EL ENIGMA DE LA IMAGEN


El ser humano es en mucha proporción un animal visual, al que la percepción mediante la representación por la imagen le resulta el medio más cercano y asequible. Se menciona en los estudios de psicología perceptiva que en un porcentaje muy alto, los individuos humanos atienden a lo visual más que a lo auditivo o a  otros sentidos perceptivos. Las tecnologías han desarrollado muchísimo la capacidad de vivir, acceder y comunicarse mediante la imagen.  Llamamos a la era moderna la Era de la Imagen.  Pero hay una inmensa paradoja en este hecho, porque, sabemos también, en los estudios de comunicación, que ver las imágenes de manera certera es algo mucho más raro y poco común de lo que pensamos.

A menudo nos ocurre, en la comunicación, que descubrimos que las imágenes son tesoros de información que, a pesar de estar a la vista de todos, no podemos descifrar en toda su capacidad simbólica, para revelarnos la inaudita verdad. La imagen es en realidad un auténtico y profundo enigma, pues aunque parece presentarse ante nosotros de manera inmediata y automática, y damos por sabida la información que contiene, en realidad nos oculta y esconde del pensamiento mucho más de lo que regala de primeras. Y así, las imágenes son mensajes para leer y atender en detalle, porque solamente el pensamiento, la atención y la intuición nos permiten abrir su enigmático secreto sobre la vida.

Los psicólogos más profundos, los analistas de la comunicación no verbal, los expertos en rastreo de síntomas, indicios o formas, y los detectives o los periodistas, saben que las imágenes deben ser miradas con extrema atención, porque a menudo su hilo de conversación con nuestra mente llega a lo más profundo. Entender y captar los elementos en una imagen no es una tarea inmediata: las imágenes son espejos de la profundidad, aunque parezcan ser reflejos de superficie.

Una metáfora para entender y acceder al significado de las imágenes es considerarlas puertas cerradas. Todas las imágenes que nos rodean son puertas cerradas, labradas con glifos que es necesario localizar y descifrar para poder abrir. La gran paradoja de la imagen que el ser humano encuentra a su alrededor es que, aunque las imágenes parecen algo dado, abierto y disponible, solamente si realmente son vistas con el pensamiento pueden ser descifradas. Y su significado, aparentemente automático, nunca es tal, sino que las imágenes contienen secretos esenciales sobre nuestra vida y su esencia, que solamente el pensamiento profundo puede descubrir y descifrar, de su aparente y luminosa superficie.

En lo gráfico se plasma, a vista de todos, pero a menudo escondido para casi todos, la verdad más completa sobre nuestra personalidad, el mundo que vivimos y lo que nos importa más esencialmente. Las imágenes son siempre simbólicas, y no solamente icónicas: en su significado no solamente hay un reflejo de lo real, sino una auténtica y constante actualización de la infinitud de los significados, de manera que una imagen que captamos, que llevamos como propia o que vemos de otros seres, es una estructura secreta que cambia con nosotros, y que, como en los cuentos maravillosos, nos ofrece un espejo mágico que se mueve a cada instante, mostrándonos repentinamente secretos para nuestra alma.

La imagen, por su extraña naturaleza, contiene avances para nuestro pensamiento y desarrollos de nuestra atención siempre imprevistos, y que siempre resultan sorprendentemente nuevos.  No existe una imagen estática, sino que, en tanto que vivimos, la imagen va ofreciéndonos lecturas diversas de lo que somos o de lo que acontece en nuestra vida. Leer las imágenes requiere no solamente abrir los ojos, sino seguir el hilo de sus códigos cifrados, en los que emerge inesperadamente la expresión de la realidad, que nunca es conocida de antemano y que resulta siempre una revelación. En la ubicación de las cosas, los seres y los espacios, las distancias y los lazos, en las imágenes,  están expresadas relaciones, jerarquías, amores, odios, destinos, tamaños de la existencia y casi con capacidad profética, pueden, como los sueños, cumplir sus sentencias secretas sin que hayamos sido conscientes de que nos estaban avisando.

