humana, que cuanto experimentamos de más valioso, más puro y más fino en nuestra vida, son efectivamente esas rimas vitales, esas coincidencias significativas que nos acercan a nuestro destino en la vida, que marcan sus momentos clave o que ordenan verdaderamente cuanto ocurre.

Nuestra esencia más valiosa es crear sincrónicamente, encontrar la armonía en cualquier sector, deshaciéndonos de la falta de significado, y buscar éste incansablemente. Sentimos, escribimos, bailamos o pensamos buscando la sincronicidad, y también amamos en un esfuerzo de asombrosa coincidencia que genera pura vida a partir de ella. Toda la orientación de nuestra alma va en buscar sincronías entre seres diversos, en saber e intentar demostrar la analogía y la conexión profunda con todos los que nos rodean, en dimensiones dispersas de la existencia. Buscarmos la sincronicidad eternamente con el corazón y con la mente, y la logramos a veces al emprender acciones y dar forma con las manos a más perfectas obras o realidades.Quizás finalmente sea ése nuestro destino: abolir completamente las barreras de la existencia temporal e ir a sumarse, como otra resonancia semántica más, a un único significado común, que emana constantes analogías de sí mismo, en un único y asombroso acto sincrónico. Si es así, esto explicaría que en nuestro nervio más profundo, en el tuétano de nuestro ser, hallemos siempre esa pulsión hacia lo igual, y esa asombrosa coincidencia con los demás, que nos deja tan absortos.

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