JOSEPH CAMPBELL Y ARTE ANIMAL: LA GRAN CONSCIENCIA


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Leo en Joseph Campbell (Diosas. Atalanta 2015) una tesis que me parece increíblemente buena, dentro de su historia magistral de la mitología del mundo. Dice Campbell que las representaciones de animales en el arte y la mitología de todos los tiempos, que son además las formas más antiguas de expresión humana, pueden obedecer al "sentimiento de culpa" y la inmensa contradicción mental que supone tener que alimentarnos de formas vivas, orgánicas, y similares a nosotros, cuando no casi iguales a nosotros. (Caballos de la cueva de Minateda. Hellín. España)

John Berger ha explicado en sus estudios sobre arte y animales una hipótesis más suave, según la cual el arte rupestre animal de todas las culturas expresa una identificación empática con los animales que está en el origen de la expresión artística. Pero Campbell llega más lejos, y considera siguiendo a Schopenhauer, que en el origen de todo arte, de toda expresión artística genuina, hay un sentimiento de "compasión", es decir, de "mitleid" (sufrimiento compartido) que es tan intenso que llega, dice Campbell, a romper el velo que separa a los individuos entre sí, al hombre y al animal, que se reconocen iguales a pesar de estar viviendo en una realidad de dualidades enfrentadas: de ahí nace la expresión artística. Pero no sólo ésa: la expresión del misterio de unión con el animal que se siente y es a la vez inconcebible en este mundo, se convierte en la gran idea trascendente, lo que nos lleva hacia dimensiones de la existencia donde no exista esa contradicción: y de ahí nacen los dioses, que en muchísimas culturas, son animales, o seres mitad animales mitad humanos. Siempre seres que trascienden esa barrera de separación y unen los ciclos de la vida y la muerte, de la presencia y la ausencia, en unidades dinámicamente activas.
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Oso Cueva Chauvet. cca. 30.000 a.C.

Si entendemos el arte como un sistema de evolución, no como una simple excrecencia o lujo cultural, sino, como decía Anandas Coomaraswamy, como proceso que transforma nuestra vida haciéndola armónica con la naturaleza y con la forma que cobra nuestra existencia, entonces el arte en el que los animales están presentes, que es casi todo el arte del mundo, presentes en sus formas bellas, radiantes, o vitales e indiciales, cumple funciones fundamentales en la mente humana: nos ayuda a avanzar más allá de las contradicciones de la existencia, a la esencia depredadora del humano, a buscar -no a consolar, adormecer ni a olvidar, sino a buscar- modos de hacer que la sangrante herida de la existencia como depredadores de formas animales o vegetales pueda ayudarnos a mejorar, a subir en la escalera de una menor violencia y menor dolor y una mayor consciencia cada día. Así, el arte que refleja y pinta, con inmensa belleza, animales en todas las épocas y edades no tiene otra función que comunicarnos cuál es el centro de la existencia: la vida animal y vegetal, y su eterna preservación.

Campbell, cuya obra es un prodigio de libertad mental, de profundidad y a la vez de simplicidad no cientificista, recoge testimonios de todas las culturas donde se muestra que las formas de la mitología y del arte tradicional no son sino modos de conciliar las inmensas contradicciones  de la vida humana para que arrojen luz sobre nuestra conducta individual y nos permitan mejorarla. Las formas más intensas, que han originado a su vez religiones, con diferente resultado en ese proceso, se centrar en el núcleo de la vida que se alimenta de vida. En la Taittiriya Upanisad de la India, se cantan estos versos: ""¡Oh maravilla! ¡Oh maravilla! ¡Soy alimento! ¡Lo soy, soy alimento! ¡Soy devorador de alimentos! ¡Como alimentos, devoro alimentos! Quien sabe esto posee una luz deslumbrante". 

Estos extraños versos parecen pronunciados por un animal, por cualquiera de esos animales que iluminan las cuevas rupestres de Chauvet , por los que aparecen pastando en los mosaicos paleocristianos de Ravenna, o por los mulos y las vacas que evocan William Wordsworth o Giannis Ritsos en sus poemas magistrales. Pero también son versos que idénticamente pronunciaría un humano, porque en ellos aparece ligado el misterio tremendo de la ligazón entre las especies y su expresión inefable de aquello que no podemos comprender ni aceptar: decía Campbell que tanto si nos alimentamos de un animal, como si se trata de una planta, acabamos con algo sagrado, y lo sentimos y sabemos así. La mente humana no puede aceptar de ningún modo eso, es un hecho que revuelve su esencia hasta su raíz más profunda. Y es algo que ocurre cotidianamente.


