PALABRAS QUE CREAN A SUS HOMBRES

Siempre me ha fascinado la teoría poética y humana de Antoine de Saint Exupéry, que puede leerse con sutileza en El Principito, pero que desarrolló después en la inacabada Ciudadela y está presente, como un principio rector esencial de su trabajo, en toda su obra y particularmente en sus Cuadernos. Saint Exupéry entendía que con las palabras no solamente comunicábamos un significado sobre algo existente, sino que con ellas podíamos crear, dar existencia, a las cosas. E incluso a los hombres dignos de ellas.

Como Shelley, en su Defensa de la Poesía, Saint Exupéry pensaba que el acto de la creación por el lenguaje, la poesía propiamente dicha, no es algo que se pueda prever, porque literalmente es una creación de algo nuevo. No es posible decirse a sí mismo que se va a escribir una poesía,  ni sentarse a exigir que la inspiración nos llegue, como no es posible crear, inventar, generar, mediante el impulso puramente intencional ni racional, nada nuevo.

 Lo que llamamos inspiración es un auténtico misterio por el cual leemos y desentrañamos el futuro dentro de nosotros. Ahí sí que tenemos un extraño dominio de la cambiante, asombrosa realidad,  y podemos dar la vuelta al tiempo lineal trayendo a nuestro presente las señas de un futuro. La creación que en el lenguaje, en el arte, en la invención, sale a la luz, es algo que antes no estaba. Y por ello, no podemos embridarla con nuestra intención ni con nuestro interés: es algo ajeno a nosotros, distinto y nuevo, que no controlamos en su llegada.

El asombroso misterio del lenguaje y de la creación en general está más allá de la mente lógica y de nuestro vano intento de dominar la dirección del tiempo y el surgimiento de lo real. Precisamente cuando creamos, podemos experimentar cómo nuestras palabras nos crean a nosotros mismos.

Saint Exupéry vio con lucidez que crear no es un fingimiento y que una cosa es la fantasía y otra muy diversa la generación de lo real. Con las palabras, con su "caución", como al autor francés le gustaba decir, es posible hacer algo increíble: sacar del futuro las semillas para hacer crecer en el presente aquello que todavía no existe. Una auténtica maravilla. Porque cuando mediante el lenguaje conseguimos generar una nueva realidad, y ahora viene lo difícil, esa nueva realidad nos crea a nosotros en su futuro, y por eso cuando ya está creada existe para nosotros y nosotros para ella. Cada cosa en la que intervenimos con capacidad creadora obra una transformación esencial, sobre todo, en nosotros mismos, haciéndonos dignos de ella.

Y viceversa,  nuestra ambición,  nuestra mediocridad, el afán de dominio o el uso burdo de la racionalidad más fría rechaza la generación de algo nuevo, porque queremos dominar lo real. Es como si nos echáramos hacia atrás en el pasado, a ser meros reflejos de nuestra propia intención, puras sombras detenidas, apalancados en ambición, mentira y silencio. Cuando desde un punto de la realidad pretendemos tenerla completamente dominada, nos engañamos del todo.

Todas las operaciones de la lógica y de la intencionalidad de causar son puros juegos de apariencia detenidos en el tiempo que su lenguaje generó.   En realidad, nada es previsible, y todo cuanto ocurre verdaderamente nuevo nos asombra y nos pilla completamente desprovistos de herramientas para controlarlo. Sólo hay un modo en el que podemos ser dueños del futuro y es desposándolo, entregándonos a su creación misma.

La esencia de la vida es pura creación y no hay diferencia entre un ser que crea y el desenvolverse de la increíble y bellísima creación universal que es la vida.

La capacidad del lenguaje creativo, como si fuera una especie de cuchara, es la de captar, apresar, enlazar mediante los nexos de la lengua o de los materiales artísticos y creadores aquellos elementos que, una vez unidos, tienen un valor superior o de conjunto, y con ello, nos hacen ascender a la dimensión en la que su constelación de significados es visible. Como si el lenguaje poético fuera literalmente una escalera que nos hace subir a la dimensión en la que existe aquello de lo que nos habla. Y así, Saint Exupéry quería crear un lenguaje que fundara un hombre nuevo.

Saint Exupéry entendía la literatura, la gran literatura, como una religión trascendida. Es decir, como aquel arte capaz de ligar el presente y el futuro mediante operaciones poéticas que conforman una nueva realidad. Una religación de los tiempos y de los significados que hace que aquello que es ahora inconcebible para los hombres se convierta, por virtud de un creador, en algo accesible y al alcance de todos los humanos. Esto lo consigue la creación humana: hace ver a los hombres aquello que antes no se podía percibir.

