LA BELLEZA Y SUS SUCEDÁNEOS

Muy frecuentemente lo que adoramos como Belleza es un sucedáneo de la auténtica belleza que envuelve cada ser que emerge en este mundo. Hay una armonía profunda que acompaña el nacimiento y la aparición de cada ser vivo y cada presencia orgánica e inorgánica en esta tierra. Esa sensación de que cada cosa es completa y acabada, perfecta, por ser, es en verdad la Belleza.

Es muy difícil definir esa profunda Belleza que se detiene un instante para mostrarnos el haz y el envés de lo que existe en esta vida. Sabemos que es inefable, que nos arrebata, que nos inquieta y que irradia una especie de paz profunda, una especie de loca consecución de tiempo y de forma, y que con ella se lleva todo el desenvolverse de la vida, raptándonos, enamorándonos.

Pero por extensión, nosotros rendimos culto a otras formas menores, de la Belleza, que tienen que ver con la particular armonía o rima de formas de alguien o algo determinado. En realidad la Belleza no es un rasgo distintivo, sino un misterio común. Y su rareza no es algo que haga destacar a una mujer o a un caballo, o a un lienzo pintado. Eso son derivaciones, sucedáneos, ecos, de la Belleza que emana  directamente del misterio de cada criatura. Esa Belleza está hasta en el silencio en que se paraliza una mirada, en cómo interroga un corazón que sufre, en cómo duerme como una obra perfumada y única, todavía reciente, el recién nacido, o en cómo irrumpe un niño con toda su luz en medio del enigma de la vida.

Para captar la Belleza real, y no dejarnos simplemente en la superficie de su sucedáneo, es necesario ciertamente cultivar el silencio y el vacío, observar con atención la superficie en la que las cosas cesan, dejan de sonar, o desaparecen. En el silencio es posible percibir la intensa belleza de todas las palabras pronunciadas, y en el vacío y soledad, la huella de todo el ser bellísimo del mundo, erguido en su mole. Para apreciar todo esto, es necesario fijarse con detalle, y lo raro, lo ignaro de la Belleza profunda de existir, surge a la vista, inexplicable e inaudito. Eso es realmente sentir lo bello.

Desgraciadamente hemos convertido la Belleza en un eco de todo esto, y como por extensión, adoramos formas superficiales del fenómeno, cosas raras en su combinación, o armonías exteriores que recuerdan en algo la estructura de profunda Belleza de todas las existencias. Creamos la Estética, que es la cosa más banal y superficial del mundo, un eco lejano, la costra misma, de la impresión de Belleza que sólo puede cultivarse en su misterio. En realidad los creadores de auténtica Belleza, los artistas, son los seres humanos que más se asemejan al divino poder creador de este mundo, porque se acercan al hecho esencial en el que todo absolutamente está producido como una Belleza.

Pero que algo desborde significado, que nos supere y nos trascienda, no significa que solamente podemos sentirlo y adorar su forma. Así, por extensión, y por analogía, rendimos adoración a la Estética como si fuera algo asemántico, sin significado, agradable a nuestras sensaciones, y raro en el sentido de exclusivo y elitista. Los artistas más superficiales generan belleza como un bien escaso y caro. La sociedad busca lo único  y su armonía poco común, en los objetos, productos y obras, en lugar de intentar apreciar lo común de la rareza en la que todo surge y brota, la Belleza esencial que como un perfume aromatiza milagrosamente cada instante.

También hemos sustituido la pasión por el misterio de la Belleza con la obsesiva persecución de lo perfecto, de lo raro y exótico o de lo rítmico. Una emoción muy abundante tapa y disfraza la verdadera emoción estética, que nada tiene que ver con ese juego con el deleite que se enamora de su propio poder, de su propia fascinación enigmática. La Belleza profunda es inefable y no admite academias ni cultos esmerados y complejos. Los estetas son, en el fondo, también, impostores del culto a la verdadera Belleza.

Es necesario recuperar una idea de la Belleza como Ser del mundo, como Ser de todos los seres que están presentes. Contemplar la asombrosa armonía de todo y dejar que su impresión profundamente estética sea el camino a la consciencia. Una vez que emprendemos ese camino, es imposible no recibir el impacto increíble de todo este misterio que es la vida, y eso, y no otra cosa barata, es la Belleza.


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