FELICIDAD Y NATURALEZA

Cada vez estoy más convencida de que lo que nos hace más plenamente felices es retomar el cordón umbilical que nos une a la naturaleza. Aunque sea por instantes en muchos casos, cuando nos alineamos con el ser del mundo que se manifiesta en el viento, o en el mecerse de los árboles, o en el fulgor de la luz de verano, es cuando estamos más felices. Se puede sentir como una dejación de otros deseos y otras ambiciones, como una vuelta a lo simple. Cuando nos reencontramos con la naturaleza y retomamos el diálogo que siempre mantiene con nuestra alma, regresamos al silencio fundamental de nuestro ser. No tenemos nada que añadir, ni que pensar, solamente sentir y apreciar, escuchar y aceptar. Y somos espectadores de ella, con eso nos basta para ser felices.

 

Los animales nos hacen estar en paz con nosotros mismos. He visto recientemente a bandadas de niños muy nerviosos acariciando a un perrito. Cada niño que acariciaba al perro obtenía un placer, un disfrute, que se notaba en su cara, que reflejaba la expansión de su alegría, el reconfortarse de su niñez, en la piel del perro. Una sola caricia y el perro y el niño eran un solo ser, el alma feliz de la tierra que se encuentra a sí misma y se complementa. No había diferencias de un niño a otro, todos ellos accedían a la misma felicidad. Era como verles recibir un gran regalo, y solamente era una caricia.

 

Cada día de nuestra vida recibimos muchos regalos de esta suerte, recibimos el trino del pájaro en vuelo, el brillo de la hoja nueva del árbol, el inmenso regalo de los perfumes o la visita emocionante del amanecer. Y cada día, por esos instantes, somos inmensamente felices. El cántico de la naturaleza continúa atravesando siglos de despropósitos humanos, pero siempre atrae y seduce al ser humano en los instantes únicos en los que envolviéndolo, le enseña lo que es vivir y le muestra la eternidad en su humilde desarrollo.

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