forjando un mundo nuevo

 

Dice la analfabeta funcional que tenemos por presidenta de la Comunidad que le caen mal los arquitectos porque sus obras perduran cuando ellos han muerto. Pues por llevarla la contraria, yo tengo que decir que pese a sus errores garrafales, a mí los arquitectos me caen muy bien porque ellos forjan, con acero y piedra, el mundo nuevo en el que hay que meterse por encima de las circunstancias que arrastremos. Y aquí tenemos la prueba. Estos edificios que salen hoy en el periódico, diseños de lugeraes de todo el mundo, nos presentan la fuerza de la arquitectura y el diseño.

 

 

La arquitectura es un arte de vanguardia, todo arquitecto aspira a innovar, a cambiar nuestra idea de las casas y espacios humanos, y se nutren como pocos artistas de la energía de la naturaleza que nos rodea. Los arquitectos geniales dan un empujón a la humanidad para que se desnude de las penurias pasadas y avance hacia la luz. Niemeyer, Gaudí, Le Corbusier, los arquitectos naturalistas norteamericanos, los modernistas, han hecho a la humanidad lavarse los ojos y mirar más allá, o más acá según el caso, para redescubrir que hay una riqueza y un arte esencial –el arte arquitectónico nos demuestra que la pobreza no existe, y que la naturaleza es el lujo de Dios- en manejar el suelo y el tecno que nos cubren y los objetos y formas que precisamos para movernos y crear.

 

 

Cuando la situación es tan negra como ahora, los arquitectos son un ejemplo, y no necesariamente los que escapan a la crisis cobrando un dineral de empresas millonarias. Hay arquitectura muy económica e innovadora que sin embargo inyecta el sueño del futuro en la mirada de todos, como en los cuadros de Hopper. Y es así porque en arquitectura alinear la creación de uno con los entornos no valorados es la clave de todo. Es posible generar un abrigo, una techumbre, a partir de los elementos despreciados por las construcciones anteriores.  Es posible cambiar los estereotipos y  utilizar materiales inusuales para cualquier función o necesidad. La vieja teoría de la piedra angular, que deshecharon los arquitectos viejos, y es la clave de bóveda de los nuevos edificios, es uno de los mantras arquitectónicos que puede servirnos hoy a muchos legos en la materia.

Pero la arquitectura es más, sobre todo la última arquitectura, por su capacidad de forjar con materia muy firme sus visiones de futuro. Eso que tanto le molesta a la  señora cateta que gobierna en Madrid. Los arquitectos efectivamente imperan con su arte, y cuando lo consuman, dan un gigantesco paso en la energía, la fuerza y el atrevimiento que hay que tener para seguir adelante en la vida.

Cuando uno entra en una casa moderna, diseñada con gracia por un arquitecto, recibe una fuerza especial que le ducha en luz, color, que lo lanza a toda velocidad hacia su propia fuerza creadora. Los ambientes creadores, donde se ha estampado y esculpido la visión interior de algo necesario y nuevo a la vez, nutridos de pura vitalidad, hacen a la gente creativa, y los embriagan de esa misma energía contagiosa.

Necesitamos a los arquitectos porque ellos desarrollan en el horizontal mundo de la materia los impulsos verticales de la creación, y en ellos se funden las dos dimensiones, lo material y lo espiritual, de una manera intensa e innegable.  Ellos plantan los cimientos en la tierra de lo que es el vuelo del ser humano hacia el nuevo mundo.

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