EL FINAL DE LOS CUENTOS
De niños aprendemos muchos cuentos y cuando vamos creciendo pensamos que esas estructuras de final feliz, en las que tras peripecias y aventuras se consigue aquello que durante tiempo se ha estado cosechando, son algo así como ciclos bien rimados de pura fantasía que en realidad no hace sino invertir el orden natural de las cosas, que va de lo mejor a lo peor, y que en el fondo, los cuentos tienen su verdad, pero es una verdad adaptada a la mente infantil y alejada de la vida y sus ciclos de desarrollo. Pero no es así. Los cuentos en realidad son verídicos retratos vitales.
Escuchar el cuento no es simplemente oír una historia que tiene una moraleja que nunca se da o se alcanza en la vida práctica, ni siquiera ver un trasunto de una serie de impulsos psicológicos que en esta forma disfrazada pueden presentarse coloridos y divertidos para que enseñen una moral siempre ideal y de difícil puesta en práctica. Los cuentos nos presentan dulcemente, en la infancia, el dibujo de la existencia, con una simplicidad que parece irreal, y sin embargo, es asombrosamente exacta a cuanto ocurrirá en cada historia, en cada vida. No son en absoluto cosas de niños los cuentos. Sus finales, sus resoluciones, responden con exactitud a las leyes de la vida que harán que quien se porta bien reciba su premio, y quien se porta mal, aún cuando parezca que la fortuna perversa lo lleva al triunfo, finalmente cae en una trampa creada especialmente para él, que le conduce de vuelta a aprender la lección que no quiso. Pero para poder contemplar este prodigio de la comunicación simbólica humana es necesario llegar al final de las vidas, allí donde el cuento de ese ser humano, de cada uno de ellos, aboca a su fin. Por eso cuando somos pequeños nos parecen historias fantásticas, Para ver su objetiva advertencia cumplida, a menudo pasan años, décadas, hasta que cada acción produce su respuesta, hasta que cada casualidad encaja en su argumento. Literales, los finales de los cuentos se cumplen como si fueran exactísimas historiografías humanas. Sólo tenéis que esperar.
En realidad los cuentos de niños son para los viejos.
Ya me hace gracia que estemos tan de acuerdo, pero ¿qué se le va a hacer? Cuando leí Psicoanálisis de los cuentos de hadas, de Bruno Bettelheim, me quedé con la idea de que no son ninguna noñería, sino manojos de consejos para la vida. Lo que los edulcora y desactiva es las versiones comerciales, tipo Disney, aunque también tengan su encanto. Y el tema del final, el "final de cuento de hadas" también me estaba inquietando, porque es como el eureka de la ciencia o si quieres de la vida. Tenía apuntado que Tolkien inventó la palabra "eucatastrophe" (https://en.wikipedia.org/wiki/Eucatastrophe), que quiere decir un repentino giro de acontecimientos en el desarrollo de una narración ("catastrophe"), pero hacia lo bueno ("eu"). No sé si lo tenías en mente, pero es claramente lo que sugieres en el post, atreviéndote a ser tan positiva y optimista. ¡Que así sea para todos :)!
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario y por enseñarme la Eucatástrofe de Tolkien!. Era un enorme escritor y como cuentista tenía enorme inteligencia, claro. Este tema da para muchísimo y explica por qué los abuelos son los encargados de contar cuentos a los niños. Los abuelos ven con toda lucidez la verdad del cuento en toda su extensión. Abrazos
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