una nueva humanidad

 

La situación que vivimos, y nuestra experiencia diaria, está pidiendo a gritos la institución de una nueva humanidad. Hasta ahora, nos habíamos contentado siempre con un ser humano egoísta, interesado, de vista corta y memoria débil, incapaz de dar nada si no es por un pago, de fondo insaciable y corto de miras en todos los sentidos.  Los economistas nos convencieron a todos que siguiendo estos impulsos, naturales en la persona, se conseguiría un equilibrio de fuerzas opuestas. Valiente mierda de aspiraciones, partir de la base peor del ser humano para elevarse justamente hasta el nivel del poder, es decir, para caer más bajo todavía.

 

Y así hemos seguido años y décadas, convencidos de que el impulso más profundo del ser humano es el egoísmo, la saciedad de los intereses y la cortedad de la perspectiva, todo en un bloque. En muchos lugares se considera referencia humana a individuos que llegan a tener enormes poderes, a dominar, a almacenar. Consideramos que el instinto egoísta consumado hasta lo infinito es un modelo a seguir. Viéndolo desde lejos, se da uno cuenta de que lo que consagramos como modelo humano, en la economía, la sociedad, hasta en la ciencia, es un ser bajo, conforme con su estancado pensamiento y con su regresión. Podríamos decir que hemos vivido siglos de euforia regresiva, cuando los seres más ambiciosos y desalmados han triunfado como modelo a seguir.

Sin embargo, cuanto más vivo más cuenta me doy de que el ser humano es un ser indeterminado, y ésa es la gran clave de todo. En realidad, no somos nada fijo, sino un impulso creador que puede ir en una u otra dirección. El corazón es una esfera que cambia constantemente de orientación. Nuestros deseos no son fijos. Nuestras emociones  surgen atmosféricamente, pero como el clima, cambian y pueden despejarse en cualquier instante. El ser más profundo del que he tenido experiencia es algo lábil e informe, que admite constantemente las propuestas de evolución del entorno, y no tiene un carácter. Espera que el carácter se genere en contacto con las fuentes de la energía que le rodean, y solamente en comunicación y empatía con ellas puede danzar su existencia. Como instrumentos musicales, los seres humanos no son sino medios por los que se manifiesta la creación de vida, y como tales, deben estar dispuestos a abandonar sus instintos constantemente, en favor de nuevas experiencias. Vivir bien es dejar que la vida nos dispare a quemarropa, como decía Ortega y Gasset, y a descansar en sus cambios, como decía Heráclito. Estar dispuesto a  convertirse en algo diferente en cada momento, también con las emociones, y con las pasiones.

 

El crecimiento que ahora está pidiendo el mundo es hacia un ser humano distintivamente superior, cuya personalidad sí esté marcada, y que tenga rasgos de verdad, no instintos convertidos en excusas, ni asunciones sobre su mal fondo trasformadas en violencia o dominio para el entorno. El ser humano tiene que llegar a ser realmente humano, transformándose en un ser volcado a la ayuda, la colaboración, el don. Esto forma parte de nuestro ser profundo: transformarse en empatía con el entorno, crear con él, y definirse por él. Realmente estas capacidades, son lo que nos transforma y nos puede definir como especie: haber descubierto nuestro fondo indeterminado y nuestra armonía absoluta con el entorno que nos rodea. Toda una nueva lección de economía.

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