Solamente el pensamiento y la reflexión, así como la atención profunda, pueden revelar la presencia en las imágenes de esos significados expresados por elementos que están en ellas compuestos y constelados.  Cuando nos miramos en un espejo no somos a menudo conscientes de la cantidad de revelaciones que contiene ese reflejo automático. Sí que notamos que al mirarnos, no solamente nos descubrimos siempre como alguien nuevo -aquel fenómeno del que hablaba Barthes, según el cual nunca sus fotografías reflejan el mismo ser de alguien, como si, con el aura de Benjamin, siempre hubiera alguien nuevo irrumpiendo en ese rostro idéntico al nuestro- sino que incluso la imagen tiene la capacidad de cambiarnos a nosotros, su modelo, por ese potente juego de efectos que revela y actualiza en su forma. Pues nosotros también somos imágenes enigmáticas en lo más profundo, formas que emergen en un cuadro, asociadas al tiempo que trascurre, expresiones de un sentido. Y finalmente, nos deshacemos en la nada y nos borramos en el recuerdo, como si fuéramos también simples imágenes.

Hay una relación muy profunda entre la imagen y el pensamiento, que ya estudiaron los expertos de la Gestalt, como Rudolph Arnheim, quien afirmaba, que ver era pensar, y pensar era ver.  Lo que llamamos pensar es revisar las imágenes generadas por las percepciones hasta volver a generar las percepciones mismas, en un ciclo constante. Esa visión tamizada ya por el pensamiento es una visión simbólica, en la que una lectura profunda de la percepción nos devuelve al instante en que esta se generó, para retomarla enriquecida. Pero en el ciclo de conexión profunda entre la imagen y el pensamiento, podemos tocar el río profundo de la existencia, porque a veces cuando pensamos, y volvemos inexorablemente a toparnos con las primeras imágenes que suscitan nuestros pensamientos, encontramos en ellas mensajes y acentos nuevos, énfasis y señalamientos llamativos, que nos muestran que todo cuanto ocurre estaba escrito ya, en su primera imagen, como si el pasado, el presente y el futuro estuvieran contenidos en una única presencia, en un jeroglífico radiante que nos estaba hablando.

Así que cuando tengamos delante imágenes, y aunque fútilmente pensemos que las imágenes pueden fijarse, almacenarse, dominarse o falsearse, hay que ser conscientes de que ellas contienen un lenguaje que nos abarca y nos explica, y que constituyen pensamiento antes que el pensamiento, futuro en presencia, avisos de quiénes somos que debemos descifrar en su hermetismo engañoso. Como si plasmaran la verdad antes de la verdad, las imágenes deben ser leídas, cuidadosamente, porque con ellas podemos llegar más allá de lo superficial, allí donde todo está escrito verdaderamente.





Comentarios

  1. No sé por qué extraña política Google ya no nos avisa de los posts amigos, pero ya estoy aquí, poniéndome al día. Me ha hecho este post recordar lo que decía García-Márquez sobre que todas sus novelas habían nacido de un imagen. He rebuscado en Internet y encontrado estas referencias: "Recuerdo que, siendo muy niño, en Aracataca, donde vivíamos, mi abuelo me llevó a conocer un dromedario en el circo. Otro día, cuando le dije que no había visto el hielo, me llevó al campamento de la compañía bananera, ordenó abrir una caja de pargos congelados y me hizo meter la mano. De esa imagen parte todo Cien años de soledad". Pero no es este el único caso: "Yo siempre parto de una imagen. La siesta del martes, que considero mi mejor cuento, surgió de la visión de una mujer y de una niña vestidas de negro y con un paraguas negro, caminando bajo el sol ardiente de un pueblo desierto. La hojarasca es un viejo que lleva a su nieto a un entierro. El punto de partida de El coronel no tiene quien le escriba es la imagen de un hombre esperando una lancha en el mercado de Barranquilla. La esperaba con una especie de silenciosa zozobra". Y En El otoño del patriarca: "Es la imagen de un dictador muy viejo, inconcebiblemente viejo, que se queda solo en un palacio lleno de vacas". Es una forma de decir, también, que en la imagen estaba toda la novela escrita, que era el pensamiento antes del pensamiento. En la búsqueda salieron más cosas, como que el Coronel Aureliano Buendía nunca se dejó fotografiar (que le hicieran un daguerrotipo, dice en la novela, pues esa era la técnica de entonces) porque "no quería quedar para burla de sus nietos". También se dice que a Gabo le traían loco los fotógrafos. En cambio, el Coronel de su mujer Remedios puso el daguerrotipo "en el lugar en que se veló el cadáver, con una cinta negra terciada y una lámpara de aceite encendida para siempre. Las generaciones futuras, que nunca dejaron extinguir la lámpara, habían de desconcertarse ante aquella niña de faldas rizadas, botitas blancas y lazo de organdí en la cabeza, que no lograban hacer coincidir con la imagen académica de una bisabuela".

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