Este es mensaje que la mayoría de las formas artísticas tradicionales y de los misterios y mitologías antiguas transmiten sin cesar: la causación de la muerte y su aprovechamiento es inconciliable con la existencia sensible e inteligente porque toda existencia es sensible e inteligente al igual que la nuestra. La consciencia es la forma básica de existir. Y la dinámica de la existencia sin embargo entraña el ataque brutal a esa consciencia. Dice Campbell: el sentido de todos los misterios es: nuestra vida vive de la vida.  Contemplar un grano de trigo que surge de una semilla podrida y sepultada, o la muerte de un cordero a manos de un pastor, son escenas terribles que deberían conmocionar, y así lo hacen, a la mente humana, a nuestra consciencia. Y el arte, la expresión integral, vuelve sobre los animales y sobre la naturaleza, dice Campbell, con la culpa. Según el genial autor, las culturas cazadoras generaron el arte rupestre animal más maravilloso de todas las eras porque " los individuos se enfrentan al problema de tener que matar animales continuamente" y"el sentimiento de culpa por la muerte los lleva a realizar ritos de penitencia y compensación dirigidos al mundo animal" (Diosas, p. 274), y en sus religiones por todo el globo surge la idea de un "contrato y un pacto entre el mundo de los animales y el humano, en un hermoso tipo de mitología". (273).

Las culturas agrarias generarán arte y mitologías en torno a contradicciones no expresadas mediante animales, pero sí mediante los principios de vida y muerte de los seres vegetales, y como en el caso de la expresión artística con animales, se trata de metáforas de trascendencia con las que se puede identificar el propio ser humano en su vida interior: todas las experiencias artísticas asociadas a esas evocaciones tienen la energía necesaria para generar preguntas profundas con las que el individuo que siente la vida que está matando idéntica a la suya pueda al menos extraer mayor consciencia identificándose con lo representado -esos dioses animales/hombres,  antropo-zoomorfos, que desde Egipto hasta Asiria, de Japón a Mesopotamia, pueblan la imaginación artística y mitológica, y que son literalmente puertas para entrar a enfrentarse con el inmenso minotauro de la dinámica de la vida y de la muerte, y salir de ellas transformado. Inversamente, decía el pintor japonés Hokusai del siglo XIX: "si quieres pintar un pájaro, debes convertirte en pájaro". No hay otro modo de vivir conforme a la consciencia que adorando la identificación con los animales y la naturaleza que nos rodea.
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Se ha dicho muchas veces que la justificación de la representación de animales en las escenas de caza o en los rituales arcaicos era puramente utilitarista -para favorecer la caza, para predisponer a los dioses a la misma, etc-. Y también, con similar superficial y estúpido criterio, se ha dicho que los misteriosos y bellísimos ejemplos de arte animal en todas las eras humanas, desde que el hombre pudo generar arte y fue lo primero que quiso hacer con él, obedecen a finalidades sublimadoras freudianas, paea "superar" o "exorcizar" la debilidad o confusión y superar la resistencia a matar o a violentar el entorno en la caza. 

La teoría de Campbell es mucho más profunda y completa: la belleza inaudita, la delicadeza, la empatía con la que los artistas de todos los tiempos representan animales que están asociados a nuestra vida cotidiana no puede ser sino el resultado de una verdadera comunicación profunda con ellos y con nuestra propia consciencia sobre ellos. 

La consciencia de lo inaceptable, de lo intolerable, que sin embargo ocurre en la existencia, no se repara con el arte, ni con los rituales y misterios mitológicos. Pero el arte y sus misterios pueden arrojar y recoger la luz que emana de la sensibilidad ante los animales y las formas de vida, pueden reverberar la identidad entre el ser humano y el animal, y potenciarla hasta mostrar que como dice Campbell, nuestros dioses se convierten en nuestro alimento, y ello es algo ante lo que no podemos dejar de sentir, sino detenernos, pensar, y sobre todo, convertir en el punto de partida para superar esa situación y alcanzar la dimensión en la que esa contradicción sea la piedra de fundamento de nuestra vida.. 

  

" Hokusai. Faisán y serpiente"

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