EL PODEROSO BRAZO DEL ESPÍRITU

Las personas, como las sociedades, que están dotadas del soplo del espíritu vital encendido, son más fuertes para soportar las situaciones negativas y la acción del espíritu continúa cuando ya han desaparecido otras motivaciones e intereses humanos. Por ello, vencen las dificultades con mayor resistencia, pues no hay poder más largo, perdurable e igual a sí mismo que el del individuo o la civilización basada en el hálito vital. Podemos ver ejemplos por todas partes, de cómo esas comunidades y esas figuras se mantienen incólumes y sobre todo, por ellas no pasa el tiempo, ni las circunstancias cambian, ni se altera lo esencial de sus ejes de actuación. Una vez que se desencadena, la fuerza espiritual es siempre constante y su carácter es eterno en el individuo, existe para siempre y  nunca cede.

Cuando vemos prodigios humanos, grandes obras de la cultura o la civilización humana, podemos mensurar, dentro de nuestras limitaciones, la fuerza de ese viento fundamental que sopla mediante el hombre y que siempre con el mismo ímpetu anima sus actividades y construcciones. Entonces podemos evaluar hasta dónde se extiende su acción sutil, continua, insistente, consciente. En determinadas épocas esa impalpable fuerza se hizo dueña de la vida humana y se plasmó en las ciudades, los libros, las paredes, las creencias o formas de actuar y de estar en el mundo.

La fuerza igual a sí misma, que es como un viento que anima el entorno donde se canaliza, permanece siglos y siglos capaz de llegar mucho más lejos que nuestros brazos físicos, y adquiere el medio en el que circula, como le ocurre a las palabras escritas en los libros. Si Internet vale algo, es porque está situada muy cerca de ese inmenso caudal por el que sopla el huracán invisible del viento del espíritu, el de los libros escritos durante siglos y siglos, por donde viaja intacta esa fuerza bestial.

A veces notamos que nuestra verdadera capacidad para albergar lo infinito está en la palma de la mano de este brazo largo y poderoso que el espíritu nos regala, con el que podemos emprender las obras de los gigantes.

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