LA IMPAGABLE DEUDA GRIEGA
Afirmaba Günter Grass que si Grecia abandona Europa y deja de formar parte de ese engendro financiero que hoy llamamos paradójicamente "unión europea" no merece la pena formar parte del mismo, y estoy competamente de acuerdo. Grecia es la clave de bóveda, la piedra angular, de un proyecto y de un ideal que comenzó hace milenios allí y al que no se llega hoy en día ni a la suela de la sandalia.

Los imperios de la fuerza y del poder, como fue el romano, como fue el nazi alemán, no llegan, como digo, a la altura del calzado de los griegos. Y esto es algo que cualquiera puede percibir. Uno pasea por Atenas y mira hacia lo alto, donde ve con qué delicadeza y con qué potencia volaron las mentes griegas, las manos griegas, y comprende que los pobres alemanes jamás sospecharán esa capacidad cultural, por más que la copiaran, la adoraran o la robaran, igual que hicieron tantos pueblos que sintieron que aquella capacidad cultural jamás podrían alcanzarla, y por eso se la llevaron, intentando atesorarla.
La historia de Grecia es una historia trufada de tragedias. la dominación de los albaneses, de los turcos, fueron siglos de terror y drama, culminados en el siglo XX por la invasión nazi. Los griegos son un pueblo resistente y luchador, pero han aprendido a sortear las enormes dificultades retrayéndose e inhibiéndose de las estructuras civiles y estatales cuando ha sido preciso. Su inmensa sabiduría se refugió, ante terribles represiones, en formas primarias de felicidad en la vida sencilla, en la religión auténtica, en la unión con la naturaleza y la vida cotidiana. Al mismo tiempo, acrecentaron su espíritu libérrimo frente a instituciones, deberes y obligaciones, y como los españoles, pero con más dulzura, abandonaron la idea del estado como negocio, esa idea tan querida para los pueblos anglosajones, imperios del beneficio como señal de categoría, lo que llamaríamos imperios catetos.

Por estas razones, y porque el dulce espíritu griego nos sigue pariendo hoy en día ideales que no por alcanzados, sino por necesarios, siguen siendo nuestra mayor riqueza, debemos ayudar a los griegos. Debemos insuflarles la energía y el vitalismo que la depresiva situación les ha quitado. Debemos liberarles de las garras de los usureros, de los bancos e inversores que estrangulan su economía. Es imposible salir de una deuda cuyos intereses impiden la puesta en marcha del consumo, de la iniciativa, de la ilusión. Las economías, lo estamos viendo en España, son ciclos que dependen exclusivamente de los pueblos que las mueven, y cuando un sistema usurero atenaza ese ciclo no hay modo de desbloquearlo, como no sea el de incentivar el ánimo y la tranquilidad del pueblo, favorecer el consumo, la inversión productiva, poner en marcha la energía de la gente. La misma que hace milenios se puso en marcha en la vida griega para generar una cultura tan alta, que nos sigue haciendo sombra hoy en día.
Debemos ayudar a los griegos, por último, porque con ello nos ayudamos a nosotros mismos. Porque como unión europea, sería ominoso y vergonzoso. Sería un verdadero revulsivo, el comienzo del fin de un club de países ricos dominados por los bancos. Sería un suicidio para Europa cometer esa enorme injusticia, expulsar a un país por pobre, por sucio, por desorganizado, cuando su espíritu es el más limpio que ha existido en este continente desde siempre, y cuya historia explica muy bien todo cuanto hoy le ocurre. Porque expulsar a Grecia de nuestra unión es como clavar un puñal en el mismo corazón de Europa, que nunca latió del todo por los ideales que dice defender, de libertad, democracia, cultura, equilibrio. Esos ideales que no nacieron en Alemania, y que se deben, con intereses incluidos, por muchos años aún, a nuestra amada Grecia.

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