El universo del mal

Tras los atentados de Barcelona estamos asistiendo a las reacciones que  mediante las redes sociales se producen de forma masiva gracias al poder difusor de los nuevos medios.  Y lo que nos llega es la infame constitución de un universo de cotillas, morboso, maledicente, más pernicioso si cabe que un episodio de violencia  física porque  nos llega de grupos de amigos o en el amigable y confidente chat.

Un universo de racismo,  fascismo e intolerancia  vomita por las redes sandeces y sandeces envenenando la opinión pública y atacando el  ágora social con perversiones interpretativas propias del más bajo patio de vecindario en la era nazi. El atentado es la excusa para inventar las peores visiones de los oponentes políticos o de las comunidades que conviven.

Hay una batalla mortal entre los que emiten mensajes e imágenes constructivas,  que son  los menos, y los que largan basura para intoxicar y llevar los temas al más zafio debate religioso,  racista o nacionalista de todo tipo.  Y los medios tradicionales  a los que nunca hay que esperar demasiado cuando se trata de bajar el nivel de ética  informativa se han sumado al morbo,  al cotilleo barato y a la información de ciénaga.

Lo peor de todo esto no se ve.  Lo peor es  la información que nos falta en este universo imbécil de odios e ideologías infantiles,  y que es suplantada por la intrascendencia cotilla  y por la insensibilidad.  Poquísimas excepciones  de profesionales o medios trabajan  de verdad en saber las causas de raíz de lo ocurrido.  Se sustituye el periodismo por la mala lengua de barrio, por el partidismo burdo, animado por las redes sociales.

Un periodista extranjero se marcha de una rueda de prensa porque no entiende el idioma y este simple acto se convierte en una tergiversada ola viral de exabruptos de todo tipo. Todos los despropósitos se basan en un hecho mal interpretado. Pero en el griterío organizado eso es lo de menos. Las incompetencias se convierten en aviesas intenciones y todos los humanos errores en motivos  de guerra justa. Cuanto más sube el tono de agresión más se divierten todos. Pero al mismo tiempo bajan más al sótano del comportamiento gregario.

Es cierto que en este universo hay también geniales zascas y mensajes penetrantes e n medio del barrizal.   Pero en información una sobrecarga de elementos  negativos anula el conjunto. La era de la información,  triste paradoja,  parece  derivar a un siglo de manipulación y embuste  en el que intoxicar y favorecer las posiciones violentas es patrimonio no solamente  del terrorismo islamista.

En este patio de viejas brujas a nadie  le importa lo ocurrido y todos están pendientes de quién va o no va al funeral o si la culpa es de inos u otros parientes  de una mafiosa familia. Finalmente las redes se anulan a si mismas como potenciales elementos revolucionarios pasando a ser por la ley de la reversión comunicativa lo peor para educar y favorecer la paz social. 

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