EL PERIODISMO REFUNDADO



Hay sectores donde la crisis es más evidente y en los que se está quedando al descubierto toda la entraña de un oficio, o una profesión, que se ve destrozada en sus fundamentos. ES lo que le está pasando al periodismo. Entre la crisis previa, una crisis moral, relacionada con el modo en que se ejerció el periodismo en nuestro país en las últimas décadas, al servicio de intereses de poder y sin capacidad para la iniciativa de investigación –hablo en general, salvo honrosas excepciones-, la crisis tecnológica, es decir, la llegada de una evolución que ha dejado pasmados a los medios y a los usuarios por su velocidad de implantación y el cambio radical del negocio que plantea, y por último, la crisis económica financiera, que manda a la mierda a los debilitados grupos de medios financiados y apoyados casi exclusivamente por el poder económico ahora cambiante, el periodismo es una profesión en trance de extinción. Sin embargo, yo creo que lo que estamos viendo también es que el periodismo se está refundando, está volviendo a nacer.
Uno de los modos de renacer del periodismo es un renacer ético. Ahora vuelve el periodismo de voluntarios, el periodismo gratuito, el periodismo ciudadano, en el que un joven, o un no tan joven, decide dedicar su vida a informar a los demás de las injusticias que están siendo cometidas,  destinando su actividad a crear conciencia ciudadana acerca de los deshaucios, las iniciativas de bancos de ayuda, la represión de libertades, y otras causas sangrantes. Este periodismo es casi una vocación moral. No produce beneficios que no sean los de extender la sociedad del conocimiento y de la conciencia. Es un oficio heróico, como lo fue el periodismo en sus mismísimos orígenes, como lo vuelve a ser en sociedades donde es necesario, imperiosamente necesario. Esta línea de renacimiento nos indica que allí donde un profesional conserve esa ética de base, se producirá tarde o temprano el apoyo social y el éxito. Vemos ejemplos salteados, ocasionales, ya.
Los escritores de blogs que deciden abogar por causas, los comunicadores que luchan, sin ninguna probabilidad de éxito, por extender o por conservar la sociedad democrática que todavía está en nuestro tejido, realizan otra forma de periodismo nuevo, completamente altruista, sin perspectiva alguna de éxito, pero vital hoy en día. Este periodismo más subjetivo pero de enorme importancia en la actividad social se funda en el principio de que la lucha mediante la palabra sirve. Y por supuesto que es así. Los periodistas siempre han podido sostener la libertad mediante la palabra. La presión que unas palabras pueden ejercer para cambiar el mundo es inmensa. Yo me sorprendo muy a menudo de hasta dónde llega ese poder: cómo un escritor y un informador pueden minar el despotismo, la situación infame, la injusticia, con el simple acto de denunciarlos. Cómo las palabras se difunden y repentinamente son masivas, cuando se va formando una ola de apoyo de la que el primer movimiento social fue una información, una iniciativa periodística. Ese fenómeno  está volviendo, también gracias a las tecnologías. Vivimos una época en la que todos estamos en lo secreto, pero, al mismo tiempo, podemos formar un lío considerable mediante el rápido propagarse de los mensajes cortos y las entradas de blogs y tuits.
Lo más increíble de ese fenómeno es que está en el núcleo del periodismo. Las noticias, en el fondo, son innovaciones sociales: cuando escribimos noticias adelantamos el futuro, porque en ellas se fuerza a la sociedad a adaptarse a lo nuevo, y si son verdaderamente importantes, sirven de látigo para hacer cambiar la vida social. Una noticia no es el reflejo de una novedad humana: es su causa, en muchas ocasiones. Por eso el periodismo no puede morir, porque en él está plasmado un extraño arte taumatúrgico: producir novedades, dar buenas nuevas.

Aunque parezca contradictorio, el periodismo es de las escasas ocupaciones donde se generan necesidades nuevas al servicio del crecimiento social y cultural. Cuando el periodista está donde no se le espera, cuando el periodista es el ojo público que vigila la represión, denuncia el deshaucio, muestra el ERE y su drama, o denuncia la corrupción de la presidenta, está generando la necesidad social de su presencia, está enseñando al público lo que es importante denunciar y lo que es vital solucionar. Hoy vivimos esa actividad informadora como si fuera algo extraño, a destiempo, terrible. Y sin embargo quien se dedica a ello con honradez intelectual y con verdadero espíritu está salvando la profesión en su acción única.
 
El periodismo está experimentando una terrible purga. En él, todas las formas corrompidas de actividad periodística hoy reciben el castigo de la opinión pública desdeñosa, de la falta de apoyo social, y nada hay más justo que eso. En ese descrédito caen también, injustamente, profesionales dignos y valiosos. Al mismo tiempo, la gente se vuelve al fenómeno periodístico auténtico: al profesional o no profesional que describe la verdad, que defiende una causa justa, que gana la batalla de la iniciativa, de la vivacidad, de la energía necesaria para cambiar el mundo con la palabra. Porque eso es el periodismo, y los primeros que dejaron de creer en ello fueron los propios periodistas. Hoy debemos mostrar modelos profesionales que retomen la vieja idea de que quien informa, da forma a la realidad, determina cuanto pasa.

Y esa especie de taumaturgia, que es un arte especial, se había perdido de la profesión en mucha medida.  El periodismo no puede aprenderse, no puede enseñarse como tal, es una genialidad social que se precisa constantemente porque muestra el poder de la comunicación para vencer a la acción de poder, a la fuerza física o a la presión de dominio. Los mayores éxitos del periodismo son verdaderos asombros en la vida social, pues muestran el poder de la mayoría lectora, de quienes tienen valor para enfrentarse al miedo o al chantaje, de los que constituyen la industria de la conciencia, pero con más conciencia que industria, desde que abrazan este oficio.  La falta de brío profesional estaba hace unos años por todas partes. La falta de iniciativa, el periodismo de declaraciones oficiales y de fuentes amigas del poder, el periodismo incapaz de preguntar, estaba extendido como una profesión que vendía sus resultados como valiosos cuando no lo eran en absoluto. La burbuja periodística siguió inflándose cuando los aparatos de poder financiero y político se inflaron igualmente con falsos valores, falsos apoyos, falsa riqueza. Y esa burbuja se pinchó con las otras, en un efecto simpático.

¿Qué va a quedar de todo eso? Mi opinión es que solamente resistirán medios e informadores que hayan conservado el respeto social. Daba lástima leer en la red las terribles opiniones de los lectores respecto a la situación miserable en que se quedan trabajadores de grandes empresas periodísticas. Pero había un sentido de justicia social tremendo en esa reacción. Solamente una minoría, nombres nuevos que están refundando el honor del periodista, medios que están luchando por una supervivencia que es vital para la salud democrática del país, quedará tras este tsunami. A partir de ellos renacerá de sus cenizas el periodismo.

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