CREACIÓN Y SIMPLICIDAD


Las grandes creaciones humanas, y las más humildes aportaciones producidas por todo tipo de personas, aparecen siempre regidas por el Principio de Simplicidad. Este principio nos dice que siempre es preferible, se percibe mejor, y es más perfecto, lo más Simple. El principio de simplicidad rige las leyes de la composición artística, impera en ciencia bajo la forma del lecho de Procusto aconsejando reducir lo complejo y abstruso, y es la cortesía del filósofo, que decía Ortega. La simplificación genera información, en una ley paradójica de esta materia. Lo simple es, muy a menudo, lo más grande. La simplificación es la acción positiva más característica del genio creativo. Podemos reconocer a los grandes creadores en la simplicidad con la que trabajan y que les aporta ese algo único y fabuloso de una auténtica totalidad innovadora. Un gran creador es alguien que desprende las formas únicas de una masa barroca de elementos que se anulan unos a otros, y extrayéndolas y puliéndolas en su simplicidad, decanta formas que cobran vida propia.

No hay grandiosa aportación humana que no sea una simplificación. Una reducción de lo complejo. Un trazo claro. Lo que los antiguos llamaban una forma. También es aquello que vemos de un golpe, lo que llamaban los griegos una idea. Cuando apreciamos la capacidad definitoria de un gran pensador, o la genialidad de un artista en cualquier campo, se nos vuelve asombrosa esta característica, que hace que la obra o pieza en cuestión no parezca surgir del cuerno de la abundancia de la inteligencia o el talento. Así es, nos parece milagroso el surgir de una creación de la nada misma, rodeada del vacío que la hace más contundente y especial, desnuda en toda su pureza. El gran genio  tiene el asombroso poder de reducción y de recorte. El genio es fundamentalmente el que elige, selecciona, extrae, resume, en los elementos esenciales, lo que para otros no se arregla más que añadiendo y añadiendo cosas. El principio de Simplicidad, fundamental en todo, en la creación es absoluto.

Cuando leemos, o vemos, o admiramos las grandes obras, y comprobamos su fuerza, no nos damos cuenta de que gran parte de la misma radica en un saber reductivo. En generar categorías nítidas, ideas que tengan color y forma únicos, en enumerar rasgos que por su profundidad sean pocos y subsuman en su densidad semántica otros muchos factores. Cuando componemos una obra pensando en centrar en rasgos simples sus principales fundamentos, estamos creando verdaderamente algo nuevo. La sensación creadora más crucial está en eliminar elementos y factores, en ver con toda claridad cómo los rasgos simplificados se armonizan entre ellos creando la totalidad.

Hablo de composición y es precisamente por esto. Lo que los griegos significaban con el verbo "Sinzetó" σινθετώ, es a la vez simplificar y componer. Porque en las creaciones profundas, hallar los núcleos de profunda belleza o verdad y ponerlos en conexión, en su absoluta limpieza, en una síntesis creadora, genera una totalidad que surge de la combinación armoniosa de lo escaso. Esta es una gran paradoja. Se produce porque los elementos extraídos y simplificados al máximo que se ponen en relación tienen en ellos la misma calidad de belleza, y al integrarse, generan juntos un cuadro que  en su contracción creativa produce un valor mayor, como si se tratara de un rostro, con personalidad propia y profunda, que es único en su ser.

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Toda creación en todos los campos es al fin y al cabo una pintura. Cuando elegimos los vórtices de la pintura, y los constelamos y ponemos en relación, eliminando toda distracción y aquilatando el peso de cada uno de los pies de la composición, se produce un fenómeno mágico de aumento de la belleza y del poder formativo del conjunto. La simplicidad nos afina el pincel, lo hace más preciso, nos acerca más a la perfección. Desnudándonos de nuestra misma capacidad recargadora, de nuestro ego interpuesto, para que no estorbemos el poder mismo de las ideas o fuerzas vectoriales encontradas, de generar una visión nueva de lo real. Finalmente, una vez que elegimos esos vórtices, categorías, elementos compositivos, argumentos o medios, y los despojamos de todo lo que el ego artístico o creativo, el cerebro pensador o investigador añade sin querer, desdibujando su propia capacidad de ver, entonces la obra creada en cuestión se transparenta y se convierte ella misma en algo vivo, con capacidad de formar nuestra visión, con energía propia que la desplaza en tiempo y espacio. se produce la auténtica creación de forma. 

Mucho de lo que hay que hacer, para crear algo nuevo, es no hacer. Es desembarazarse de elementos. Es eliminar rollos de película, como hacía Capra. Es renunciar a un color completo, como Rembrandt. Cuando elegimos con verdadera austeridad unos cuantos rasgos esenciales, y los enumeramos, con plena sinceridad y pureza de gusto, generamos una energía, un poder atractor, que sintetiza y compone verdadera atracción creativa. De ella salen, como ondas similares, otras formas. Pero el rasgo con el que decidimos simplificar toda una labor de composición y trabajo arduo es muchas veces lo que lo purifica y hace expresivo.

El misterio de la creación armoniosa es insondable, pero a él nos acerca el hecho de que cuando usamos la humildad generativa y la economía expresiva somos más potentes y más capaces, comunicamos mejor y transmitimos con más fuerza ese algo único que intuimos en aquello que hemos captado por primera vez. El arte creativo más profundo es mera disposición. Y para regir esa disposición, la única y más sublime ley es la de la simplicidad.





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