medir bien la vida
Una vida debe ser, una vez que ya está culminada, una cuestión muy medida.
Cada palabra y cada acción deben estar dedicadas y condensadas en una dirección muy concreta.
De esta manera, no hay nada gratuito ni ocioso. Todo tiene un sentido denso y recortado.
Y de esta manera también, no patina esa vida en el tiempo. Cada acto lo es de veras. El presente es absoluto.
Importan poco los avatares o las insolencias del estúpido, si cada palabra que uno ha dicho se ha medido con el corazón y es una plomada en la vida.
Importan poco las proclamas del adulador o los silencios del espacio, si uno ya ha lanzado, y con precisión, el trabajo en la dirección exacta, para el fin adecuado, y con el rumbo justo.
Tan sólo queda el inmenso, espectacular presente de la vida, donde todo es verdaderamente. Y siempre es divertido comprobar las extrañas complexiones de quienes no tienen una obra por encargo, y buscan que los demás les definan o les otorguen el calibre del tiro.
Tan sólo queda el infinito campo donde libertad y amor se unen, y el pulmón, harto de inspiración, expira.
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