la sonrisa de héctor alterio

Espléndida la obra LA SONRISA ETRUSCA en la interpretación de Héctor Alterio. El actor da un recital de gran teatro en su papel de Salvador Bruno, el viejo siciliano que viaja a Milán y conoce a su nieto, produciéndose entonces ese milagro que todos los abuelos conocen, y que recarga de energía y de vida su cuerpo ya enfermo y cansado.

La adaptación de la novela de José Luis Sampedro tiene sus problemas. El primero es que la longitud del relato novelesco ha forzado una extensión grande en el teatro. A la obra le sobran por lo menos veinte minutos. Hay algunos párrafos repetitivos, algunos momentos en que la acción patina. En el medio de la acción dramática, nos parece que el autor y el adaptador no suben el peldaño que deben subir hacia la excelencia en el relato.

Pero resulta que eso lo hace el actor, el intérprete. Es Alterio el que consigue levantar el vuelo con su interpretación y ayudar al texto, al director, y a todos los demás del reparto, a alcanzar la cima teatral. Lo consigue con su humor, con su naturalidad, con la rareza de su histriónico carácter. Te das cuenta para qué sirve un actor: un actor puede decir el texto de modo que lo mejore.

Esto es algo muy raro de ver en escena. No recuerdo en años haber visto algo así. Muy pocos grandes de la escena pueden hace que una obra mejore y CUADRE cuando la adaptación o el reparto actoral se quedan en la medianía. Y eso es lo que pasa aquí.

 

La compañía es desigual, y sobresalen a la estratosfera LA GRAN jULIETA sERRANO y Héctor ALTERIO. Sus diálogos son maravillosos, espectaculares: la naturalidad, la verosimilitud paralabra a palabra, la belleze y elegancia de sus portes, su voz sobrada, su credibilidad. Están de antología, realmente.

Y consiguen ser esa pareja de esposos etruscos que sonríen en la consumación de sus vidas. Como las grandes obras, La sonrisa Etrusca tiene aquí resonancia simbólica enorme. Sampedro dio, en esta humilde novela, con grandes símbolos e imágenes fundacionales del alma humana, como la metáfora del árbol seco y la hiedra que le da nueva vida, o la de la sonrisa funeraria frente a la nueva vida, un revestimiento del sentido simbólico de las figuras que va más allá aún de ellas mismas.

 

Jose Luis Sampedro es un ser en estado de gracia desde hace años. Pero cada día que pasa irradia más.

Héctor Alterio se ha puesto a la altura de Sampedro. Y tenéis ocasión de ver una obra flamante, única, maravillosa. No os la perdáis.

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