LA PODREDUMBRE

Recientemente se publicaba en medios españoles que, de acuerdo con los criterios de evaluación investigadora aprobados por la Agencia Nacional de este sector, un premio Nóbel actual no podría llegar a acreditarse como catedrático en nuestro docto país. Así, el descubridor del célebre "bosón de Higgs", que tan sólo tiene 18 artículos científicos en publicaciones indexadas -pero ¡qué artículos!- no soñaría con aspirar ni a profesor de nuestra egregia academia, donde se exigen 150 publicaciones para llegar a optar a dicho título. 

A los pocos días se publica otra información, esta vez internacional, en la que se explican algunas de las "retractaciones" y retiradas de artículos en dichas revistas internacionales indexadas, las más reputadas en el sector de las ciencias experimentales. Hay equipos de autores que han tenido que levantar de la publicación hasta cien artículos porque sus resultados son "fabricados", es decir, se han inventado. En la larga lista de retractaciones hay investigaciones copiadas, inventadas de la nada, con datos forzados, maquillados. Hay citas de autores que no existen, y hasta un artículo firmado y lleno de referencias de personajes de la serie Seinfield que fue aceptado para su publicación aunque era un total cúmulo de memeces y que, una vez se pagó la alta cantidad de dinero para ser editado, pasó sin más las evaluaciones.

Las condiciones de trabajo investigador y docente -las dos cosas deben ir necesariamente unidas para evitar su podredumbre- en países de todo el mundo están como indican estas dos noticias, al borde del colapso total. La podredumbre efectivamente está en todo el sistema de acceso y desarrollo de la profesión de investigador profesor. Hemos dejado que los exámenes a la carrera de un docente queden en manos de esas revistas indexadas de editoriales con un interés marcadamente comercial y completamente incapaces de evaluar los contenidos.  Los profesores son sus víctimas y sus esclavos, evalúan para ellas y sufren su escaso criterio. En las Agencias de evaluación, los evaluadores son en muchos casos mediocres profesionales que han llegado a la cima de una carrera podrida, que suplanta el valor académico real con la gestión de poder y de intereses. Si el sistema de publicación está podrido, el sistema de acreditación y examen del profesorado lo está más aún porque traga con el estado de la cuestión más vergonzoso. Muchos de los evaluadores no pasarían jamás los exámenes que ellos ponen a los solicitantes. Pero en el podrido sistema, todos callan sus vergüenzas. Los dos artículos citados son como la bandera roja que indica que algo va muy mal en nuestros sistemas docentes e investigadores. Pero si fuera solamente en ese sector, no nos importaría demasiado. 

El problema es que la podredumbre está por todas partes. En todos los sectores, la falta de vergüenza silencia e inmoviliza todo. Igual que los impostores y los falsificadores se han hecho con el control de la carrera docente, los impostores se han apoderado de la política. Completos falsificadores controlan la gestión de los asuntos públicos, es decir, pudren desde su base cualquier posible desarrollo o encauce de las cosas comunes. Esto hace que en la cima del poder político estén ineptos absolutos,  que tapan su incapacidad unos a otros, y que alimentan, bajo su égira, a otros impostores y trepadores, y esto tampoco nos importaría nada, si no es porque cuando surgen problemas graves estos falsificadores son por supuesto incapaces de solucionar nada, y la nave política va a la absoluta deriva. Un país como el nuestro, con un gravísimo problema nacional, que no tiene ni un sólo profesional político capacitado para solucionar, solventar o al menos poner freno a la situación, es un claro ejemplo de podredumbre institucionalizada.

La podredumbre se encardina de un ámbito a otro de manera consecutiva. Los malos profesores hacen a muy malos graduados, que con su trepa, llegan al poder económico, o al poder político. Estos desastrosos profesionales llenan de incapacidad y de falsía los mundos donde orbitan, premiando lo mediocre y hundiendo cualquier valor, sencillamente porque su modo de conseguir sostenerse se basa en los manejos externos al contenido del trabajo, en las apariencias ajenas al auténtico valor de todas las cosas. La vergüenza, nuevamente, labra su negra trama y en las clases sociales los sonsos y los tontísimos ascienden por cualquier motivo, por pertenecer a una familia con poder, por salir en la TV. Y así, un gestor universitario impostor se asocia con un consejero educativo mediocre y tramposo, para favorecer a un cargo nuevo que es otro socio en el club de los inexplicablemente en ascenso. Todos ellos cooperan con un periodista incapaz que los entrevista, o favorecen a la empresa hidroeléctrica de otro amigo incapaz. 

El mundo de lo podrido ha invadido nuestro país, como está invadiendo el resto del mundo. Los peores son los que están en la cumbre, y lo están porque otros peores los aplauden y aúpan con el fin de perpetuar la podredumbre porque es lo único que conocen. En las vastas llanuras del poder financiero, los idiotas son los que gestionan. En las estepas políticas, los fraudes humanos tienen todo el poder de decisión. Como modelos humanos, se nos ofrecen contrahechuras y ejemplos de cáscara vacía y de éxito incomprensible en todos los campos.

Todo esto no tendría la menor importancia si no existieran corazones jóvenes. Si no existieran corazones puros, a los que el daño causado por la podredumbre puede retirarles toda su energía creativa y su capacidad de conservar el tuétano indispensable para el futuro humano. Porque la podredumbre en sí no vale nada, ni es nada en sí misma. Pero la podredumbre suplanta, falsifica. El lugar que correspondería al político capaz, al mediador auténtico, lo ocupa un guiñapo. El lugar del verdadero profesor lo ocupa un cantamañanas ambicioso al que nadie le mira el cerebro. El lugar del financiero ingenioso lo ocupa el bobo nacido en una buena familia. La podredumbre tapona el espíritu innovador, creativo, capaz, de toda la nueva generación, pero sobre todo, los ahoga en el vacío y en la nada que son en sí.

El problema es gravísimo no por lo que físicamente causa, que es mucho, sino por lo que psicológicamente resta a la autoestima del país. Aunque pensemos que no es importante, la vergüenza corroe los cimientos de nuestra sociedad. Quita todo el ánimo a los que buscan justicia. Y un país donde no hay justicia, un mundo donde da lo mismo lo bueno que lo malo, lo útil que lo inútil, donde los valores están invertidos, es un mundo enclenque e inmóvil, incapaz de luchar por su futuro.

La podredumbre es realmente el mayor problema de nuestro país, de nuestra actividad, en el presente. Porque lo que nos quita no son recursos físicos, sino sobre todo, recursos anímicos. Nos quita capacidad de oponernos a la injusticia y a la desigualdad. Nos quita fuerza para luchar por los demás, para ser solidarios. Nos resta ánimos para componer un mejor país, una mejor ciudad. Nos deja sin capacidad para considerarnos dignos de vivir. Y esa situación es lo peor que le puede ocurrir a nadie. 

Cuando reclamamos contenido en los sistemas de evaluación y riqueza en la capacidad de los profesores, de los políticos, de los empresarios, cuando queremos que todos los sistemas de gestión y de organización tengan conciencias y mentes preparadas al mando, no es simplemente porque los locos o los tontos no deben llevar el mando. Es porque de la justa distribución en la vida social depende algo mucho más importante incluso que el futuro material: depende la salud del alma humana, la verdadera potencia para crear el mundo cada día. Y esta es atacada temiblemente por la podredumbre.

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