Los procesos de la comunicación auténtica son fusiones de elementos a gran temperatura que permiten aleaciones de lo real que nos las hacen vivir. La realidad es algo no completo, no lineal, no racional, asombrosamente desconocido, pero nosotros podemos usar la magia del lenguaje para abrir ese misterio y sentirlo plenamente.

No hay nada que de verdad sepamos de la vida. Ignoramos absolutamente su estructura. Toda previsión, toda planificación es inútil, y nos afanamos pensando que dominamos el tiempo o que podemos recordar el pasado y prever el futuro con total solidez. Los cálculos, los elementos científicos lógicos, trabajan con la idea de predecir, de fijar, de garantizar lo real.  Pero es mentira. En estos mismos procesos científicos hay una co-creación que hace que cuando evolucionamos en un cálculo matemático, nos construimos en él a la imagen de su exactitud, a medida que lo desarrollamos, pero seríamos completamente diferentes si su caución y capacidad de presa operara sobre otro plano simbólico diferente.

 Simplemente si pensamos en lo raro que es, que cuando inventamos unos versos, debemos atraparlos con rapidez o anotarlos porque "se escapan" a nosotros mismos, y que, una vez que hemos inmovilizado algunas de sus piezas más valiosas, y podemos darle la forma completa, rellenando lo que se escapaba, eso se convierte en un verso hecho, una imagen poética completa, que ya no se perderá , y quedará esmaltada en el poema, ya con esta experiencia entendemos que es un auténtico enigma de dónde proviene la creación y porqué una vez aquí ya no se escapa.

El proceso de crear da total realidad y fija esa belleza haciendo que siempre haya existido.  En realidad es como si cambiara en el tiempo todo lo que ha sido,  haciéndolo nuevo.

Evidentemente, en la creación poética hay una creación de lo real, pero sobre todo, hay una co-creación de nosotros mismos para el poema creado, pues ahora que el lenguaje lo ha fijado, que sus metáforas y sus fusiones están forjadas y consolidadas, lo sentimos como algo propio y obvio. Un prodigio asombroso. Pues una de dos,  o somos distinta persona la que ignoraba y ahora sabe,  o no es la misma realidad la que vivimos antes y ahora.

El misterio de la creación está presente también en las ciencias.  Poincaré también se asombraba al descubrir que la verdadera utilidad del avance matemático está en esa armoniosa belleza que lo hace aplicable a diversos contextos o casos a pesar de ser puntual y único en su aparición. Hay un proceso por el cual la creación  genera las condiciones mentales en la sociedad para ser comprendida y cambia a las personas. De un modo tan completo,  que aquello que se ha creado nos parece  obvio y común,  y estamos en su realidad como si siempre hubiera existido.

El lenguaje y su creación son los dueños de lo real.  Ellos crean a los hombres con su acción más allá de los límites de los campos semánticos,  donde es posible unir lo diferente y fundir imágenes para lo inconciliable.
De entre los espacios abismales de la incoherencia o del sinsentido el lenguaje y su creación extraen los signos de lo real  para exhortarlo y que llegue a nosotros.  No existe otro modo de pensar el mundo más que a través de su extraña emoción.

Como las gacelas del desierto que el escritor veía correr libres hasta ser presa de sus depredadores,  pero que morían de tristeza si las encerraban en un seguro corral, las almas humanas necesitan llegar a nacer del lenguaje que crean,  y morir a su pasado.  Nada más sabemos.

Comentarios

  1. Qué interesante todo... El otro día tenía una conversación inesperada con un compañero de trabajo sobre lecturas antiguas (aquellas épocas en las que uno leía durante horas, ¿que acaso pueden volver?) y yo recordaba una frase de Alejo Carpentier en "Los pasos perdidos": un tipo estaba en un páramo, un lugar tan solitario y silencioso que en él "la palabra cobraba un fragor de creación". También me haces pensar en Bohumil Hrabal, quien según decía escribía, a máquina, persiguiendo las frases, que se les escapaban, como quien va detrás de un tranvía que no alcanza. Y qué gran tipo Poincaré. Interesantísimo lo que se dice en la presentación del link sobre su forma de trabajar: como abeja, de flor en flor, enunciando un problema y dejándolo de lado para que el subconsciente trabaje y mas preocupado por las cumbres de la intuición que por rematar los detalles. A lo mejor por eso no remató la idea de la relatividad. Y sin embargo qué poco protestó cuando lo hizo Einstein, qué bien se lo tomó, como si fuera trabajo en equipo. Poco ego, que diría Tolle. Saludos, Eva!

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    1. Gracias Javier! Y a todos por leerlo. Este tema es apasionante y dificilísimo de captar y poner en forma escritura sin que se nos escape...

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