cómo camina un perro

 

Todos tenemos la oportunidad de mirar a nuestro alrededor para descubrir que la realidad es fabulosa en sus formas más naturales. Quizás estamos habituados a ver en nuestras ciudades a muchos perros caminando o trotando ligeramente al lado de sus humanos dueños. Pero quizás no hemos aplicado la mirada de niño necesaria para ver la blandura, la suavidad con la que camina el cuerpo del animal sobre la calle madrileña. Es una especie de suave golpeteo, de elegante dejadez corporal, la que tienen los animales cuando pisan la tierra. Parece que danzaran sobre ella, como si respondieran más a un movimiento rítmico del suelo, que les devuelve el paso con dulzura, y que estuvieran solidariamente unidos con la acera.

El perro tiene una gracia especial al andar en la tierra. Parece que removiera la esencia del terrazo cuando galopa, como si en su movimiento de cuatro patas, prodigio de locomoción, tuviera la virtud de acentuar el instante, de acompañarlo, de suscitar en él una blandura, una suavidad, que los pies calzados de los humanos no podemos conseguir. El perro caminando sobre el suelo constituye una unidad solidaria, es como si fuera un único fenómeno: el animal y su planeta, en una armonía de creación, que se manifiesta en la perfecta concordancia del paso, de la agitación del cuerpo, de la gracia y la docilidad con la que se mueve esa masa, como aceptando su pura esencia de animal, que deja rozar sobre la tierra la fabulosa naturaleza de su piel de oro.

De modo que ver andar a un perrito, cualquiera, en cualquier cruce de calle, acompañando la velocidad de su amo con torpe y a la vez perfecta sintonía, es una especie de lección de lo que significa Ser en este mundo, y de cómo es posible convertir la presencia personal –animal, en este caso- en un auténtico poema.

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