EL REINO MÁS ALLÁ DE LA CANTIDAD

 

 

René Guénon es un pozo sin fondo de sabiduría profunda. Uno de sus libros más famosos se titula “El reino de la cantidad y los signos de los tiempos”. En él lanzó la idea, absolutamente increíble, de la existencia de una dimensión sobrehumana más allá de la cantidad, en la que este fenómeno no se da.

Existen, de acuerdo con la idea de Guénon, dimensiones de la existencia que repelen el concepto de la cantidad. En realidad, todo lo manifestado en formas , que queda cuantificado, o se subdivide en cantidades, o que es cuantificado por el fenómeno del paso del tiempo, todo lo que, en contacto con la existencia, se abre en un abanico de elementos parciales, está fuera de esa dimensión del ser que repele la cantidad, para la que solamente exite el Uno, absoluto.

En realidad el reino que está más allá de la cantidad, en el que no se puede ni sumar ni restar, ni dividir ni partir, es el reino divino, el del ser supremo. Ese reino, del que aquí recibimos noticias de vez en cuando, rechaza plenamente que algo pueda mejorarse o que algo sea parcial e imperfecto. Y así nos ocurre en la existencia, que lo más sagrado de ella también rechaza la cantidad. El amor no se puede calibrar. Su sentimiento en el corazón es inconmensurable, y al mismo tiempo, no ocupa espacio. Es infinitamente pequeño, y al tiempo infinitamente grande.

Cuando creamos, cuando disfrutamos del arte, sentimos algo fuera de la cantidad: el tiempo se anula, y la oportunidad, la ocasión de creación, se convierten en todo. Cuando disfrutamos intensamente de cualquier cosa de este mundo, vemos que en su fondo no hay cuenta ni calibre, sino que ese gozo es completo y profundo en su dimensión correspondiente: no se puede pagar, ni se puede desear nada más allá de él, si es profundo y sincero.

Las cosas realmente esenciales de nuestra vida rechazan la cuantificación: un trabajo amado se paga en sí mismo, un momento de felicidad basta para toda una vida, un instante de libertad hace a un alma eternamente alada. Todo ello es la prueba de que no debemos estar todo el día contando, midiendo, descontando, cobrando intereses al planeta o juzgando las cosas por su precio y por su coste. Cuando lo hacemos, estamos muy lejos de la divinidad. En la cruz representada por el reino de lo Uno, que atraviesa el mundo y se descompone en el reino de las cantidades, alejarse por esa línea implica perderse de las alturas, quedarse en el inframundo, ser un vil gusano, y no vivir con el alma, sino con el ano.

Tomen nota los banqueros, los científicos, los lógicos.

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