LA JUSTA HUMILDAD



Vivimos en una era de desmesuras, de exaltaciones y ensalzamientos. Los jóvenes, asombrados, miran el perfil de las personas relevantes en los distintos campos, y su mirada se abisma de ver cómo la excelencia se pierde a lo alto y es imposible calibrar cómo se han conseguido o lo alto que han llegado los logros de los grupos, personas, organizaciones que parecen estar en la cumbre del éxito en todos los campos y sectores.

En la enseñanza, como no podía ser menos, el encumbramiento de los que llevan una mención de excelencia o de los grupos, cerebros u obras que son calificados de supremos es astronómico, sideral. Una mira el curriculum de los grupos excelentes, el de los más reputados profesores o los resultados de centros o cursos de élite y se asombra, como los chicos jóvenes, de tanta y tan brumosa magnificiencia que parece sobrehumana. La excelencia se pinta a sí misma completamente fuera de lo normal, fuera del alcance de los humildes mortales. Los profesores grandiosos, los cursos incomparables, las obras excelsas, se rodean del invisible traje de finos diamantes que da cosilla incluso mirar su hechura.

Y sin embargo, comparando situaciones donde profesores, cursos u obras son realmente maravillosas pero humildes en sus aspiraciones, no hay color. Resulta que en enseñanza, como en cualquier otro sector, la vanidad te aleja de lo real y la humildad te mantiene en el mundo de lo tangible, allí donde lo físico y lo sensible confluyen para generar el día a día del trabajo puro. Resulta que lo que realmente mide la grandeza, es la humildad, y ahora explicaremos por qué tiene tanta razón este viejo dicho según el cual los verdaderamente grandes son sencillos.

Día a día se nos presentan a los ojos desfiles de personas, actividades u obras tildadas con el sello de la excelencia. Y son meras apariencias. Cursos llenos de estrellas académicas y con alumnos excepcionalmente dotados que en su burbuja de élite se desdibujan de la simple educación en profundidad -que han superado para ir a explicar la quintaesencia de su rareza-. Autores y profesores de primer orden cuya lista de obras es un disfraz del perogrullo, eso sí, aparentando una profusión desmedidamente sospechosa o una calificación chamuscadamente alta. Textos y obras que no contienen nada original, y que inundan la denominada producción intelectual, en todos los campos. Y toda esta nada, este vacío, viene aureolado por el sello de la excelencia.

También día a día vemos grupos de personas, profesores, obras, con el sello de la humildad y la sencillez de miras. Profesores ocupados en las clases y en su contenido, a los que les preocupa más llegar a acariciar la verdad en el aula que acudir a un congreso con su nombre entre cascabeles. Autores que escriben y desarrollan obras prodigiosas, muy escasas y poco comunes, y que siguen al pie de su yunque a pesar del silencio de tupida tontería que los rodea. Grupos humanos que trabajan con un sentido, que encuentran un significado a cada humilde tarea que realizan, y que no se despegan del suelo de la realidad. Están sin duda benditos, porque saber pisar la tierra, saber quién es el hombre, y saber lo que tiene valor en cada vida, es algo realmente único en el mundo.

En todos los sectores de actividad humana la humildad es la señal de la verdadera excelencia. Cuando hay búsqueda de la verdad, del beneficio en un grupo, cuando hay capacidad de penetrar en el sentido de la existencia, y de desbrozar la artificialidad que a menudo nos impacta, intentando atraernos a su escaparate, por poquísimos que sean quienes se caracterizan por estos rasgos, ésos son los realmente excelentes. Primero, porque tienen un sentido de la justicia: no olvidan quiénes son, y cuál es su función en el mundo: trabajar en los sempiternos deberes humanos -para con los demás, para con la naturaleza, para consigo mismos-, dejando de lado distracciones o teatrillos.

Segundo, porque son inmensamente beneficiosos para la humanidad, porque los que humildemente aceptan trabajar y no figurar en los estandartes y escenarios de la vanidad no luchan por algo imposible, ni agreden a los demás para conseguirlo, y al contrario, se sienten unidos a quienes les acompañan y generan bien común. El trabajo, visto así, como un servicio al bien común, es el modo más seguro de no desorientarse como individuo y de permanecer en la realidad.

Tercero, porque cuando optas por el contenido y no por las apariencias, cuando lo que te preocupa humildemente es sacar el trabajo adelante, y no triunfar como el más excelente de los héroes, realmente progresas, mientras que con la vanidad y la gloria te estancas y petrificas. No hay nada peor que fingir lo que uno no es. Y cuando vemos la consagración de individuos, grupos u obras, como algo sobrehumano, estas personas y sus obras dejan de ser lo que son de verdad. Empiezan a fingir, a aparentar. A disimular y a decrecer. Sus méritos que han sido convertidos en objetos de culto se empiezan a llenar de plomo, y por mantenerlos en la cumbre, se pierde todo trabajo de progreso real. Empieza así la destrucción de la propia obra y de la propia capacidad. De manera que termina uno siendo un homenaje a lo que uno no es y a la mentira. Nada más lejos de la excelencia.

De manera que no hay que perder de vista la justa humildad. Ella nos mantiene en la tierra de la realidad. Ella nos hace progresar verdaderamente. Nos hace volvernos a las pizarras propias, a seguir aprendiendo o enseñando con tranquila convicción de estar haciendo cosas válidas para todos, y también para nosotros mismos. Y cuando allá afuera, tras los muros de las humildes conciencias que trabajan y avanzan, oímos temblar edificios de vanidad e infraestructuras de excelencia roídas por su propio peso, y el estruendo de los derrumbes que impepinablemente se producen sí o sí, de los edificios del elogio sin mesura y de la calificación epatante, podemos no perder el hilo de lo que veníamos haciendo o diciendo, con la tranquilidad de la obra simple y humildemente bien hecha.

Comentarios

  1. Continuando con las coincidencias, hace poco leía esto, y se lo mandé a mis hijas y mi sobrino: https://medium.com/personal-growth/the-3-keys-to-becoming-irresistible-d2f689ea4bf1. El autor se pregunta cuáles son las tres cosas que más valora en las personas, lo que le atrae de ellas, y elige: humildad (cómo nos vemos), curiosidad (cómo vemos todo lo que no soy yo) y empatía (cómo ligamos lo uno con lo otro). Lo cual, estaba pensando, es paradójico, porque viene a significar que las personas con las que más nos gusta estar son aquellas que son menos personas, menos egos. ¡Gracias Eva, por el recordatorio, a ver si me lo aplico!

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    1. Buenísima conjunción. Son las tres características que tienen normalmente los niños y también los animales... por algo será.

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