los que buscamos libros como pan y la feria del libro in articulo mortis

 

He estado visitando la Feria del libro, como cada año. Los que buscamos libros como si fueran pan, con necesidad total, estamos muy descontentos con la falta de fondos en las casetas, y con las actitudes de muchos de los vendedores, entre los que cada vez hay menos libreros de los de verdad. La gente que está en las casetas de la Feria del libro siente verdaderamente como una pesadez y una molestia a los libros mismos y a los lectores de cosas raras. No tienen, en muchos casos, amor a este medio, y se nota en la actitud, en cómo lo venden, en cómo lo buscan, en el escasísimo aprecio que tienen por una mercancía tan delicada como  rica. Tienen una actitud que parece de funcionario arcaico de una institución ya desaparecida. Y así es.

 

Ya no quedan casi libreros de los que te traían el libro del fondo de los almacenes, de los que pedían todas las obras de un autor para poder ofrecerte  la totalidad, de los que cuidaban sus fondos como un tesoro único, y compartían, cómplices, la edición de un autor o una pieza valiosísima e ignara con la misma pasión que el voraz lector.

Ya no quedan alimentadores de los desvelos de lectores que, como detectives incansables, van en busca de secretos del alma, autor por autor, obra por obra, hasta encontrar, resplandeciendo una noche, la respuesta total y completa a su búsqueda. Aquellos editores respetaban profundamente esa bísqueda, porque sabían que era su oficio eterno. Ya no quedan casi editores de los que apostaban su riqueza, su seguridad, por esa mercancía tan valiosa.

Ahora se editan libros para saldarlos cuanto antes, y si no se venden, muchos editores y libreros destruyen sus fondos. Hay editoriales que directamente viven del prestigio de un enorme catálogo de libros muertos que no te pueden vender porque no los tienen ya. Hay editoriales, muchísimas, que no quieren tener el estorbo de los autores que reclaman cada vez más parte en el negocio, porque ahora el autor crea y produce su libro, y lo puede difundir mejor que el editor.  El editor y el librero no quieren un intruso llamado creador en su negocio, crasísimo error. Y no quieren ya ni hacer su distribución. No porque el editor no tenga sus herramientas de siempre, sino porque ha dejado de distribuir con honestidad, y por miseria, y cobra un trabajo que no hace.

Y ahí están las casetas, con más miedo que vergüenza, viendo a ver si sablean al lector con los libros que han decidido traer a la Feria, dando la espalda a la revolución que les ha cambiado el negocio, y trabajando con mucha negatividad, con mucha desgana. Se parecen a esos directores de cine que se niegan a distribuir sus películas en Internet y se empeñan en un negocio en las salas que ya no existe. La misma actitud despectiva, deprimida. El mismo miedo y rechazo a esa riqueza eterna que debían respetar.

Los editores, los libreros, tienen que recuperar el amor por un oficio que siempre fue una apuesta fraternal, vocacional, a fondo perdido. En tanto no tengan ese amor, o no lo respeten, irán muriendo cada día.

La miseria hace a la gente miserable.

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