el universo idiota

Siempre pensamos, a pesar del dicho de la Biblia, que el número de los tontos es insignificante, y que la tontería es algo que no podemos ver ni palpar a nuestro alrededor. Los rasgos de los tontos permanecen, en nuestra buena fe, como cosas inexplicables, y hasta les otorgamos la categoría de carismas, o de rasgos complejos de una personalidad. Cuántos enamoramientos hay de tontos y de tontas, en los que el audaz enamorado o enamorada bebe los vientecitos por las debilidades mentales, las vanidades, las cantinelas idiotas de su amada o amado. A veces basta con mirar un poco de lejos esas cantinelas, para exclamar de golpe, ¡pero habrase visto semejante idiota!. Sin embargo está el amante tan capitidisminuido que no puede alejarse para notar a quien es tan grotesca, tan claramente lelo. Y no sólo él: el mundo todo hace coro al tontorrón porque considera genial su raro desatino.

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Y es que el número de los tontos es como el de los granos de arena en el desierto, que decía la Biblia. Hay estupidez en el mundo para aburrir, para saturarse. El medio que nos envuelve, el medio humano, claro está, es inmensamente idiota. Tontos son los ambiciosos, los oportunistas y posibililistas. Tontos los de enorme vanidad, que se autocitan y autoglosan y dejan en el ambiente el tufo de su estupidez como la orla de su manto. Hay luego ambientes completamente idiotas en los que descarados, dominantes y agresivos esconden su cortedad tras la crueldad. La gente muy sensible vive tan herida por su malhacer que nunca se para a pensar que detrás de un malvado, impepinablemente, hay un idiota.

 

Los ambientes donde los tontos abundan se espesan e impiden ver en ellos con claridad a la gente brillante, a los excepcionales. Todo parece muy complejo, muy denso, moverse es complicado, los conflictos acechan: señales claras de que abundan los incompetentes, de que los idiotas campan ahí. Pero el hombre o la mujer de buena fe huye de estas turbulencias y deja que los tontos, en su inmensa y larga carrera, sigan sembrando estupidez década tras década. Y a veces una se detiene un segundo a mirar la larga carrera de obras y hazañas de alguien de enorme imperio y riqueza, y queda sorprendido por un rasgo imbécil, después descubre otro, después juzga una tercera ocasión y encuentra de nuevo que sin duda puede verse lo tonto que esta persona resulta, y al final, tras este breve ejercicio, descubre uno que el magnate, el rey, el gran poeta, sencillamente es del número infinito de los tontos. Sin más.

 

La pericia para cazar idiotas es un talento que se desarrolla tarde. Eso sí, una vez que aprendes a reconocer la tontería y a los tontos,  se convierte en un ejercicio de arte. Claro que hay tontos obvios y directos, que nada más abrir la boca, se retratan. Pero éstos normalmente son considerados gente fuera de lo normal,  porque sus actitudes y carácter se ven muy afectados por la tontería y son de difícil trato. Digamos que son tontos con alarma incorporada. La inmensa mayoría de los tontos no llevan esta alarma incorporada y pueden pasar desapercibidos, sobre todo si son ambiciosos, o celosos y envidiosos de la inteligencia o la capacidad.

A nadie le extrañe que el universo esté superpoblado de tontos. Es más, gobiernan el mundo en todas las esferas de actividad pública, pues una de las cosas que al tonto apasiona es dirigir el destino de los demás con su sonadísimo cerebro de tonto. Forman los tontos grupos de poder en los que se sonríen, codean y prefieren entre ellos. Les encanta compartir ocasiones en las que mostrar su camaradería de incompetentes  felices a pesar de ello. Están más allá de las ideas, de los principios. Son tontos, y ése rasgo los hace poderosos.

 

Cuando veáis una agencia calificadora de currículums y carreras dominada por idiotas, o la política en manos de ignorantes con codicia, o el poder y el dinero en los bolsillos de tontos y tontas de nacimiento y convicción, cuando pueblen vuestros colegios, vuestros alumnados, vuestros trabajos, vuestras cátedras,  un inmenso y anodino número de los tontos, pensad que Dios en su divina justicia les otorgó todo esto porque les quitó lo esencial, y que no hay mayor desgracia, mayor desvalimiento, que el de ser un idiota consciente de serlo, que disimula, o inconsciente de que lo es, y resulta un ser patético. Y aprended a desarrollar, como dice un amigo mío, el radar para tontos.

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