PANFLETO MALÍSIMO: DON CARLOS


Acabo de ver el "Don Carlos", drama de Friedrich Von Schiller, en el Teatro Valle Inclán. Si la ópera que se sirve de este libreto tiene una preciosa música, cuando desaparece, como es el caso, queda un panfleto de tercera, basado en la Leyenda Negra española, con unos personajes antihistóricos y odiosos, que realmente no merece la pena representar. Pero el desacierto está en el texto y en la dramaturgia de director y actores.


Calixto Bieito se imita aquí a sí mismo hasta la saciedad, como ha hecho últimamente varias veces. Quién dijera que se trata del mismo dramaturgo del "Rey Lear", con Pou a la cabeza de un reparto muy bueno, de hace cuatro años ó cinco. Ni punto de comparación. Bieito se pierde en un montaje sin pies ni cabeza, lleno de discordancias y desencuentros, en el que los mejores actores, Castejón e Hipólito, apenas consiguen levantar el tedio creado por el desagradable conjunto dramatúrgico. No hay coherencia, no hay sentido, no hay mérito ni valor en una puesta en escena que se rompe a sí misma y que no proyecta ni amplifica su narración siquiera.


Nada puede salvarse en este "Don Carlos". Un Felipe II más semejante a Hitler que a ningún monarca hispano, babosamente vil, que amenaza a diestro y siniestro con la Inquisición. Ni un solo historiador serio aplaudiría esta visión del rey, firmada por un alemán que probablemente desconocía todo de la Historia de España. Una Princesa de Éboli de la que aburre el eterno motivo sexual -ya empiezo a estar harta del porno-Bieito, creo que debería psicoanalizarse más y dejar de sacar pililas y tetas en escena, como única boutade dramatúrgica que no se sabe superar nunca. Penosa la Isabel de Valois que vemos aquí interpretar, que canturrea su texto con completa falta de énfasis.
El montaje no comunica nada. El Don Carlos es tan infantil como su representación. No sirve la sorpresa ni el asombro constantes que nos quieren vender como vanguardia. Ante un texto tan malo, con tan malos actores, con una estética tan fea, no hay quien soporte la hora y 45 minutos de estupideces y ensalzamiento de la sociedad de Flandes, sí, esa misma que quemaba a las brujas en la época de Felipe II. Por favor, que los centros nacionales no subsidien obras que no tienen en cuenta hechos tan simples como que fue este rey, éste, quien desarrolló el derecho de gentes internacional y salvaguardó muchas libertades cuando en Flandes se vendían esclavos y se desollaban brujas como en todo el Norte europeo.


El público, que tiene paciencia, se traga cualquier cosa por ser teatro, pero hay que empezar a protestar ya. Cuando una obra es nefanda, hay que saberlo. Cuando la interpretación decae en los Centros Dramáticos como estamos viendo últimamente, hay que decirlo. Cuando se ensalza la boutade y el epatar como único mérito cultural, vamos mal. La espantá del público se avecina...

No recomendada

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