EL FIN DEL CICLO




Avanza el año y las noches se hacen más largas. Como apreciaba Jiménez Lozano, el aire se va volviendo, hacia diciembre, cada vez más fino, como cristal en láminas delgadas. La luz es siempre más ambarina y suave, la tierra se hace húmeda y se oscurece, el viento más descalabrante y loco. Es el fin del ciclo anual, que avanza poco a poco hacia la noche oscura del invierno.


Paradójicamente, está uno más alegre. Una especie de felicidad de culimnar el ciclo, de haber dado una vuelta más al sol, se va cobrando el espíritu conforme hay que echarse más prendas de ropa encima. En lugar de adormilarnos en la pereza, nos metemos de lleno en el sueño y comenzamos a crear febrilmente, mirando al cielo violáceo oscuro, en busca de estrellas que brillan más que nunca. Hemos cerrado un ciclo y llegamos al punto de la renovación. En el fondo, ésa es la alegría.


Toda muerte es una nueva vida. Todo fin de un largo trabajo culmina en un premio inacabable. Conforme avanzamos hacia el final del tiempo, nos asaltan diversas formas de fortuna, y todas parecen guiños, parecen sonrisas que nos reconocen y animan. Al final de todo hay una fiesta, en la que las luces parecen oro caído a los pies, y el hielo destella para vestir todos los momentos. Pero antes de llegar, entre las sombras negras de los pájaros, que van buscando esconderse del frío invierno, se pueden oír las palabras fundamentales, las voces que revelan la esencia del animal humano, animado por la creación, a seguir moviéndose en el tiempo...

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