la mentalidad primitiva

Este es el título del ensayo excepcional de Anandas Coomaraswamy sobre el mundo del arte tradicional y primitivo. El ensayo es extraordinario. Tiene otra pieza igual de buena en torno al arte primitivo, llamada Notas sobre el arte salvaje.

 

En los dos textos explica el gran observador e investigador que la cultura primitiva es una cultura de extraordinaria vitalidad y creatividad. Su energía nos llega desde hace 30.000 años. Es un arte y una visión del mundo metafísica completamente. las pinturas rupestres, los monolitos y dólmenes, la expresión simbólica primitiva, son fenómenos de mayor dinamismo que el arte actual, de mayor capacidad comunicativa.

La idea de Coomaraswamy es la de que al arte rupestre es fundamentalmente un arte absoluto: cuando un hombre de las cavernas dibuja un caballo, todo su ser está dando expresión artística al caballo, insertándolo en el paisaje natural, mostrando su belleza, y  generando una forma en el mundo real. No hay ninguna finalidad utilitarista: eso solamente lo pensaría un imbécil, un moderno. Los primitivos no eran idiotas:  sabían el nexo causal pero también el nexo mágico y telúrico, y sabían que ese nexo SOLAMENTE SE ACTIVA, SE EXPRESA Y SE DINAMIZA, MEDIANTE EL ARTE. Antes que la religión, más perfecto que la religión, es el arte rupestre.

 

Cualquier acción debía llevarse a cabo teniendo esto en cuenta: todas las actividades son simbólicas y todas forman parte de la creación divina, que ocurre contemporáneamente al pensamiento, y que representa la educación y la cultura del pueblo: cómo hacer las cosas, es algo sagrado y a la vez perfecto y artístico. realiza al hombre, lo ubica en el colectivo social, y en la naturaleza. Eso es lo que se ve, se siente, con las pinturas.

 

Dice Coomaraswamy que no hay gran diferencia entre el equipamiento mental que tenían los antiguos y el nuestro. esencialmente los hombres primitivos eran como nosotros. Pero tenían conocimiento de algo fundamental que nosotros hemos olvidado: La “participación mística”, el hecho de que todo cuanto es, cuanto se manifiesta aquí, lo hace porque representa algo divino, una forma ideal: el caballo es la imagen del sol mismo. Las formas son semejantes a algo inefable e invisible, que el artista concibe en su interior, y copíando eso, lo crea.

Todas las expresiones religiosas más ancestrales están evocando esa participación, y facilitándola. Su función es mostrar la presencia efectiva de algo superior a los seres particulares, mediante ellos, mediante sus formas exactas. Se trata de iconos e indices a la vez, de seres que son semejantes a algo y exactos en su representación, tanto, que al representar hacen real ese algo.

 

Cuando alguien descerebrado interpreta la belleza del oso de Chauvet, o de los caballos de arte levantino, como rituales de caza, es para echarse a llorar, porque el primitivo, el desmemoriado, el decadente, es el intérprete: lo que admiramos al ver los bisontes de Altamira es esa representación que hace vivos a los bisontes, y al tiempo, los integra en el vientre oscuro de la cueva, donde ocupan un lugar eterno, igual que lo ocupaban cuando dormitaban en los prados.  Nosotros, dice Coomaraswamy, hemos perdido ese paraíso, ya no vivimos entre las imágenes que concebimos dentro, somos meros espectadores, y las reflejamos desde fuera.

 

 

Los artistas primitivos eran lectores de significados profundos: eran sacerdotes, como lo eran todos los hombres de entonces. En ellos, el mundo era su compañero, los animales, fuerzas divinas, ellos veían en su interior cosas que pintaban en la oscuridad, y aquel acto cambiaba lo real de un modo nuevo, como solamente un artista sabe que lo hace. Cuando el primitivo pintaba, sabía que estaba creando lo real.  Así, Coomaraswamy cree que el arte primitivo se funde con las tradiciones unánimes de todos los tiempos, con las doctrinas cristiana y budista, taoísta, como la frase de San Juan: Spiritus est qui vivificat. El saber del pueblo, dice el enorme hindú, expresado en su cultura, es realmente la palabra de Dios.

 

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