soy ambiental

 

 

Conforme avanzan los tiempos, más comprendemos, los humanos, que somos seres ambientales. Dependemos del entorno, dependemos del ambiente, y sobre todo, pensamos con el ambiente, con los entornos. Nuestra psicología es cada vez más una psicología de organismo colectivo. Cada vez más sensibles al mundo humano que nos rodea, pero no solamente a éste, sino al mundo de los otros seres vivos, creo que en la evolución está el convertirse cada vez más en parte de un movimiento o pensamiento colectivos, que ya se sienten en muchas maneras.

Por ejemplo, el modo como las personas comparten los estados de opinión es cada vez más profundo y arraigado en percepciones muy perspicaces que se transmiten y se comunican ambientalmente. Nadie duda de cuál el estado de la vida social, política, qué procesos dominan el mundo humano, o cómo son, en su profundidad, muchos caracteres de personas públicas. Cada vez notamos mejor, y difundimos más, lo que es la verdad. Y eso termina produciendo efectos.

Pero ser ambiental también implica vivir y sufrir las consecuencias de las situaciones globales, universales, que nos rodean, y por eso muchas personas sufren hoy en su misma intuición vital la pesadumbre de la crisis económica o la euforia de la acción constructiva para acabar con ella. Vivimos cada vez más incorporados a los ambientes colectivos que creamos y que disfrutamos, pero también los que nos atacan. Cada vez es más cierto que el mal del mundo afecta a cada uno de los integrantes, y que la nueva ética exige que ese mal no se difunda y se luche contra él colectivamente.

Hubo un tiempo en que la piel humana separaba universos en los que el sufrimiento no se comunicaba, un tiempo en el que las consecuencias de los actos no salían a flote junto a ellos, un tiempo en el que la impunidad no pesaba en la conciencia diaria. Hoy ya no es así, todo se transmite. Esta sociedad está también desquiciada por ello. Porque ser ambiental no implica comprenderlo todo.

Cada día experimento más los humores colectivos, las fuerzas incontrolables del ánimo colectivo, cómo actúan aquí y allá. Cada día siento más las experiencias de mis contemporáneos, y más los aspectos sensibles de sus situaciones, así como lo que antes quedaba oculto de sus acciones es más patente ante mi atención.

Las tecnologías no solamente producen una comunicación aparente: están penetrando en la piel social que dividía mundos sentimentales y sensibles, y haciéndolos más abiertos. Con ello se está despertando una fuerza de empatía que antes no se daba. No solamente con los seres humanos. Esto está creando una necesidad de una nueva ética, mucho más intensa y exigente, de nuestra vida en todos los aspectos, sea individual, sea social. Todo lo que estaba empañado por un objetivo amoral o inmoral empieza a ser reaccionario y arcaico.

Creo que en el futuro la acción colectiva humana será cada vez más orgánicamente conectada, más eficaz para minar la corrupción o para acabar con la violencia individual. Se aprecia cada vez más que los seres humanos no pueden vivir por mucho tiempo en autonomía moral con respecto a la desgracia humana o de cualquier ser del planeta. Nuevas formas de empatía, de intuición colectiva, de psicología humana, ayudarán a que no pueda seguir ocurriendo que la riqueza y el poder de unos pocos causen enormes perjuicios a todos los demás.  Pero el ser ambiental que cada vez somos más sigue teniendo sus insondables misterios.

 

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