la felicidad es el destino

 

André Malraux afirmaba que el arte tiene como fin transformar el destino en conciencia. Y en parte es así: gracias  a las formas creadoras vemos emerger ante nosotros las volutas caprichosas del tiempo, y podemos conformarnos con ellas, ver cómo cambian, y hacer con ellas una especie de danza.

Pero bien pensado, cualquier vida es una obra de arte, y con ello, cualquier vida debe danzar con su destino de una manera creadora. En ello reside la felicidad. Cuesta llegar a entender que la felicidad no tiene nada que ver ni con el ego, ni con el deseo, ni con la voluntad de ninguna especie. La felicidad no es sino la celebración del destino personal que a cada momento se va pintando en nuestra vida. Y como esa aceptación es de instantes, segundos, ocasiones, rutinas, ritmos o decisiones, es una magna obra en la que el hombre debe de gustar de los mil sabores exquisitos que a su propia vida se ofrecen en cada paso.

(donairegalante.blogspot.com)

Normalmente asociamos con el yo la búsqueda de la felicidad. Y mira por dónde, el yo es el impedimento más profundo para la felicidad, cuando es algo fijado rígidamente en el tiempo, incapaz de ser consciente de la creación instantánea que se le ofrece en la vida. Esa creación instantánea le viene a las manos  cuando saborea los nimios momentos con que se desarrolla su actividad o sus trabajos, una vez que los reconoce como suyos íntimos, se casa con ellos, y los acepta. Esa sutil aceptación de cada cosa que hay en la vida de una persona, desde el paseo al perro bajo la luna hasta el rato de descanso ante la lámpara de noche, desde la entrega a una acción necesaria hasta celebrar con cachondeo profundísimo la libre existencia, todo eso que se brinda a un individuo y es aceptado, y saboreado, y con ello, se expande como una onda sonora en el concierto universal, haciendo a la persona realizada, profundamente liberada y consumada en su felicidad.

Y nada más difícil que esto, pues a menudo pensamos en los deberes, las tareas, las barreras, las desganas vitales, con una falta total de sintonía con ellos, incapaces de hacernos en ellos iguales a nosotros mismos y de enamorarnos de nosotros mismos al llevar todo eso a cabo. A menudo es porque no podemos sentir la vida en su raíz profunda de ofrenda, de propuesta para nosotros, y no podemos sentir  todo eso como destino, abrazándolo en su profunda raíz en nuestra alma. De manera que en vez de asombrarnos ante cada maravilla cotidiana, y con ello, ser inmensa e infinitesimalmente felices a la vez, buscamos más allá, ante la sordera, algo más que encaje en nuestros anhelos, y creamos extraños anhelos y ansias más allá, formando el ego rígido e infeliz en que permanecemos.

La felicidad no es algo concreto, sino un modo de aceptar cualquier cosa como destino. Eso significa aceptar bailar con cualquier cosa que la vida ofrezca, buscando su raíz profunda en nuestra alma, sincrónica con su llegada, y mediante ese reconocimiento, saborear y crecer en esa alianza. la felicidad es sin duda el destino, en lo que tiene de tiempo que se va creando a sí mismo y va conformando una onda armoniosa con todo cuanto es.

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