Saborear la Vida

El saborear la vida es una detención en el puro presente en el que nada parece trascender ni dejar huella.  El inmenso placer de ver detenerse todo en la insignificancia y la nada.  Contemplar la nada de tanto afán amenazante o avasallador, la pura nada de tanto famoso estruendo que cesa vacío. La nada que impera en el mundo en tanto  no es lo pequeño, que sabemos inmenso. 

Que ninguna esclavitud persiste y toda desaparece en cuanto se medita algo sobre ella. La cesación del dolor es uno de los milagros que sorprende uno en la vida diaria y reconfirma con delicia, si lo busca. 

Que la libertad riega con alegría profunda el alma y es lo que más enseña.  Que manteniendo la calma se sabe cómo y cuándo bailar para conseguirla, urdirla y organizarse sin demasiada solemnidad ni dramatismo. En un dulce baile en que predomina la paz se puede cesar el empuje para dejar que ruede la propia  rueda del mundo. 
La pizarra nuestra es otra, la que escribimos y con la que escuchamos las coincidencias musicales del tiempo en  que vivimos.  Y sólo el sol dulce nos acompaña fuera.

Esa tranquilidad que proviene de saber lo que hay que hacer y es vital.  Que eso es lo que  importa y con lo que se mantiene uno. Que los liantes pasan y se alejan.  Y las historietas largas de histéricos o ansiosos son viento que se aleja por su propio soplo. 

Que estando tranquilo se oye el sutil paso cambiante del ritmo de la suficiencia y la saciedad,  de la deficiencia y el desborde y se puede presenciar su alternancia como un mensaje al oído, de la vida a su confidente sabio y viejo. 

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