EL PROBLEMA ES EL EGO

 

No es ningún secreto que el más grave problema de la humanidad es sin duda el culto al ego humano. Lo que es menos conocido es hasta qué punto, en qué grado, esta verdad es enorme y gigantesca. Muchos piensan que su ego no es demasiado problemático, que solamente los vanidosos y los ambiciosos caen en este problema con gravedad. Pero no es así: el ego es un problema general, ambiental, absolutamente perturbador. El culto al ego humano ciega literalmente nuestra capacidad de hacer cosas y de situarnos en el mundo. Nos impide desarrollarnos, nos impide disfrutar y divertirnos, y le quita todo el sentido a nuestra vida. Y además, sin que nuestra mente lo perciba, pues la lógica del ego parece previa al mismo ser humano, cuando no es así. No.

El ser humano es previo a su ego, y su expansión está torpemente limitada por la idiota creencia de que lo que más nos importa a cada uno de nosotros somos nosotros mismos. Como todos pensamos que el fondo del ser humano es su propio beneficio como cuerpo y mente, tapamos y cegamos el pozo de riquezas a los que nuestra experiencia puede llegar. Como todos creemos que el placer personal, la saciedad del individuo en que nacemos, la acumulación de gozo para la figurilla con la que nos movemos y por la que charloteamos con el mundo, lo es todo absolutamente, eso nos impide notar que hay un vacío esencial y un absurdo en todo ese placer para uno mismo y disfrute de uno mismo. A veces, si nos fijamos mucho, podemos notar que en el fondo del culto al propio ego, hay un terror espantoso a ese vacío que se percibe, a ese sinsentido de una vida dedicada a sí misma.

Pero poca gente decide investigar esa sensación de vacío y de absurdo que acompaña al pensamiento de que una vida es para llenarse uno mismo de todo y para pasar el tiempo dedicado al propio beneficio.  Pues cuando ahondas en esa sensación, y empiezas a atar cabos de otras que uno tiene en la vida, en las que, diversificado y entregado a lo que no es uno, te sientes enormemente más feliz y realizado, más dirigido y activo, con un sentido muy intenso de que no estás definido y eres universal, trasciendes el ego.

Que el sistema social se base en el impulso al propio ego es la quiebra fundamental que lo desmorona constantemente. Porque ningún significado surge de ese impulso, solamente el horror al vacío, la huida hacia delante. Que toda la lógica en la que te educan en los colegios o en las familias se base en la asunción obvia de que somos interesados y egoístas por naturaleza, lo único que produce es seres débiles y agresivos incapaces de desarrollar más que un cuerpo en esta vida, y de una manera muy limitada. El culto al ego en el que los modelos deportistas, empresariales, artísticos, culturales, están basados, es un suicidio colectivo, es poner en el centro de toda nuestra civilización la mayor de las mentiras: que el ser humano es feliz satisfaciendo sus propios deseos y poniendo por encima de todo interés el suyo propio.

 

El mundo está lleno de ejemplos clarísimos en los que se prueba que la verdadera y más intensa felicidad se halla en la desagregación del ego, en su diversificación, en el cambio y la coevolución del ego con el entorno, en la búsqueda de nuevas formas de experimentar y sentir más allá de lo que el impulso egóico dicta.  La identidad es una falacia absoluta, la fijación de una forma estática del yo es una fantasía estúpida que impide a la gente navegar y viajar en su propio yo.  Ser muchos, dejar ser a los demás, dejar  espacio a los demás y que ésa sea tu forma de ser, amorosa y secreta, son otras tantas formas del ego tanto más maravillosas y deliciosas cuanto más inesperadas. Limitar la fijeza de unos deseos o intereses estáticos y esclavizantes, abrirse a nuevas definiciones de uno mismo y de todo, es mucho más apasionante.

 

Si no viviéramos la vida de los demás, si no disfrutáramos más de la vida en carne ajena que en la propia, si no descubriéramos que la manera mejor de ser feliz puede ser el total sacrificio, o la total desaparición pacífica en la nada, la vida carecería de crecimiento y de energía. La gran trampa del ego, como motor social, como principio económico, es que se queda impotente. 

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